El ahorcado
Su psiquiatra o su suegra, para el caso es lo mismo, le ha aconsejado, sin duda, que le eche cara al asunto y a lo hecho pecho, aunque sobre la frente, a veces, se le note la sombra de los pies del ahorcado. Aún no ha dicho: "Si volviera a plantearse el caso volvería a tomar la misma decisión", pero se comporta como si lo hubiera dicho, y además como si lo pensara. Un tanto desconcertado por la reacción popular, se aferrará a los restos de cualquier teoría elitista que otorgue la verdad a la elite y la opinión mutable a la chusma. Pero, a pesar de los pesares, está sorprendido, se le nota, porque las gentes del pueblo prefieran que los novios se toquen a que los novios se ahorquen. Es posible incluso que considere irreversible el grado de corrupción al que hemos llegado como consecuencia de la ola de pornografia que nos invade desde que empezó a invadirnos la ola de pornografia.Simplemente quiso ser recto. Todo el mundo decía de él que era muy recto. Sus parientes, allegados, amigos: "Es muy recto. Es tan recto que dibuja el ecuador del bien y del mal sin desviarse". Fue recto a por otro ser humano y lo aplastó bajo el peso de una norma que ya casi nadie tiene en cuenta. Sólo los apocados mirones de boîte poco iluminada aplauden su hazaña a escondidas, porque le consideran un alma gemela y no entienden que simplemente era, es, será un hombre recto, un peligrosísimo hombre recto que entre el avergonzado arrepentimiento y el seguir en sus trece ha preferido seguir en sus trece.
Los que le hemos visto decir que no se consideraba responsable hemos tenido una sensación de pánico, como si de pronto hubiéramos perdido para siempre el sentido de la responsabilidad. Nuestro hombre recto balbuceaba séguridades desde la pantalla de la televisión bajo la sombra del ahorcado y hacía buena la intuición de McLuhan de que Hitler fue un fenómeno radiofónico, no televisivo. Balbuciente y antiguo, a la defensiva y acorralado, se comportaba como una de sus pobres víctimas habituales: yo no he sido... yo no he sido...
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.