_
_
_
_
Tribuna:LECTURAS DE AÑO NUEVO
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La bonita historia de 'La Legionaria', la Conchi Galán y el Chulo Málaga / y 2

A Antonio Gala y a Augusto DelkáderCalcúlate tú cuando una mañana, a eso de las diez y media, y después de hacer la cama de matrimonio, se encuentra la Conchi al marido de rodillas por el suelo esperándola en medio de la cocina, temblando como si le hubiera entra o el baile de San Vito, y con un angustión, mirándola con un angustión que parecía que iba a caer malo: ya tú sabrás también lo que es morirse por unas carnes. Y que yo estoy en que, a quien no le haya pasado eso, se va de este mundo sin enterarse de que vino, hay que ver. Ni media palabra le dijo el hombre a Conchi, porque es que ni le salía la voz de la boca, pero aquello estaba más claro que el agua, y ella, al ver al relojero así tan fuera de hora, le dio pena de él, que de esa pena fue la que él se aprovechó para llevársela a la cama grande.

Me contó Conchi que no atinaba ni a desnudarla y que, en cuanto le echó abajo el sostén, le metió la cara entre los pechos, quieto-quieto, sin hacer de momento más ná, y que así se estuvo, como una criatura chica y resollando bajito, un cuarto hora largo, que ella también estaba ya con ganas porque cuando una siente que un hombre está así con una, pues a ver. La de veces que me habré visto yo en lo mismo.

Y aquello salió bien, pero, a la que hacía dos, le da a la relojera por volver de la plaza a las once la mañana, cuando andaban en lo mejor: a las once y cuarto ya estaba la Conchi en la calle con su hatillo. Y después de almorzá, si es que almorzó, fue cuando el Málaga la llevó a casa la Barquillera y la metió, me acuerdo como si fuera hoy.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Llegaron, él empujándola, él la echa a un lao detrás de la cancela; ella allí, con su cabeza baja y un moretón en la frente, y el Málaga se está un rato adentro haciendo el trato con la Barquillera para que la Conchi se quedara ya. Que se quedó. Familia ella no tenía que tener, por lo menos en Cadi, no. Pero nunca me habló de eso, y una vez que se lo pregunté, me dice: "Déjalo, déjalo". No me dijo más.

Y el Chulo se salió ligero con la suya, porque aquel bombóm de Viena cómo no iba a ser negocio, por Dió. En los primeros días había hasta cola para irse con la Conchi. Hasta cola había. Y el Málaga, forrándose, porque había quedao con la encargá y con la señora en que era él quien iba a cobrar lo de Conchi, dando un tanto, y en que entraría y saldría de allí tres veces por día (contando las noches, claro), y estar con la Conchi a su antojo si no estaba ocupá con ningún cliente, y sacarla a la calle cuando tuviera ella que salir. Pero lo que pasó desde la segunda o la tercera semana fue que ya él no iba por la Barquillera más que a trincar y a acostarse con ella de cuando en cuando para cumplir y tenerla aguantaíta: ¡un hijo puta por donde se mire, ya podía decir don Rogelio lo que dijera.1 Y ella, encima, con la foto en lamesilla de noche y venga a mirar la foto las 24 horas, que también se colaban a mirarla las cinco o seis tontajas que andaban de culo por irse con él; si a más no viene, hasta envidiándole a la Conchi los padecimientos, ¿seremos ... ? Bueno: a aquella de Sevilla también llegó él a mangarle bastante, que lo sé. Y, aunque no fue más que un día, hasta a mí me picó una curiosidá de acostarme con él, a ver qué pasaba en la cama con ése hombre... Una curiosidá fue, más que unas ganas grandes. Sino que dije: "Ay no, porque aunque no lo puedo ver, lo mismo se forma un lío: que no". Y es que otro día había estado el Chulo Málaga con la de Sevilla por la tarde y yo me encerré en el cuarto de al lao, que era como un lavadero oscuro con muebles viejos y una puerta que daba a la alcoba de ella, y hasta se veía la cama un poco por el boquete de la cerradura. Y los suspiros y los quejíos y las palabras locas de la de Sevilla, y las voces 'de gusto que daba con unas posturas rarísimas que la puso él, y el mando de ese hombre en la cama... La verdá es que me quedé algo impresionaílla. Sobre todo cuando, teniendo que andar ya más que satisfecha, la mujer le estuvo rogando y llorando que no se fuera, con un emperre que. se iba p'arriba contra menos la miraba y menos caso le hacía él. Yo no sé si es que les daba algo. Y bueno: acostarme con él, aunque él fuera tan despreciativo y tan insultativo, claro que me hubiera acostao, eso lo sé yo. Porque él estaba al tanto de que m'e teníaen contra, y ésos así, hechos a tener a los pies a las mujeres y a traerlas al retortero, se empican con la que no echa cuenta de ellos y la quieren domar, aunque no sea más que por salirse con la suya y aunque ella no les guste. Que yo, además, le gustaba, cosa que se nota siempre. Asín que, de haberme empeñao yo, que estaba en mis tiempos mejores y con tanta o más clientela que la Conchil me lo pongo encima pero que ya. Y no creas que no tuve que aguantarme, no creas; si llego a estar con poco trabajo, a lo mejor me cuesta más aguantarme y, si se emparej a, lo mismo caigo, que yo me conozco. Pero con tanto hombre, uno detrás de otro, a ver: qué más da dejar el tocino o la morcifia, si me estaba comiendo un cocido enterito.Y. .. sí, eso es... Por aquellos días fue también cuando empezó a aparecer don Rogelio el viejo por la Barquillera. Verlo por allí me dejó tiesa de momento, porque no sé lo que pensé, dije: 11 ¡Pero si lo que éste está ya pidiendo es el santolio!, ¿qué hace aquí? Y además, sin un duro". En seguida me di cuenta de que no venía en ese son y de que no eran más que las diez o 1 -as once'la mañana, oliendo todavía la calle al café de los desayunos de El Serrallo Cafés, Vinos y Licores.

