Tambo G. y Moussalah J.
Un matrimonio huido de Suráfrica ha pedido asilo político en Santander
"Llámeme simplemente Tambo y oculte mi apellido" implora él en un inglés confuso y balbuceante. "Ésta, mi mujer, es Moussalah, a secas, por favor. Nuestros hijos mellizos y toda la familia han quedado en Suráfrica, y tememos por sus vidas...". Tambo, de 30 años, y Mussalah, de 26, forman un matrimonio perteneciente al Congreso Nacional Africano, que se mueve en la clandestinidad y lucha contra el apartheid. Huyendo de la injusticia y la arbitrariedad del régimen de Pieter Botha, Tambo y Mussalah han solicitado asilo político en Santander, donde pretenden iniciar una nueva vida.
La situación se convirtió para ellos en algo insuperable hasta que el pasado primero de diciembre, contando con la ayuda de la madre de él, decidieron abandonar la aldea y alcanzar Luanda caminando. Dos semanas más tarde se embarcaron sin ser vistos en uno de los barcos del muelle. No miraron la bandera ni el nombre. Con la zozobra de que aquel tosco mercante pudiera poner rumbo a Ciudad del Cabo o a Durban, a la patria que pretendían dejar atrás, sintieron, ocultos entre la estiba, que emprendían la navegación por el Atlántico. "Cuatro días después, cuando ya no podíamos más de hambre, un tripulante nos descubrió; eran todos portugueses, y el capitán, un hombre delicadísimo, comprendió la tragedia y por las noches nos hacía llegar una gran escudilla con sopa y algunas bananas", rememora Tambo. Tras varias semanas, siempre rumbo a Europa, los dos polizones fueron, al fin, desembarcados en Bilbao. Instintivamente se echaron a la carretera y llegaron a Santander como podrían haberlo hecho a otra ciudad.Hace varias noches que duermen en una pensión de la ciudad, amparados por la Cruz Roja, mientras esperan la condición de refugiados políticos. Tambo G. y Mousallah J. son conscientes del alto precio que han pagado por su escapada. "No ignoramos que acaso nunca más veremos a mamá Tsoye y a los mellizos de cinco años, algo que nos obsesiona permanentemente". Pretenden rehacer su vida en Santander y olvidar las brutalidades de la represión y el calor, perdido y lejano, de la familia. "Podemos ser útiles, barrer, ayudar a cultivar la tierra, qué se yo", dice el atlético Tambo, vigoroso zulú participante en decenas de manifestaciones de los negros, siempre vapuleados por los blancos. Su padre, precisamente, murió hace dos años en una manifestación, y él muestra aún en la cabeza las cicatrices de la tortura.
Y recuerda: `Aquel blanco para quien trabajé durante dos años en su granja cercana a Johanesburgo era diferente a los demás, noble y acaso bueno. Pero con lo que me pagaba al mes sólo podía comprarme un Jersei y unos pantalones. Así que volví a la aldea de Kwabaland, a seis horas de la capital. Mamá Tsoye cultiva patatas, maíz y algunas otras cosas que vendía en el mercado". Mientras aprenden sus primeras palabras en castellano, dicen que no han sabido nunca lo que es un domingo, una jornada de descanso. "En África del Sur todos los días del año son Iguales, de lucha, castigo y represión".
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