La experiencia de los clásicos
Según el Diccionario de la Lengua Española, clásico "dícese del autor o la obra que se tiene por modelo de imitación en cualquier literatura o arte". El clásico, por tanto, es el que supera la prueba del tiempo. Lo vence, y de ahí su capacidad para ofrecerse en todo momento. El hombre culto no se suelta de los clásicos, no pierde el, contacto con aquello que le habla sin cesar. Alguien es culto cuando se comporta de una determinada manera, y una manera muy determinada de serlo es conocer y saborear a los clásicos.La cultura de sello oficial, la cultura no consumada, sino de consumo, suele ser restrictiva e inoperante. Una cultura viva, sin embargo, se expande y penetra en las personas, posibilitándolas distinguir, comunicarse y reposar. Y una cultura del pueblo no es, sin más, una cultura para el pueblo. Una cultura real, en suma, surge de cada uno de esos estados individuales que todos tienen perfecto derecho a poseer.
Demos un pequeño rodeo por algunos clásicos. La Iliada, de Homero, es un buen comienzo. Poco se sabe de Homero; tan poco, que se ha dicho que la cuestión homérica es "el problema de los problemas". Pero la Iliada está ahí, cantando una gesta épica que ejerció una influencia decisiva en aquellas creencias griegas que hoy son también patrimonio nuestro. La toma y destrucción de Troya por los aqueos en el siglo XII a. C. se nos describe como una edad heroica. En ella detectamos ya lo que será el desarrollo intelectual y político posterior. Las emigraciones indoeuropeas a Grecia y su extensión por el Egeo y Asia Menor darán lugar a la civilización jónica y los primeros filósofos.
A través de la Iliada, fuente de discusión de los distintos renacimientos culturales, podemos contemplar casi todo el panteón griego. Allí está la mayor parte de sus dioses. Dioses que se entremezclan con los de otras civilizaciones. Míticamente, se nos ofrece una primera racionalización del mundo y de los hombres que sorprende por su cordura.
Su lectura puede hacer que uno se sienta incitado a ampliar la erudición. Ver, por ejemplo, cómo Ares y Afrodita se oponen como la guerra y el amor y, en es a oposición, prefiguran las oposiciones conceptuales desprovistas ya de cualquier personificación. O, a través de Ares, enlazar con el latino Marte, y desde ahí remontar el vuelo hasta ese esquema indoeuropeo en el que la guerra es -una parte central.
La Iliada no sólo nos habla de nuestros ancestros, sino de la orientación práctica que ha de tomar el hombre en la vida. O de la sabiduría popular, que unas veces se repliega y otras se sublima. O de cuál es la actitud de un pueblo -un pueblo dotado, que diría Nietzsche- ante el riesgo del éxito, la realidad del sufrimiento y el interrogante continuo de la muerte.
Trasladémonos del poema de Homero a la mezcla de épica y poesía lírica que es el Libro de Job. El libro pertenece a la Biblia, y la Biblia, para los judeocristianos, tiene por autor al mismísimo Dios. Los que dudan de que Dios escriba siguen dudando sobre quién pudo ser su autor. Con dudas o sin ellas, la tradición hebrea lo atribuyó a Moisés (el Talmud, por su parte, le llamará rebelde y blasfemo). Otros le adjudicaron la paternidad a Salomón. Lo más probable es que se tratara de un israelita que, recogiendo una tradición antigua del norte de Arabia, la insertara dentro de la concepcion propiamente hebrea.
¿Por qué es este breve y lejano libro un clásico? Dramáticamente y hasta melódicamente, sin concesiones, el escrito se dirige a lo que es la vida humana: corta y desastrosa duración ("cortos son sus días Y largas sus miserias"). No rehúye un gran problema, sino que reúne ante él a todos los que estén dispuestos a comprometer su palabra.
Un salto en el tiempo y nos colocamos en Shakespeare. El poder, el remordimiento, la maldad, el amor, el terror a la muerte, lo celos, la fortuna y arbitrio de la historia... recorren su obra. Y las herencia paganas y cristianas se hermanan para alertarnos ante la perplejidad y el desconocimiento. Pero Shakespeare no es sólo un clásico cuando escribe Hamlet o Macbeth.
