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Un sentimiento anacrónico

El problema de la violencia constituye una inquietud generalizada en la sociedad actual. En cierto modo comporta un sentimiento colectivo de inseguridad que en el mundo moderno debería ser tenido como algo de por sí anacrónico. A una sociedad que ha conseguido altas cotas de seguridad y bienestar en determinadas áreas le repugna la concreción del hecho violento, y justo por ello resulta más intolerable y engendra una profunda preocupación-colectiva (inseguridad ciudadana).

Que la violencia ha existido siempre parece algo incuestionable. Pero que en la actualidad se tiene más sensibilidad con respecto a dicha cuestión, también es evidente. La gran expansión informativa de los medios de comunicación de masas constituye una toma de conciencia colectiva que comporta un decisivo primer paso para encauzar y encontrar solución al problema.Con el incremento de la violencia en la sociedad moderna se ha producido una especie de fracaso de las predicciones que llevó a cabo la denominada criminología clásica con respecto a la ley de la evolución de la criminalidad. El positivismo criminológico italiano (Nicéforo, Ferri, etcétera) pronosticó la disminución de la criminalidad violenta y el incremento de la delincuencia fraudulenta contra la propiedad, en la medida en que el nivel de desarrollo y de civilidad fuese en aumentó. Esta formulación ha encontrado lo que Bobbio diría "dura réplica de la historia": no ha disminuido el atavismo ni ha aumentado la delincuencia con motivación altruista, puesto que más bien ha sucedido lo contrario. Se comprueba la existencia de una concreta degeneración de la delincuencia altruista, que se encuentra impregnada de la mayor regresión atávica. El delincuente por convicción, la delincuencia política en sus respuestas más evidentes, ha incorporado estructuralmente la violencia y el atavismo más primario.

El estudio de la violencia es un motivo común de preocupación no sólo de los criminólogos, sino también de los sociólogos, psicólogos, gobernantes, en los países del área occidental. Prueba de ello es que, en los últimos cinco años, se han publicado más de 6.000 monografías sobre la violencia en lengua inglesa.

Las tensiones generacionales, familiares, laborales (paro), políticas (terrorismo), económicas, universitarias, etcétera no hacen más que expresar la existencia de una sociedad estructuralmente, violenta que genera incluso la aparición de una propia subcultura que no repudia en absoluto el fenómeno violento. De suerte que se imponga, pues, una especie de revisión cultural debido a que la violencia no sólo no es ajena a nuestra cultura, sino más bien un producto de ella. La fiebre del consumismo, la desaparición de una jerarquia más o menos consolidada de valores y la virtualidad de un pragmatismo materialista, ausente de ética y de solidaridad humana, van a ser un criterio nuclear sobre el que se gesta la objetivación del hecho violento.

Anonimato de la ciudad

Carlos María de Landecho señaló ya en 1971 tanto la migración interna como la migración externa, que constituían, según su opinión, unas nuevas "directrices de la actual criminalidad en nuestra nación", y que pueden ser consideradas como factores propiamente nuestros, no integrados en el cambio político.

De modo, que si se tienen en cuenta hechos como es el de que un tercio de la población española pasara a vivir, en menos de 10 años, de municipios inferiores a 10.000 habitantes a grandes núcleos urbanos (Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao, Sevilla, Vigo, etcétera), impreparados para esa masificada recepción, y con ciudades satélites de más de 100.000 habitantes, sin mínima infraestructura, y la deshabituación producida en esa población que cambia de una vida rural a una suburbial industrializada, no tendrá nada de extraño, más todavía, es una consecuencia lógica, el aumento de la criminalidad ,violenta. La mayor facilidad en la consecución de dinero, el anonimato de la gran ciudad, el cambio radical de vida, de entorno, de costumbres, la inseguridad que significa todo proceso de brusca adaptación, etcétera, van a constituir una proyección constante hacia el delito violento.

