Cinco años, errantes en busca de hogar
La odisea de 108 indios kekchi que huyeron por los montes de Guatemala tras una matanza
En Cobán, capital del departamento guatemalteco de la Alta Verapaz, 213 kilómetros al norte de la capital, viven, hacinados en un antiguo hospital, 108 indígenas que el pasado julio llegaron allí después de una odisea de casi cinco años de vagar por las montañas, con mujeres y niños. El lugar donde residían y cultivaban la tierra tuvieron que abandonarlo tras una matanza del Ejército guatemalteco en 1981. Ahora esperan desde hace seis meses ser reubicados y recibir tierras para cultivar. Un enviado especial de este periódico visitó a los supervivientes de la matanza y de casi cinco años de nomadismo por las montañas de Guatemala.
Todo empezó el día en que surgió la desunión entre los indígenas kekchi que cultivaban la tierra en forma comunitaria. "Había tres que tenían pisto (dinero) y no estaban conformes con explotar la tierra en común", explica un indígena; ellos nos acusaron al Ejército de dar de comer a los guerrilleros, empezaron a inventar que éramos comunistas, pero ni sabíamos lo que era eso".El Ejército llegó a las cuatro de la madrugada del domingo 20 de septiembre de 1981 a Semuy, donde vivía la comunidad, en un pueblo perdido, por carreteras apenas transitables. Juan, el catequista y líder de la comunidad, que la guió durante casi cinco años por los montes, explica que su mujer se despertaba siempre a las tres de la madrugada y "me avisó", dice. "Oí los gritos de la gente y cómo la agarraban. Me fui huyendo solo, y mi esposa, que tenía a la niña de dos meses, se quedó. Le quebraron la puerta de la casa y dijeron que mi casa era un destacamento de la guerrilla. Aquel día mataron a 34, y al día siguiente encontraron los cadáveres de 20 tirados por la carretera. Del resto nunca supimos nada".
La hermana de la Caridad sor Julia de Teresa, que atiende a las necesidades del grupo indígena, dice que Juan es "un verdadero Moisés que condujo a su pueblo durante cinco años por las montañas". Juan tiene hoy 30 años. Aquella madrugada del domingo de la matanza, relata, "prendieron fuego a mi casa y me fui con lo puesto y mis biblias en la mano. Fuimos huyendo uno a uno. Mi esposa estuvo perdida seis semanas". Uno a uno se reunieron en la montaña, donde vivían a base de maíz asado.
Sin responder a los ataques
Estuvieron cinco años "huyen do, huyendo nada más". "No respondíamos a los ataques porque la palabra de Dios nos prohíbe responder. Huyendo con las mujeres y los niños
Pos hijos de Juan nacieron du rante la huida. Muchos perdie ron la vida a causa de las enfer medades y los encuentros con el Ejército y los grupos armados de las llamadas Patrullas de Autodefensa Civil (PAC), creadas por los militares guatemaltecos para combatir la guerrilla. La comunidad trataba de sembrar su maíz en la montaña y criar gallinas y otros animales, pero muchas veces no llegaba a recoger la cosecha. El Ejército llegaba y la quemaba y se llevaba los animales.
Un día se cansaron de vagar por las montañas y decidieron regresar, pero se encontraron con las patrullas, que los recibieron a tiros. El catequista y líder de la comunidad explica: "Agarramos 40 días y 40 noches, orando. Pedíamos a Dios que resolviera el problema. Empezábamos a orar en medio de la noche y pedíamos a Dios que nos diera lo que le pedíamos" Un día encontraron a un hom bre que iba a cortar leña. Juan por medio de él, envió un mensaje a urí sacerdote, que no dio crédito a lo que leía. Pasaron cuatro meses y volvieron a encontrar de nuevo al hombre que cortaba leña. Le metieron un mensaje en un bolígrafo para que lo entregase a la Iglesia. Tenían miedo de caer en manos del Ejército.
El cura avisó al obispo de Cobán, que se puso en contacto con el gobernador. Esto ocurrió a mediados del año pasado, cuando ya en Guatemala había un Gobierno elegido democráticamente, pero "nosotros no sabíamos nada del cambio de Gobierno", dice Juan. La comunidad se puso en marcha y "llegó el gobernador, monseñor, los bomberos y los licenciados cuando [las patrullas] ya iban a dispararnos".
Sor Teresa explica que hay otros casos similares al de la comunidad kekchi. Otro grupo que quiso hacer lo mismo el pasado mes de agosto, tuvo peor suerte, cayó en manos del Ejército. "A dos los fusilaron delante de sus hijos porque dijeron que eran asaltantes de caminos. ¡Pobrecitos!", exclama la monja.
Desde mediados de julio viven los kekchi en Cobán. Esperan recibir tierras para cultivar. Entre tanto trabajan eventualmente en lo que surja cada día. Juan, que la pasada quincena ganó 116,68 quetzales (5.834 pesetas), explica: "En la montafía no había nada y aqui nos pueden curar cualquier enfermedad". No quieren volver al pueblo donde vivían en 1981 porque allí están todavía los que les denunciaron al Ejército y les acusaron de comunistas. "Dicen que son buenos, pero no sabemos cómo son por dentro", afirma Juan, y añade: "No queremos ir lejos. Estamos dispuestos a trabajar. Pensamos que es mejor juntar un poco de pisto (dinero) y comprar tierra".
Esperan una solución desde hace ya varios meses. "Dios quiera que consigan las tierras cerca de aquí, pero hasta ahora no ha habido más que promesas y promesas; no se ve nada claro", dice la monja.
La ocultaciónde Juanito
J. C.Un día llegó el Ejército, y en la huida, Juan perdió a su hijo, Juanito. Con otro niño de su edad, Juanito se escondió deba o de un montón de basura. Los soldados pisaron por encima sin descubrirlos. Juan cuenta: "Pasaron tres días y pensamos que los niños habrían muerto. Nos buscaba la patrulla y el Ejército. De repente nos gritaron 'papá, estoy aquí y tengo hambre'. Los niños aparecieron después de tres días bajo la basura. Tenían la cara comida por las hormigas"
Hoy día, Juanito juega al fútbol en el exiguo patio del antiguo hospital de Cobán, donde los 108 supervivientes se amontonan, cocinan y duermen en espera de una solución de sus vidas. De los 108 hay 58 niños. La hermana de la caridad dice que llegaron afectados de desnutrición, parasitismo y enfermedades respiratorias. Venían con la piel pegada a los huesos.
Juan es el único indígena que habla español. El resto sólo se expresa en su lengua nativa, el kekchi.
Gregorio, un hombre que a duras penas sobrevivió a una herida de bala que le atravesó el ojo, explica que "más de 30 murieron de enfermedades, de hinchazón y calentura". Cuando Gregorio llegó a Cobán, dice la monja que "tenía una infección tremenda. Era horrible bajo una tela que se le había formado sobre el párpado". Ahora ya lo tiene limpio y espera que le pongan una prótesis en el ojo, pero cuesta 1.300 quetzales (unas 65.000 pesetas), una auténtica fortuna para un guatemalteco pobre.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.