El liderazgo de los obispos
Confieso cierto desinterés por el resultado de las próximas elecciones de cargos en la Conferencia Episcopal. Y quiero explicarme, porque esta indiferencia no supone la más mínima apatía respecto al liderazgo de los obispos. Este 23-F del episcopado no ofrece posibilidades para golpes de mano de uno u otro sector de la Iglesia. No se elige al jefe de los obispos, y menos al de la comunidad católica. Cada obispo es el líder nato de su comunidad diocesana, y en ese contexto es donde se dan las circunstancias que requiere el tipo de su liderazgo.Con todo, es evidente que los obispos colectivamente, como grupo social significativo, intervienen en el discurso público y ejercen una influencia no exenta de dimensión política. Aparte de la vida interna de la Conferencia Episcopal, lo que aparece al exterior son sus declaraciones y notas colectivas. Por eso el análisis de esa presencia pública y de su liderazgo colegial tiene que centrarse inevitablemente en un tipo de discurso con el que tratan de ponerse en comunicación con el resto de la Iglesia y con todos los sectores de la sociedad civil. Tienen que conseguir una comunicación más expresiva que instrumental. Debemos explicar los contenidos y las diferencias de estos dos términos.
La comunicación sólo se logra cuando alguien la recibe efectivamente, descubriendo su sentimiento, su intencionalidad, aunque después disienta de sus contenidos y aun rechace en todo o en parte el discurso que comprende. En la comunicación expresiva se pretende confirmar o modificar actitudes, normas y valores. No puede contentarse con ofrecer datos e ideas. El discurso de cualquier pastor religioso no puede quedarse en una mera orientación cognitiva. Supone que el receptor vive en una cierta comunidad moral de representaciones, de actitudes afectivas y de sensibilidades axiológicas. Es un discurso que invoca y que apela, sin descuidar, por supuesto, el pensamiento. Quizá la característica que más nos conviene subrayar en el mensaje de este grupo normativo es que el mensajero es la parte principal del mismo mensaje. El obispo es fundamentalmente un testigo o mártir de lo que él vive y trata de comunicar a los demás. Por eso no se puede separar su palabra de su función primordial de hacer comunidad.
Los obispos, lógicamente, tienen que preguntarse si para determinados mensajes concretos de su magisterio moral se dan las mínimas condiciones de consenso de referencias, no sólo en la sociedad civil, sino aun dentro de la comunidad católica.
Podemos ensombrecer aún más el cuadro de la comunicación expresiva si tenemos también en cuenta otra ley por sí misma evidente: "Cuanto más intenso sea el propósito de influir, tanto mayores serán los mecanismos de defensa que pone en juego el receptor". Y aquella otra que no es menos condicionante: "Cuanto más total resulte la pretensión de validez con que un grupo defiende sus convicciones, tanto más amplias serán las barreras que se levantan contra sus intentos de comunicar esas convicciones".
Estas dos leyes no deben en absoluto disuadir al grupo normativo de su vocación influyente. Tampoco van a aconsejarle mostrarse menos convencido de lo que predica. Son leyes que afectan al tipo de discurso verbal, a la forma de exponer los argumentos, a las referencias a un orden de verdad absoluta y al clima reconciliador y diálogo que caracteriza precisamente al mensaje evangélico. Su liderazgo y su magisterio es más auténtico y se hace más comunicable cuando se centra en el restablecimiento de la congruencia y de la comunión. Los gestos y el tono de las palabras son más importantes que el discurso mismo. La conceptualización excesiva es una forma de congelar la comunicación, porque los componentes emocionales juegan un papel importante. Mucho más si ese discurso se convierte en polémico. En ese caso se corre el riesgo casi inevitable de que los lectores se queden únicamente con las exigencias y el tono autoritario, sin percibir casi ningún otro aspecto.
Escuchar el silencio
Huelga, pues, toda discusión sobre si los obispos deben hablar mucho o deben hablar poco en los tiempos que corremos. Hablar sin ser entendidos es una manera de escuchar el silencio. Y una comunicación no lograda refuerza el aislamiento del entorno. La utilización de los medios de comunicación social, inevitable y necesaria, somete, por otra parte, al discurso religioso a entrar en el cauce de la comunicación instrumental. La capacidad de influencia queda reducida a la fuerza de los datos y de las ideas. Esto nos lleva de la mano a otra consideración no menos importante. Con frecuencia se oyen quejas contra la manipulación a que someten los medios de comunicación a los documentos episcopales.
Si su magisterio se confiara exclusivamente a este conducto, como se da a veces la impresión, se explicaría el silencio que lamentan los mismos obispos. Porque no existe, de hecho, la mera transmisión de la información, sino, como afirma Hartley, "una elaboración de la información". No existe en la práctica la objetividad utópica, sino la diversidad de perspectivas. Cada medio y cada profesional del mismo elige la que le es propia. Hay que entender la objetividad como un instumento de intersubjetividad, como el instrumento para perforar las capas opacas de cada grupo o persona. Objetividad e intersubjetividad variada y variable son términos afines que no deberían perder nunca de vista los redactores de los documentos colectivos.
En resumen: el liderazgo colectivo de los obispos choca ineludiblemente con enormes barreras de la comunicación. Los documentos colectivos seguirán siendo necesarios. Son imprescindibles los puntos de referencia y las instancias del magisterio único de la Iglesia. Pero su eficacia y aun su fuerza moral descansa más en la acción de cada obispo en su comunidad. No quiero exagerar. Pero me atrevo a afirmar que los pronunciamientos episcopales están más destinados a los mismos autores de los mismos que a los que desde fuera tenemos que contentarnos con el sentido un tanto frío de las palabras.
Los medios de comunicación colaborarían más en su línea de mera información, incluso laica, si tuvieran entrada y aun participación en el mismo proceso de elaboración de los documentos. El testimonio de la transparencia, de las motivaciones y de la convivencia de los miembros de la Conferencia Episcopal sería por sí mismo mucho más elocuente que la fría publicación de las declaraciones. De ahí que me importe menos el nombre y aun la tendencia del que va a ser elegido presidente que su capacidad de crear consenso dentro de la misma y de moderar sus debates. Yo no pido a Dios un líder carismático, sino un buen servidor de la comunidad espiscopal. Y de ninguna manera ésta podrá suplir ni aminorar la responsabilidad que cada obispo tiene en su propia comunidad diocesana.
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