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Entrevista:

'La Chata': "Sólo soy una 'desgrasiá"

Acusada de tráfico de heroína, permanece internada en Yeserías

RICARDO CANTALAPIEDRA María Dolores Olivares Navarro, la Chata, de 55 años, es casi analfabeta, pero sabe latín. Fue detenida el 17 de enero, acusada de tráfico de heroína. Ese mismo día, la policía detuvo a 61 personas que habían pasado por su casa, donde se encontraron 25 gramos de heroína, 11 millones en un colchón y varios objetos robados. La Chata está internada en Yeserías. Dos de sus hijos, Macario y María Dolores, fallecieron por sobredosis.

Esta mujer est á acostumbrada a mandar, a controlar, a llevar muchas riendas. Pero ahora pasa por un mal momento, aunque este mal momento, por un guiño del destino, la haya lanzado a la fama:-¿Famosa yo? Yo sólo soy una desgrasiá.

Lo escupe con amargura y escepticismo, pero también con sutil coquetería. Es imposible descubrir lo que hay en el corazón de la Chata, lo que se esclonde tras ese rostro curtido y duro de una mujer cuya situación actual se parece más a un guión cinematográfico que a la realidad: ella misma y su nuera Vicky permanecen en la cárcel de Yeserías acusadas de tráfico de heroína; Martín, el hombre con quien comparte su vida y que es 20 años más joven que ella, se pudre en el penal de El Puerto de Santa María; su hijo Francisco realiza tareas de carpintería en la cárcel de Carabanchel; su hija María del Carmen, de 20 años, es heroinómana; su hija María Dolores falleció hace año y medio, según algunas informaciones por sobredosis, pero su madre dice que por cirrosis crónica; su hijo Macario raurió hace poco menos de un año en la cárcel de Córdoba de la misma enfermedad... Muy fuerte todo, incluso para un miembro distinguido de la estirpe de los Macarios, una familia quinqui respetada por unos y temida por otros.

Contrariedad

Cuando llega al pequeño despacho que nos habilitan para la entrevista, la Chata hace un gesto casi imperceptible de contrariedad al ver los micrófonos de Radio El País, pero en seguida se controla, porque ella quiere hablar, quiere defenderse. Va vestida como de baratillo, pero lleva unos preciosos zarcillos gitanos con turquesas, y cada vez que apura el cigarrillo exhibe una colección de anillos y pulseras -"Nada auténtico. Si fueran de valor ya les habría dado el boleto"- Lleva el pelo recogido y en algunos gestos recuerda a Carmen Amaya. La Chata está acusada de tráfico de heroína:

"¡Eso es mentira!", se defiende, como una loba acorralada. "Lo dice la policía, pero no es cierto, porque yo jamás he tocado eso. Prefiero ponerme a pedir por las esquinas para dar de comer a mis hijos antes que tocar ese veneno".

-Pero entonces, Dolores,¿cómo es que la policía detuvo en tres horas a 61 personas que habían ido a tu casa, presumiblemente a comprar caballo?

No flaquea su voz ni se le mueve un músculo del rostro. La Chata niega todo por intuición o, acaso, por asesoramiento.

"Esa gente no iba a mi casa a comprar droga, sino a preguntar que a qué hora era la misa por mi hijo Macario, que tenía muchos amigos".

Y al hablar de su hijo Macario a la Chata le sale fuego de los ojos y parece que se le quiebra la voz y el alma. Llora muy bien, pero también'sabe controlar el llanto: "Mi hijo Macario, Dios lo tenga en su gloria, era muy hombre y muy valiente. Los policías le tenían miedo porque tenía más narices que todos ellos. Porque ellos no tenían narices ni, con perdón de ustedes, cojones para enfrentarse con una persona que le echa un poco de genio. Y la policía está encorajinada conmigo porque los denuncié cuando un día le abrieron la cabeza a mi Macario con la pistola en un bar del barrio de la Concepción. Los denuncié en el Juzgado número 3 de la plaza de Castilla, y eso no me lo perdonan".

También niega la Chata que los 25 gramos de heroína que encontró la policía en su domicilio fueran para traficar: "Es que mi hija María del Carmen está enganchada, ¿sabe usted? La he llevado ya a todos los hospitales. Un médico del Ramón y Cajal me dijo que a la niña no se la podía desenganchar de repente y que había que administrarla dos dosis diarias por la nariz. Y como yo de esas cosas no sé nada, pues, un amigo de mi hijo Macario me lo llevó a casa, pero sin yo saber que era la droga esa que mata a los jóvenes y que va a dejar el mundo sólo con viejos".

Millones en un colchón

Le va a ser difícil justificar los 11 millones que los agentes encontraron en un colchón, pero la Chata tiene respuestas para todo: "Ese era un dinero que yo tenía guardado para las fianzas de mis hijos. Mi hijo estaba detenido por Málaga y era una cosa muy gorda. El abogado me dijo que la fianza iba a ser muchísimo dinero y entonces yo estaba pidiendo a todos los companeros de mi hijo. También mi hija, que esté en gloria, estaba detenida por el Juzgado 22 y su padre me dio dos millones para la fianza. Y ese dinero yo lo tengo que devolver a quienes me lo dieron. Por desgracia, mis hijos muertos ya no necesitan fianzas".

La Chata llora de nuevo lágrimas de rabia: "Me tengo que vengar de todo lo que están poniendo de mis hijos y de levantarme a mí los pies del suelo. El día que yo salga de aquí pienso hacer una salchicha, porque no es cierto nada de eso. Todo esto lo voy a solucionar el día que yo salga de aquí".

-¿Cómo lo va a solucionar usted, Dolores?

La Chata me mira escrutadora, calla unos momentos y, por fin, encuentra la respuesta: "Pondré denuncias en una comisaría, y si no me hacen caso me voy a otra, y a otra, y a otra".

Hasta el momento, la Chata se había ganado la vida pidiendo por la calle, arreglando tresillos, haciendo rifas, vendiendo claveles a la puerta de los mercados y llevando clientela a los abogados para que me dieran un tanto".

Niega rotundamente, airadamente, que haya sido confidente de la policía: "Los Macarios jamás han sido chivatos y yo nunca les he pasado un servicio a los policías".

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