Las crónicas de Holinshed y el tema de Clocester (perteneciente a la Arcadia, de Sidney) los funde y crea El rey Lear. Así alcanza Shakespeare una tragedia no menor que otras más celebradas y representadas. Quizá la inercia de lo que hemos expuesto debería llevarnos a su Troilo y Crésida, ya que a partir de Homero se va a aenerar una versión romántica que pasa por Boceaccio y llegará hasta Kcats. Un clásico produce y hace reproducir. Nos basta, sin embargo, El rey Lear.
Encontramos, una vez más, lo que caracteriza a un clásico. Cuando roza con habilidad un tema humano, roza, eo ipso, todos. Así, en la obra en cuestión, la traición enlaza con el amor filial, la impostura, la fragilidad del poder o la desgracia, de tal manera que los papeles no sólo no se confunden, sino que se reclaman unos de otros. De ahí que su valor, al margen de la distancia histórica, nos llega con la frescura de lo moderno.
Trasladándonos de nuevo en el ilempo, podría parecer una herejía no pararse en Goethe (como, en un recuento en lengua castelllana, no pararse en Cervantes). Porque Goethe une clasicismo y romanticismo, paganisino, voluntad lúcida y sentimiento hasta producir ese hombre universal digno de imitación. Y el comienzo de su Fausto recuerda escenarios ya citados, puesto que Mefistófeles pide a Dios (al abuelo y, para algunos, su pariente andrógino) que pueda tentar al hombre, a Fausto.
Acabaremos, sin embargo, años atrás, con el puritano Milton (lo de puritano hay que entenderlo en su sentido más puro: intelectualismo y humanismo no mediatizado por nada). Ciego como Homero, sólo que Milton lo fue de verdad en su ancianidad, mientras que Homero sólo lo fue en leyenda. Homero y Milton comienzan cantando a las Musas, aquellas personificaciones de la Memoria que ayudan al poeta. Y Milton colocará desde el principio en medio de su poema a Satán, símbolo del orgullo, la desobediencia y la desesperación.
Podría ser el momento para objetar clue los ejemplos dados se han limitado a interpretar el mundo, pero muy poco a cambiarlo. Que faltan aquellos que no sólo hablan del más allá, sino que se preocupan del más acá. Ciertamente, una cultura que despreciara el hambre, la injusticia terrona o el poder siempre arrogante de los fuertes por azar sería una cultura insensata. (Una cultura que se apoyara en la incultura de la mayoría sería una cultura enfermiza.) Sólo que no hay incompatibilidad alguna. El emplo de Marx leyendo a Esquilo es una buena muestra de ello. Mas aún, es de esperar que los clásicos, además de enseñarnos, deleitarnos e incluso liberarnos -como la obra de arte en el pensamiento de Schopenhaucr- de las miserias del sufrimiento, nos den también ciertas claves para ir ganando palmo a palmo esa pequeña felicidad que ellos nos la presentan en grandes zancadas y magníficas batallas. El clásico nos acompaña como la música. No interfiere en lo que hacemos, sino que nos ayuda a hacerlo mejor.
Decía Unamuno de uno de sus personajes que no era de esos que desafinan para hacerse oír, sinode los que reafirman su voz porque tienen algo que decir. Sierripre habrá desafinadores o incautos que piensen que imitar a un clásico es ya serlo. Pero los clásicos, reafirmando su voz, dan la pauta para distin,guir lo polifónico de lo cacofónico. Y en una civilización en la que el ordenador puede -y suele- estar al servicio, del desorden, los clásicos, con su armonía, señalan que lo que se hace no vale nada si no se hace bien, y que para hacer bien algo hay que conocer el contexto que nos envuelve y los fines que se persiguen.
El clásico, en suma, no es ni abstruso ni superficial, sino que consigue aquello que pedía Hume a la filosofía: hacer fácil lo difícil. Suerte para ellos el haberlo conseguido. Nuestra desgracia sería olvidarlo.
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