La presidencia de Europa
DOS ESPAÑOLES, el socialista Enrique Barón y el aliancista Luis Guillermo Perinat, ocupan, desde ayer, dos de las 14 vicepresidencias del Parlamento Europeo. El primero aspiraba anteayer a la presidencia, y la forma en que fue acogido el desenlace negativo de su candidatura muestra la dificultad de algunos sectores para superar una visión estrechamente nacional de los problemas europeos. Que el PSOE encabezara una actitud patriotera, reflejo de los fuertes residuos que nuestro largo aislamiento ha dejado en la sociedad española, resulta aun más preocupante.El espectáculo que ofrecieron el martes en el Telediario-2 de TVE Enrique Barón y Herrero de Miñón fue bastante bochornoso. El primero calificó de falta de patriotismo el que diputados españoles de derechas no hubiesen votado su candidatura. Al segundo le interesaba únicamente utilizar lo sucedido en Estrasburgo para rentabilizarlo con vistas a la política interior española. La vinculación de los votos emitidos en Estrasburgo con el tema de Gibraltar que hizo el director de la emisión permitió, además, que millones de telespectadores pudieran ver una imagen perfecta del olvido y de la negación de los principios básicos de la actitud europeísta.
Elegido desde 1979 por sufragio universal y directo en cada país, el Parlamento Europeo representa al conjunto de los electores de la Comunidad, que votan en función de sus simpatías políticas e ideológicas. En el proceso de la construcción de Europa es el órgano que expresa -a pesar de la limitación de sus poderes- el grado más alto de supranacionalidad y de legitimidad democrática. Con sus debates, y su existencia misma, se crea un foro de vida política auténticamente europea; por eso los diputados se organizan, discuten y votan en el seno de grupos definidos por sus posiciones políticas e ideológicas; de ningún modo por la nacionalidad. Es más, algunos han adoptado ya, como la democracia cristiana, el nombre de Partido Popular Europeo. En ese marco, la elección en la que Enrique Barón ha sido derrotado ha transcurrido sin nada anormal ni escandaloso. Nosotros lamentamos esa derrota y hubiésemos preferido su victoria.
Pero la votación ha tenido lugar dentro de una lógica que es consustancial con el Parlamento de Estrasburgo. Los laboristas británicos han votado naturalmente a Barón, lo que ni siquiera ha merecido comentario en el Reino Unido. Y tan natural ha sido que los diputados españoles de derecha votaran al candidato de derecha, fuese o no británico.
La elección secreta del presidente del Parlamento Europeo permite, por otra parte, que las fronteras estrictas de los partidos se puedan romper en mayor o menor medida. Por ejemplo, el socialista holandés Pieter Dankert fue elegido en 1982, en la cuarta vuelta, gracias al papel destacado que había cumplido defendiendo posiciones europeístas muy firmes frente a los órganos ejecutivos de la CE. Gozaba de un prestigio muy superior al de su contrincante, un democristiano alemán sin relieve, y así obtuvo incluso votos conservadores. Con la excepción de Simone Veil, no han optado a la presidencia de Estrasburgo figuras de primer plano.
Sir Heriry Plumb no gozaba, ni goza, de una aureola así, y su derrota hubiera sido posible, pero había que tener en cuenta algunos condicionantes. El principal era el hecho de que en 1984 Pierre Pflimh había obtenido el voto de los conservadores británicos a cambio del compromiso de los democristianos de votar en 1987 a un conservador británico. Desde ese punto de vista Barón ha hecho un papel nada deslucido, mucho más si se tiene en cuenta que los diputados españoles, como los portugueses, no han sido aún elegidos directamente, y eso era algo que le perjudicaba de antemano. Pero ni el honor nacional ni el papel de España en Europa andaban en juego en esto. Sólo una aspiración personal y de partido.
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