La nación y González
EL PRESIDENTE del Gobierno rompió ayer su ya prolongado e injustificable silencio mediante un discurso referido a algunas de las cuestiones más polémicas de los últimos meses. Tuvo el mérito González de entrar directamente en ellas. Pero el discurso, en cambio, resultó falto de nervio y poco brillante. Tan sólo el anuncio de algunas novedades de las que el presidente suele reservarse para estas ocasiones -derogación de la legislación antiterrorista y firma del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP)- sobresaltó ligeramente el bostezo. Felipe González admitió al menos que existen síntomas de crisis en el funcionamiento del Parlamento, pero sólo para resaltar que ni el Gobierno ni el partido que lo sustenta tienen responsabilidad en ello. Fue, en este punto, un alegato a la defensiva. Pues el problema no reside tanto en si el Gobierno y el PSOE son más o menos responsables de la fragmentación de la oposición, o de la falta de alternativas solventes a aquél, como en la necesidad de que el partido mayoritario tome las iniciativas para adecuar el reglamento del Congreso y la legislación electoral a una realidad política preocupante. En particular, el partido en el poder debería ser sensible al rechazo por parte de amplios sectores de la juventud a unas instituciones cuya parálisis las hace aparecer como reducto de los instalados y no como reflejo de sus inquietudes. La derogación de la ley antiterrorista, anunciada por González, es una buena medida, aunque muy tardía. La inutilidad de esa norma, bajo la que se han cometido desafueros y crímenes como el de El Nani, era evidente, lo mismo que su inconstitucionalidad. Pero ya dice el refrán que nunca es tarde si la dicha es buena, y no es poco que. el Gobierno socialista rectifique uno de sus muchos errores. El otro punto a aplaudir del discurso de González es el anuncio de la firma del TNP, prometida desde hace años por el PSOE.
De otro lado vale la pena señalar su parquedad en lo que se refiere al contencioso de Melilla -que no puede ser despachado como un problema administrativo o de impulso al desarrollo- y también el apoyo sin reservas que ha hecho a la política económica del ministro Solchaga. Los párrafos dedicados a la política autonómica y la negociación sobre las bases y la OTAN apenas han añadido nada nuevo. En cuanto al análisis del movimiento estudiantil, González parece sinceramemte preocupado por la falta de horizontes juveniles y las causas profundas de las movílizaciones. Su reproche a quienes utilizan -incluso desde la derecha- una pro testa social de este calibre como arma arrojadiza contra el Gobierno puede entenderse, pero no admitirse. Es la oclusión de las vías parlamentarias lo que está alimentando esas formas de contestación. En resumen, un discurso moderado y moderadamente elogiable.
Como moderado es también el elogio que merece el nuevo espadachín del principal partido de la oposición, que fue menos decepcionante de lo que algunos hubieran querido. Pero en el turno del análisis de las res puestas lo que merece la pena señalar es sobre todo la oportunidad perdida por Adolfo Suárez y las grandes dotes de parlamentario que ayer hizo gala Miquel Roca. Renacido de las cenizas de su espeluznante fracaso electoral, Roca se mostró como un político cuaja do y como un orador vibrante. Su intervención fue una pieza lograda, sus respuestas las justas y sus críticas contundentes. La contestación de González a los intervenientes de la oposición se mantuvo en tono defensivo -con preocupantes brotes de arrogancia- sin aportar otro dato de interés que no fuera el anuncio del envío de un proyecto de ley sobre televisión privada el próximo mes de marzo
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