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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

¿Quién nombra, a los obispos?

AUNQUE VIVIR COMO un obispo ya no sea el lujo que otrora representara, la dignidad episcopal sigue siendo algo apetecido por muchos e importante en la sociedad en que vivimos. Al presidente de la Conferencia Episcopal lo nombran los obispos en voto secreto y libre. ¿Y quién nombra a los obispos? El Vaticano se reserva en exclusiva esta competencia.Por supuesto, un obispo es un pastor de tina confesión religiosa. Pertenece a su jerarquía como una pieza de su organización interna. Pero es también un ciudadano notable. La notoriedad le viene fundamentalmente por el simple hecho de ser nombrado. Una familia modesta asciende de jerarquía social cuando uno de sus miembros recibe el nombramiento de Roma. Quien más quien menos presume de ser amigo de un obispo o de haberse sentado a su mesa. Jaca, Barbastro y Ciudad Rodrigo no son lo mismo que Madrid o Barcelona. Pero el obispo de una diócesis pequeña tiene muchas posibilidades de ser trasladado a otras más importantes. El obispo visita al Papa, se codea con las autoridades civiles, escribe pastorales, hace declaraciones. Por mucho que haya disminuido su audiencia, el halo de rector de las conciencias despierta actitudes contrapuestas.

Los líderes sociales son necesarios. Son agentes coagulantes de la sociedad. Ésta los eleva o los destrona según su capricho. En el caso de los obispos, las cosas funcionan de manera distinta. Son importantes, pero no son necesariamente líderes; en todo caso, no son simples ciudadanos. De ahí que interese social y políticamente el hecho y procedimiento de su nombramiento. Catalanes, vascos y gallegos exigen obispos autóctonos. Las diócesis pequenas se sienten discriminadas cuando su demanda de un determinado tipo de pastor no encuentra apenas eco en las altas instancias. No seríajusto interpretar este hecho como una simple consecuencia de los nacionalismos. Se busca más bien que el obispo conozca y se inserte más fácilmente en la manera de ser propia de cada pueblo.

En España, el Vaticano utiliza para nombrar obispos otros procedimientos diferentes a los que emplea en EE UU y en muchas naciones europeas, en las cuales se da cauce a la voz de los órganos representativos de los sacerdotes y laicos. En esos países se reconoce a los obispos de la provincia eclesiástica la facultad de proponer institucionalmente ternas de nombres, dentro de las cuales, tiene que moverse la elección romana. En España, desde la renuncia del Rey al anacrónico derecho de presentación por el Jefe del Estado (julio de 1976), no existe otra actuación institucional que unas listas de sacerdotes episcopables elaboradas por la Conferencia Episcopal. Para la vinculación de un prelado a una diócesis concreta, la Nunciatura arbitra las consultas, siempre personales y secretas. El secreto pontificio protege la discreción y la voluntad libre de los organismos del Vaticano.

Aunque este sea un tema interno de la Iglesia, afecta a toda la sociedad en la que se produce. Los 38 nuevos obispos que fueron designados durante los seis años posteriores al Vaticano II, por el sistema antiguo de intervención del Estado, rejuvenecieron la faz de la Conferencia Episcopal Española. Este hecho fue muy singular, y podría repetirse en los próximos 10 años, aunque no necesariamente con el mismo sentido de renovación y progreso. En el momento presente, la diócesis de Mondoñedo está vacante, y los prelados de Ciudad Rodrigo, Orense y Jaén han superado ya abundantemente la edad de retiro (75 años). El de Alicante los cumple el próximo octubre. Con las actuales dimisiones y las que tienen que producirse hasta enero de 1997, Roma tiene que nombrar al menos 27 obispos residenciales: un 35% del episcopado.

Siguiendo con las cifras, en 1972 España tuvo el episcopado más joven de Europa, con una edad media de 57,5 años, sensiblemente inferior a la europea y a la mundial. Ahora la edad media ha subido cinco años (61,97), y las previsiones más probables prevén que el episcopado siga envejeciendo: 64,68 en 1992 y 68 en 1996. La ancianidad acumula experiencia, pero distancia de las nuevas generaciones y de las culturas emergentes. La clase política es casi 15 años más joven que la clase dirigente de la Iglesia española. La incomprensión de ésta acerca de determinados fenómenos de reforma social y las presiones generadas en torno a leyes como la del divorcio o la del aborto también tienen algo que ver con este análisis.

Una forma de presencia y liderazgo social se está gestando en este país de acuerdo con las decisiones del Vaticano. Merece la pena una reflexión por parte de todos.

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