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Tribuna:EL PORVENIR DE UNA INSTITUCIÓN SANITARIA
Tribuna
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Sobre la Fundación Jiménez Díaz

No entre el clavel y la rosa, sino entre el estupor y la pena escribo estas líneas. Al visitar la clínica de la Fundación Jiménez Díaz me encontré a todo el personal del departamento espiritualmente hundido en una Situación de dolor y de impotencia. Desde el más modesto trabajador hasta el médico más prestigioso, todos estaban afectados por la misma angustia: que la entidad tendría que ser trasladada, en pocas fechas, a Alcalá de Henares por una disposición de la superioridad administrativa del país. Eso significa el abandono para siempre, y cualquiera sabe para qué objetivo ulterior, del edificio que bajo la dirección del propio fundador fue creado (¡cosas veredes!) precisamente para lo que hoy se propugna en la medicina del mundo entero. Las razones: primera, un fracaso económico de orígenes no muy claros, y que quizá reprocharía el fundador a, sus continuadores si contemplase la poca previsión y los errores cometidos; segunda, un olvido, con matices de desprecio, de una de las mejores realidades constructivas de España.Desde que Jiménez Díaz obtuvo la cátedra de Sevilla, y seguro -porque lo estaba de sí mismo- de que pronto sería maestro en la universidad Central (así se llamaba entonces la hoy Complutense), tenía un sueño que nadie ni nada habría de impedir llegara a realizarse: cambiar las bases de la enseñanza médica en España, igualando o superando a lo que había visto en los servicios universitarios y extrauniversitarios de Europa. Solamente el Instituto Rubio y, sobre todo, el servicio hospitalario de Marañón (todavía no se llamaba Instituto de Patología Médica) se parecían en algo a los centros europeos.

Así ocurrió que nada más llegar a Madrid, en su primera lección de clase (1928), y al anunciar cómo deseaba que aprendieran la materia médica los alumnos, prometió: "Voy a enseñarles lo que buenamente pueda; pero querría que ustedes -éramos su primera promoción en Madrid- me ayudaran con su aprovechamiento, con su impulso, con su entusiasmo, con su estudio y con su conciencia a hacer que la medicina española sea otra. Que los médicos que ustedes acabarán por ser sean médicos más completos que nosotros mismos, los profesores, y que rompan los moldes de la medicina incompleta que yo veo en derredor". Palabras textuales que no constan en el volumen de lecciones taquigráficamente recogidas por Paz Montalvo, pero que conservo en mis viejos apuntes; palabras que a aquellos jóvenes estudiantes nos alucinaban, haciéndonos imaginar que íbamos -¡ingenuos aprendices!- a crear un mundo nuevo. No lo creamos nosotros, pero Jiménez Díaz, sí. Lo triste es que de las rentas del espíritu de aquel maestro ha estado viviendo la Fundación Jiménez Díaz hasta ahora, que, a muchos años de su creación, puede acabar por causa disolverse, víctima de muchos factores que, si el maestro viviera, probablemente nose habrían dado.

Las circunstancias actuales me obligan a revisar las bases sobre las que pienso sustentó su obra el hombre Jiménez Díaz, que fueron: primero, su pensamiento, esbozado en las líneas precedentes; segundo, una intención renovadora de las pautas didácticas hasta él vigentes, asociandolas con otras investigativas; tercero, el proyecto de futuro, consistente en la creación y difusión de su escuela y su magisterio, sembrando de discípulos las cátedras y los hospitales de España y haciendo fértiles los eriales universitarios y extrauniversitarios. Y, cuarto, la proyección de la medicina española en el mundo exterior. Sólo por la enorme categoría del maestro se encomendó a España la organización de un congreso mundial de medicina interna, que él presidió con éxito inolvidable.

Esos cuatro pilares dieron a su escuela las,dimensiones y las líneas clave del trabajo y de la eficacia. En otro lugar he dicho que Jiménez Díaz siguió la disciplina (en el sentido latino del vocablo) de Marañón, como Ochoa siguió la de Cajal. Pero en una época en que cada año equivalía a 10 de los anteriores, Marañón careció -y ya es difícil encontrar una carencia en su biografía- de algo que a Jiménez Díaz sirvió de motor: la osadía. Osadía en el sentido más digno de la palabra, es decir, en el de empeño por hacer triunfar su proyecto, cosa que logró en la España médicamente tan necesitada de modernización de los años 30 y 40.

Simbiosis

Jiménez Díaz pretendió obtener en su núcleo una simbiosis entre la medicina privada y la estatal, pero murió antes de lograrla, esperando, sin duda, que,los discípulos lo hicieran, y olvidando que en la más actualizada administración de las instituciones médicas, la economía, en todos sus aspectos, es parte importantísima de un todo que ya no es primariamente médico ni investigador, sino social.

Todas las fundaciones del mundo llevan el nombre de un gran mecenas (Rockefeller, March, Areces, etcétera); creo que la de Jiménez Díaz es la única que lleva el de su científico propulsor; por tanto, sin capital propio. Y todas evolucionan por ondas en unos u otros de sus entramados; pero siempre encuentran soluciones para las fases de desfallecimiento o declinación. La creación de Jiménez Díaz ha de tenerla -sería imperdonable que así no fuera , y debe buscarse a través de los sacrificios que sean, incluso de los que están llamados a sufrirlos.

La Fundación, cuyo patronato preside hoy el Nobel Severo Ochoa, no es un ente abstracto, sino una realidad importantísima, que no puede desaparecer por motivos de estrategia sanitaria. Los locales que la albergan fueron diseñados sobre un pensamiento que no ha periclitado; con una intención que sigue siendo válida; sobre un proyecto de patriotismo científico que no puede ser descalificado por dirigentes sanitarios, sino enaltecido por dirigentes culturales y científicos; y con una proyección internacional que alcanzó el. lógico triunfo. ¿Es que el edificio, arquitectónicamente estudiado por Jiménez Díaz y otros benefactores para clínica e investigación, va a dedicarse a "otra cosa"?

Destruir o desmontar la Fundación equivale al derribo moral de uno de los pocos edificios dignos de ser considerados y conservados como monumentos nacionales de la ciencia médica hispana; equivale al desahucio de un hombre muerto cuya estatua, a 10 metros de la fundación, no merece la desmemoria que haría saltar lágrimas de la piedra, y a una pública declaración de ruina económica de una entidad cuya rehabilitación corresponde a quienes tienen bajo su égida el destino de España.

Francisco Vega Díaz es médico y escritor.

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