Hablemos del SIDA
SE SABE relativamente poco del SIDA, pero sí lo suficiente como para estar seguros de que unas medidas preventivas, una higiene y un conocimiento por parte de las personas expuestas a él pueden evitar en gran parte su extensión y su conversión en una plaga medieval antes de que los científicos logren la vacuna o la curación que puedan erradicar el virus. Muchos países occidentales han tardado en hacerse cargo de la situación; ya han reparado su error y están haciendo campañas masivas de profilaxis.España, no. En España la atención política es reciente e insuficiente, y la generalidad médica -salvo importantes excepciones de investigadores, mal provistos de medios por otra parte, y de algunas personas abnegadas- todavía ignora esta necesidad.
Algunos casos extremos ilustran la situación: un niño expulsado del colegio, una persona portadora del virus encerrada en la cárcel de su pueblo para evitar el contagio; un suicida y homicida de su familia -en Italia- porque confundió sus síntomas de gripe con los del SIDA... Reflejos de una ignorancia medieval, semillas de una extensión de la plaga.
Varios factores aberrantes pueden intervenir en la falta de una campaña adecuada y suficiente sobre el SIDA. Uno sería el clásico sistema del avestruz que parece inevitable en todo poder tratar de ignorar la catástrofe y, sobre todo, de que se ignore para mantener la burlona leyenda volteriana de que todo va lo mejor posible en el mejor de los mundos posibles. Otro, el viejo pudor a hablar de los temas llamados escabrosos: relación sexual oral o anal, empleo de preservativos. Puesto que en un principio se suponía que la enfermedad estaba casi circunscrita a quienes practicaban el coito anal, preferentemente homosexual, o a los drogadictos, por la utilización de jeringuillas, las autoridades se resistían a la divulgación de una profilaxis completa de mal gusto que hiriera los sentimientos puritanos de determinados sectores sociales. Una persona conocida por su pudor personal y su conservadurismo, como es el actual surgeon general de Estados Unidos -un equivalente del ministro de Sanidad-, ha hecho público un informe en el que abiertamente se requiere que se dé la explicación completa a todo el mundo, sin distinción de edad ni de sexo, en los términos más directos y claros posibles: aquí no se ha llegado a eso -sólo escasamente y a duras penas- más que por la iniciativa de los medios de comunicación privados (véase EL PAÍS del 28 de enero). La escuela y la televisión pública están ausentes.
Sería absurdo culpar al Gobierno o sólo a él: claramente responsable es una bieripensante sociedad que ha tendido a creer que la enfermedad era eÑclusiva de grupos marginados que se lo habían buscado, y que incluso representaba una especie de castigo divino... Hoy se sabe que ni siquiera esa monstruosidad es cierta, que la transmisión del virus tiene muchas vías y que el riesgo alcanza a cualquiera: sin embargo, el miedo a que se hable de ello sigue existiendo en sectores dominantes de la sociedad.
Hay también, y es digna de ser tomada en consideración, la objeción de algunos psiquiatras y psicólogos que temen en general que la medicina preventiva mal divulgada y la información científica o paracientífica en medios de comunicación pueda crear estados de ansiedad emparentados con la histeria -como el caso del homicida y suicida antes citado-; es posible que en muchos casos sea cierto y que tenga una incidencia en individuos con predisposiciones psicopatológicas. Pero en el caso del SIDA no parece que haya en la actualidad otra defensa. La propaganda clara y abierta, y francamente hecha, debe dirigirse no sólo a los llamados grupos de ríesgo, sino también a la población en general.
Claro está que todo esto será insuficiente si no existen los medios de detección, investigación y tratamiento. En España, hoy, sólo el País Vasco, Navarra y Cataluña consideran obligatoria la prueba del SIDA en los donantes de sangre, que es una de las vías más directas de transmisión, aunque parece que esa anomalía se va a corregir pronto y la prueba se hará extensiva a toda la nación. Sin embargo, no todos los centros sanitarios están dotados de los medios de detección ni hay una formación médica general sobre el problema. Y no hay apenas centros psiquiátricos que enseñen al portador o al enfermo a convivir con su mal y a sus familiares a soportarlo. En cualquier caso, el SIDA no es una plaga divina, sino una enfermedad que necesita prevención y cuidados. Sólo con una recta y abundante información sobre ella podrá ser vencido el pánico social que genera.
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