Un líder volátil
EL CONGRESO extraordinario de Alianza Popular ha elegido lo desconocido. Forzando un poco las palabras, casi podría decirse que, contradiciendo el tan conservador consejo del refranero español, ha preferido lo virtual a lo establecido, lo hipotético a lo comprobado, lo tal vez bueno por conocer a lo ya conocido. Antonio Hernández Mancha, hasta hace dos meses un personaje muy secundario de la escena política española, en la que sólo había llamado la atención por algunos rasgos chocantes de su personalidad, ha obtenido un resonante triunfo sobre un político conservador clásico, Miguel Herrero.Los intentos iniciales de este por plantear un debate político en el seno de la derecha española se enfrentaron con la sorprendente audacia de su rival, que convirtió en mérito, a los ojos de la desorientada base aliancista, la falta de concreción de su mensaje. Al cabo, el propio Herrero -que, no sin algo de razón, comentaba ayer que lo ocurrido es "un fenómeno histórico digno de estudio"- acabó viéndose arrastrado. al gaseoso terreno elegido por su contrincante: el de la desmesura gestual y la verborrea. Lo que ha ocurrido apenas tiene que ver con un debate político, pero eso parece haber entusiasmado al congreso más que cualquier otra cosa.
De ahí que sea difícil arriesgar predicciones sobre las variaciones que en la teoría y la práctica aliancista hayan de derivarse de este congreso. Hernández Mancha comentó tras el discurso de Herrero que compartía "al cien por cien el cuerpo doctrinal" de lo escuchado. Obligado a decir algo para explicarse a sí mismo lo que estaba pasando, Herrero había adelantado en vísperas del congreso que las divergencias residían en las diferentes concepciones del partido. Pero tampoco eso ha quedado claro en los debates, por más que de ciertas alusiones indirectas pueda deducirse que Herrero ponía más acento en el fortalecimiento del partido desde el punto de. vista de sus cuadros, y el otro, en la vocación populista del aliancismo.
El hasta ahora portavoz en el Congreso de los Diputados parecía plantearse la unidad del centro derecha como un proceso a largo plazo que pasaba por el fortalecimiento previo de las señas de identidad de AP como partido conservador -o liberal-conservador-, y remitir a después de las elecciones eventuales alianzas con otras corrientes. De las actitudes de Hernández Mancha más bien se deduce la voluntad de promover desde ya -la reunificación del centro derecha, de acuerdo con su superior impaciencia -la cita es en las municipales, sin esperar a las legislativas de 1990, asegura-, pero tampoco es seguro que en la práctica se plantee una estrategia diferente a la del fortalecimiento preliminar del partido. Herrero ha incidido más que su escurridizo contradictor en el papel que AP debe jugar en el Parlamento, papel que Hernández Mancha está mal perirechado para desempeñar, pues no es diputado. Por lo demás, las referenciais de Mancha a la conquista de la calle como objetivo prioritario no pasan de ser un ensueño populista. La insistencia del partido de Fraga en suponer que la calle es suya está fuera de lugar.
El tiempo futuro dirá si Hernández Mancha es el potencial salvador de la derecha española, pero el pasado no arroja indicios para deducirlo. Fraga es un peso pesado de la política, casi un mamut, un intelectual y un hombre de Estado. Le va a suceder alguien tan volátil que merece la pena interrogarse sobre cómo ha de llevar la carga. Tal vez el talento de Hernández Mancha ha consistido en saber ocultar, tras su palabra arrebatada, el carácter demasiado aéreo de su equipaje. Tan aéreo que ha conseguido reagrupar a su alrededor a los más heterogéneos sectores aliáncistas, unidos únicamente por la sensación de orfandad y el deseo de hallar rápidamente un nuevo foco de lealtades personales. Pero si el triunfo ha correspondido a quienes apostaron por lo virtual y lo indefinido, sería, no obstante, arriesgado pensar que se trata de una solución provisional. Experiencias recientes -la más obvia, la de Gerardo Iglesias en el PCE- indican que, una vez ungidos, los herederos tienden a creerse fanáticamente su nuevo papel.
Muchas cosas son preocupantes en esta historia. El principal partido de la oposición tiene ahora a su frente alguien que no está en el Parlamento, y eso es malo para todos. Como malo es que el debate político haya sido sustituido por el clientelismo a corto plazo. Hernández Mancha merece un voto de confianza de la sociedad española, pero no porque haya hecho algo para ganarlo, sino porque este país necesita una oposición organizada y una derecha no bufa.
Los resultados del congreso de AP permiten además otras reflexiones sobre la situación española. La primera, que los jóvenes, cuya presencia ha resultado determinante estos días tanto en el exterior como en el interior del Palacio de Exposiciones y Congresos, quieren más juego, incluso si ignoran las soluciones. La segunda, que es imposible no deslizarse por el camino de la crisis cuando la debilidad de la oposición, a derecha e izquierda del partido gobernante, estimula la inercia y la molicie de los que mandan.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.