Neoliberalismo y privatización de la educación
De que la religión se torna asunto privado en los tiempos modernos ya éramos conscientes, por lo menos desde que sus sociólogos empezaron a hablar de la religión "invisible". Y en cuanto a la política en la época franquista, claro está que era puramente oligárquica. Pero viniendo a la democracia, hace 30 años o más había politólogos que hablaban de la apatía política como conveniente para lo que ellos entendían por democracia: que el ciudadano confíe en los profesionales del partido al que se siente más a fin, y les confíe enteramente la gestión política, de la que él puede y aun debe desentenderse personalmente. Mas, ¿no empezamos hoy a correr el ríesgo de, sin ensalzarla, caer, sin embargo, en resignada apatía? Si, por una parte, la verdadera política, la política exterior, nos es rigurosamente dictada desde la cabecera del bloque al que pertenecemos; y si, por el otro lado, al parecer -y salvo los nacionalismos en las comunidades catalana y vasca-, ya no va a quedar más partido propiamente dicho que el que está en el poder, ni se va a sentir la necesidad de que haya otro, pues él se basta y se sobra para ocupar todo el espacio político, el de la izquierda, porque nominalmente es de izquierda, y el de la derecha porque tal es la política que efectivamente hace, ¿para qué otros -desunidos, fragmentados, desmoralizados- minipartidos? (Entre paréntesis, pues no es mi tema de hoy: ¿por que desmoralizados? Porque no ven la posibilidad de alcanzar el poder, su único objetivo. La derecha española ha disfrutado tanto del poder que desconoce el sentido de la oposición y el de aquello de lo que tanto he hablado, la democracia como moral sociopolítica.) La política, dentro de poco, y si no lo remediamos, no interesará ya sino a quienes detentan sus cargos y los desempeñan con sumiso y más o menos experto burocratismo; y, con una cierta, residual ingenuidad, a los telespectadores de esas estrellas de tercera magnitud que, detrás de los famosos por sí mismos, y moviéndose entre el espectáculo y la publicidad, seguirán siendo los líderes microcarismáticos.Sí, la vida política amenaza corporativizarse y, en definitiva, y por paradójico que suene, privatizarse, con lo cual no hace sino seguir el camino de la economía. La llamada reconversión no es, en verdad, sino, por una parte, desmantelamiento; por otra, reprivatización, modesta reprivatización española, pues la parte del león se la lleva el neocolonialismo económico -paralelo al satelitismo político- de las empresas transnacionales, que ya penetran hasta en el reducto, meramente financiero, de nuestro, llamémoslo así, empresariado, el de la banca.
Pero si, como digo, dentro de poco, y al paso que vamos, ya nos aburrirá a todos hablar de política -también nuestra conversación se privatizará, se volverá enteramente privada-, y no siendo mi tema la economía, pasaré a hablar de educación, empezando hoy por la educacion superior. Hace ya años que, con ánimo entre predicativo y provocativo, vengo hablando de la (necesaria) destrucción de la Universidad. Destrucción, en primer lugar, desde dentro de ella, pues es el concepto mismo de "universidad" el que hoy se encuentra en crisis (y no por primera vez en la historia: desde el Renacimiento hasta comienzos del siglo XIX, la Universidad no fue sino una institución tan retardataria como irrelevante); en segundo lugar, por el burocratismo que -con todas las excepciones que se quieran- se ha apoderado del que, mejor que profesorado, debe ser llamado funcionariado docente; y, en último término, porque desde el poder más bien se ayuda a la disgregación, así con la medida de la jubilación a los 65 años y su inmediata consecuencia, la creación del llamado, un tanto abusivamente, "Colegio Libre de Eméritos". Disgregación, ruptura, destrucción -déconstruction, si se prefiere- que yo vaticiné. El llamado tercer ciclo, desde luego, se ausenta de la Universidad para albergarse en los más diversos institutos, universitarios, mixtos o privados -pensemos, por ejemplo, en el anunciado doctorado de Estudios Iberoamericanos de la Complutense y el ICI-. Pero también se anuncia y expedirá un título privado de masters; master en periodismo de la universidad Autónoma y el diario EL PAÍS, master de administración de empresas del Círculo de Empresarios, Master internacional de sexología clínica, y nuevas escuelas de diseño textil, para no hablar de otros usos y abusos de la palabra universidad o de las veraniegas, mediterráneas y atlánticas, que se autodenominan universidades. La confusión -única salida, quizá, del atolladero de la universidad oficial- es de tal grado que hasta el benemérito y supuestamente filosófico Centro José Ortega y Gasset anuncia un seminario, dedicado a Pensiones, asistencia sanitaria y gestión de hospitales. Todo esto es el fruto del neoliberalismo aplicado a la privatización de la educación, vía por la cual las grandes empresas -extranjeras, multinacionales- avanzan aún más al formar e instruir a sus propios empleados, prescindiendo de la enseñanza oficial o relegándola. Que esté pasando esto con la Universidad es preocupante, pero, repito, y dado el estado en que ha caído, probablemente inevitable. Si la cultura socialmente relevante no es ya la adquirida en la enseñanza institucional, sino la que transmiten los medios modernos de comunicacion, ¿como extrañarnos de que la instrucción superior se ausente de la Universidad, como ya ocurrió en los siglos XVI al XVIII?
Pero ¿podemos admitir, pasivamente, que, regresándose al decimonónico sistema de la barrière et le niveau, se cierre el acceso a ciertas enseñanzas superiores -se privaticen-, se imponga consecuentemente el de otras que se suponen, rentablemente inferiores y que, por procedimientos diferentes, más rebuscados o, al revés, más elementales, se quiera privatizar también la enseñanza media? No. Y vistas así, más allá de sus reivindicaciones expresas y conscientes, debemos ver con simpatía las manifestaciones y protestas de los estudiantes de enseñanza media. Otro día hablaré de este tema, que merece artículo aparte, el de la defensa, no de la enseñanza oficial o institucional, sino de la enseñanza pública, democrática, abierta a todos, en sí misma y en sus oportunidades ulteriores.
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