El rápido desarrollo económico que se produce en la España de los sesenta también repercutirá en un incremento de la criminalidad violenta. Las expectativas de un cambio radical económico hacia arriba, la configuración de una sociedad osada y rebelde en la que todo es posible, en la q-ue se debilitan los deberes y en la que los poderes públicos no fueron suficientemente previsores, ha gestado a corto plazo una eclosión de la violencia. Ese cambio económico va a hacer que florezca asimismo una vida sin descanso, el pluriempleo, el trabajo vertiginoso; la configuración, en suma, de una sociedad neurótica por la insatisfacción que el consumismo comporta, y delincuencialmente violenta, pues conseguir con un gran golpe mejorar de fortuna no se presenta subjetivaménte como una operación ni mucho menos difícil.

No sólo no va a disminuir la ingestión del alcohol (causa inmediata más importante de la delincuencia violenta, específica de España), sino que además de aumentar se verá acompañada y fortalecida por el mayor consumo de drogas, que tiene ya una alarmante curva ascendente en nuestro país.

El crecimiento económico, unido al incremento de la natalidad, que alcanza sus cotas más altas en los años sesenta, va a producir una mayor exigencia en la cantidad y calidad de los servicios públicos en general, que al no tener cabal e inmediata respuesta creará una masificación desatendida y en cierto sentido deshumanizada, por gregaria, mecanicista e impersonal, que intensifica en todo caso las causas del comportamiento violento.

A pesar de las modificaciones legislativas habidas, el llamado caos carcelario constituye un factor relevante que no puede dejar de ser subrayado. Sus raíces son profundas, y la imprevisión política de años hace sufrir, especialmente en momentos de cambio, sus- graves consecuencias. Las cárceles no cumplen la función para la que están concebidas, por su precariedad e insuficiencias de todo género; son auténticos nidos formativos de violencia.

El terrorismo organizado, que aparece durante el régimen anterior y que se hace sistemático con el actual, constituye un factor de primera magnitud. Su persistente actuación contra las fuerzas de orden público produce una especie de desmitificación de los poderes del Estado y será mimetizado por los delincuentes no específicamente terroristas. De manera que no sólo en sí constituye ya una manifestación de la violencia, sino que la fomenta y fortalece,

Puede decirse que la violencia, ni su expresión delincuencial,no va a desaparecer de modo espectacular y rápido. Se trata de un fenómeno que sé gesta lentamente y que también lentamente irá disminuyendo.

Conviene precisar sobre todo que deben descartarse lo que pudieran ser actitudes puramente emocionales. La cuestión, por tanto, no estará ni en el restablecimeinto de la pena de muerte -como se ha dicho, y que, por lo demás, ha demostrado su ineficacia- ni tampoco en un mayor endurecimiento de las penas privativas de libertad. Como ya se expresara Beccaria, no es -la mayor crueldad y extensión de la pena, sino su infalibilidad, lo que constituye un arma eficaz en la lucha contra la criminalidad.

La modernización y fortalecimiento del aparato policial en medios materiales y una formación técnica actualizada de su personal, así como la justeza y rapidez en la administración de justicia, dotándola de los medios necesarios para que se le pueda exigir la eficacia requerida, son instrumentos indispensables para una acertada política criminal contra la violencia. En ese mismo sentido, debe subrayarse la plena realización de la reforma penitenciaria, intensificando un plan de inversiones en establecimientos y de perfeccionamiento de los funcionarios.

Desde otro punto de vista, la disminución del paro se presenta como una solución enormemente significativa para el descenso de la criminalidad violenta. El esfuerzo que debe hacerse en el ámbito educacional es una de las mayores aportaciones de la disminución de la criminalidad violenta a través de una acertada, política educativa y más ampliamente cultural y social en la que se repudien estructuiralmente las concreciones violentas.

No debe contemplarse con desesperanza el panorama, y sí tan sólo con preocupación, para que se pongan los medios específicos de erradicar algo que resulta anacrónico en una sociedad moderna y civilizada.

es catedrático de Derecho Penal de la Complutense.

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