Mario Irarrázaval
El hombre de la 'mano' de Alcalá
Mario Irarrázaval, escultor chileno, tiene 47 años, unos profundos ojos claros y dedos de 3,40 metros de largo. Su peculiar mano se alza desafiante, como la de un gigante que se hunde o emerge -según se mire-, en la madrileña calle de Alcalá, frente al edificio del Círculo de Bellas Artes. Este hombre sencillo, que ha estado en las cárceles de Augusto Pinochet y que vive como uno más en un barrio pobre de Santiago, ha dotado a Madrid de uno de sus más curiosos y espectaculares monumentos callejeros.
La mano de Irarrázaval se ha erigido como símbolo de laexposición Chile vive, que se inauguró el pasado lunes en el Círculo y que constituye una magnífica muestra de la realidad cultural no oficial de un país que lleva 13 años bajo una dictadura militar
Miembro de una familia descendiente de vascos que han formado parte desde siempre de la aristocracia chílena, se autocalifica sin soberbia como la "oveja negra". Estudió Filosofía y Artes en Chicago y Teología en la universidad Gregoriana de Roma, donde terminó dirigiendo una revuelta histórica, como presidente de la federación de estudiantes, en 1965. Admirador, en este orden, de Cristo, Gandhi y san Francisco de Asis dice que nunca pensó en ser sacerdote y que el amor por la escultura le sobrevino durante una estancia en la República Federal de Alemania.
De regreso a Chile, en 1970, vivió la etapa del Gobierno de Salvador Allende como "un gran sueño libertario del que había que despertar". Tras el golpe de Estado, fue detenido y torturado por la policía secreta, como una forma de presionar a un hermano suyo, sacerdote, que trabajaba en una comisión ecuménica de defensa de los derechos humanos.
Convencido de que "sin sus raíces un artista no es nada", ha permanecido en Chile todos estos años, pobre y marginado, viviendo en un barrio de chabolas en las afueras de Santiago, "donde la gente sufre y sueña con una alegría vital".
Autor de esculturas pequeñas, encerradas en sí mismas, donde los hombres son figuras delgadas y casi informes, lo de las manos le surgió como un vuelco en su arte. La primera la realizó en una playa de Punta del Este, Uruguay, en 1981, inspirada en las siluetas de las míticas estatuas de la Isla de Pascua. Después instaló una, casi subrepticiamente, por puro gusto, frente al Museo de Bellas Artes de Chile, que fue pronta y convenientemente retirada por las autoridades.
La de Madrid, cuyo destino posterior hasta ahora no se ha decidido, le llevó dos semanas frenéticas de trabajo. Vivió uno de sus momentos críticos cuan do un policía se le acercó a pe dirle el permiso. "Creí que eran como los chilenos y que me lle varían preso. Les dije que ya es taba pedido y no pasó nada", sonríe.
"La función de mi arte", dice inspirado, "es humanizar la ciudad, imaginar y realizar un hito poético, invadir la vía pública con un objeto para soñar".
Bautizada por, el poeta chileno Nicanor Parra como Mai mai, peñi (Hola, amigo, en idioma mapuche), la mano tuvo su estreno como monumento madrileño el primer día, nada más terminada, cuando una pareja japonesa se acerco sonriendo y, diligentemente, se inmortalizó frente a lo que, para estos turistas, era un símbolo más del Madrid insólito y moderno.
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