El ímpetu del nuevo dirigente soviético
EL ADVENIMIENTO de una nueva situación social, política y cultural en una gran colectividad viene anunciada por la generación de lemas o contraseñas que proclaman un futuro deseado. Así ocurrió con la aireada nueva frontera del kennedismo en Estados Unidos o con la Francia de la grandeur.Ni siquiera la Unión Soviética, como sociedad industrializada, puede escaparse a esa necesidad de poner nombre a los sueños y en los últimos meses han nacido sentencias que Moscú ha acuñado, no como puro consumo interno de una retórica dictatorial, sino para explicar al mundo que una nueva época trata de emerger. Durante la última posguerra la única palabra que del Kremlin se retenía en Occidente era el niet del asediado, el veto expresado en una y mil formas defensivas. Ahora, muy al contrario, la Unión Soviética de Mijail Gorbachov entra en competencia con Occidente difundiendo y acreditando los términos glasnost (transparencia) y perestroika (reconstrucción). Al margen de lo profundas que lleguen o no a ser las reformas de Gorbachov en el aspecto político-económico, el líder soviético necesita crear o descubrir una opinión pública sobre la que consolidar el cambio.
Por otra parte, la liberación reciente de un grupo de 140 disidentes, la próxima revisión de otros 140 casos, la cauta pero importantísima caución que el disidente en jefe Andrei Sajarov presta a los esfuerzos de liberalización empredidos por Mijail Gorbachov, y, sobre todo, las declaraciones de altos dirigentes en las que se subraya que se avanza en la "democratización" del país, no parecen constituir una simple operación cosmética.
El clima intelectual en la Unión Soviética está experimentando una transformación que no por hallarse en sus primeras etapas es menos ambiciosa. De una situación psicológica en la que el poder afirmaba que había que tratar simplemente de perfeccionar las instituciones, que el país se había convertido ya en una sociedad comunista, pasamos al reconocimiento de que se está muy lejos de haber llegado a semejante estadio y, contrariamente, de que para llegar al mismo hay que introducir algún tipo de juego político con cierto pluralismo interior.
De la misma forma, la política exterior de Moscú, la cara para el consumo internacional directo que adopten esa nueva transparencia y reconstrucción, ha de experimentar transformaciones de largo alcance. La iniciativa asiática que tiene su centro en la negociación de un nuevo acuerdo interternacional sobre Afganistán, puede ser clave. El anuncio de una futura retirada de tierra afgana aunque no es simple propaganda exige determinadas garantías sobre el no alineamiento de Kabul. Por ello el proyecto de Gorbachov no puede diferir mucho de una resurrección del régimen neutralista de Mohamed Daud, anterior a la toma del poder por los comunistas afganos a fines de los setenta. En esa línea se inscriben también el acercamiento a China y Japón y la revisión de cuentas a los dispendiosos aliados vietnamitas. La legalización de esa disidencia es tan compleja como la del propio frente interior.
Por todo ello, el delicado proceso hacia afuera y hacia adentro, en el que se trata de asentar esta nueva concepción de la historia del movimiento comunista soviético, parece tan necesario como difícil. Si, de un lado, hay que movilizar a la opinión para que se ilusione con esas nuevas metas, de otro resulta extraordinariamente complejo reconstruir un discurso que durante los últimos 20 años ha promocionado los caminos por los que discurría la organización económica y la orientación política, interior y exterior, de la Unión Soviética.
Por el momento, no obstante, Gorbachov ha logrado una expectativa internacional y una ventaja en las iniciativas que, simultáneamente a la crisis de la Administración Reagan, han mejorado notablemente la imagen de la Unión Soviética. Reconocer un claro retraso en el desarrollo político y económico del país es, sin duda, necesario para avanzar en esta nueva etapa. Pero a la vez ello comporta compensar al ciudadano con realizaciones en un plazo de tiempo inevitablemente corto y lograr la integración de las disidencias. La liberación de disidentes en la Unión Soviética es un paso obligado pero ciertamente no estará exento de problemas que decidirán el grado más o menos acelerado en que pueden seguir produciéndose y también el poder de quienes están tratando de oxigenar el país.
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