-Mira -me dice-, que quería yo hablar con esa muchacha y distraerla un rato; ésa que vendía las quincallas, la guapa, que me han dicho que para aquíy que está en un achuchón malo. Vengo como su tío, ya sabes tú. El tío más viejo que ella tenga.

Le dio al verla dos o tres besos en los cachetes y ya se las apañaba para aparecer por allí cada dos o tres días, pero con una maña grande, en plan simpático con la señora y siempre sin hacerse el pesao ni el cura, y cogiéndole las vueltas al Málaga pa no encontrarse con él; se conoce que don Rogelio se había quedado preocupao con los llantos de la Conchi en la plaza de las Flores y se las arregló para dar con ella. Se apartaban en dos butaquitas por atrás de las macetas del patio, media hora o menos, y allí, chucuchú-chucuchú, ella venga, y eso que no era de mucho charlar. Noté yo que, poquito a poco, como que la Conchi miraba y hablaba y se movía de otra manera, no sé como explicártelo: ya sin tanto agobio y sin tanto achantamiento. Ahora: pa mí que si don Rogelio no llega a aparecer, ella hubiera salido lo mismo de su achuchón, la verdá: lo que es que él se daría cuenta de por dónde iban los tiros y, como le había tomao un aprecio, le aligeró la cosa. Bueno, creo yo que fue así; a lo mejor me estoy equivocando. Quién sabe ná.

Uno de esos días me encamé con la Conchi por la mañana. Entiéndeme: así, en plan de amiga; ya te conté otra vez que yo, de mujeres, no tuve que ver más que con una Paqui y al principio; ya luego, siempre hombres. Pero, hija, gustarme lo bonito, eso siempre, hombre o mujer o perro o gato o un ramo de flores.

Y me estoy queriendo acordar de que aquella vez, sí, seguro, aunque para lo que había ido yo al cuarto de Conchi fue para que me contara sus cosas y yo las mías, me dio por desnudarla en la cama así despacito y empecé a pasarle las manos por aquellas carnes apretás y oscurillas, cosa más bonita, y qué olor de cuerpo el suyo; el cutis, suave como jabón del caro, y qué pelo, como el ala del cuervo, y qué piernas. Y los pechos. Esos pechos que, cuando le anduve un ratito en ellos, me tuve que parar porque es que ya estaba la Conchi inquietorrona, como poniéndose a tono y, si me descantillo, yo también, cualquiera sabe; yo no he visto una cosa por el estilo. Y que en belleza de pezón, lo que es en eso, hasta se llevaba por delante a la Cantúa, me parece a mí. Pero, en fin: paré (que no me paró ella, ¿eh?, paré yo), porque eso podía irse p'arriba sin comerlo ni beberlo, y eso no era asi; asín que yo: ¡quieta, Legionaria!.

Y luego, sin que yo le preguntara, aunque estaba deseando, ya me estuvo contando la Conchi que iba a hacer lo que fuera, que no podía vivir y que ya había llorao y pasao con el Málaga todo lo que tenía que pasar. Yo la escuchaba sin hablarle, porque yo ya sabía lo que era eso y que, después de unos días malos-perros, te deja luego igualito que la marea vacía deja a La Caleta, desahogá y tranquila. Pero el agua tiene que irse por su pie, a la fuerza no. Y acabé fijándome en que ella ni me había mentao a don Rogelio, cuando yo me figuraba que él le estaba echando un cable así, a su aire, sin consejitos y sin asustarla ni atosigarla: que a lo mejor por eso mismo ni me hablaba la Conchi de él, porque ni se daba cuenta de que le estaba echando ese cable. Que pa mí es así como tienen que echarse, digo yo. Pero de pronto me lo sacó a don Rogelio, dice:

_Ay, ese hombre, lo que ha tenido que ser. ¡Sabe más ... !

-¿Y tú lo entiendes siempre?-Siempre no.

-¿Pero de qué te habla?

-De muchas cosas, muchas. Lo de la cuerda. Las cuerdas al cuello. Que les caen a tó el mundo por esto o por aquello. Y que hay que sabérselas quitar.

-Ya, ya.

-Vamos a salir -me dice de pronto la Conchi.

-¿Sin tu hombre?

Lo pensó, se le empezaron a saltar las lágrimas, pero, con las lágrimas saltadas y todo, se levantó, se lavó, se vistió, se peinó, yo me eché un vestido y nos fuimos. Más de una hora no estaríamos fuera, y ella no despegó la boca en tó el tiempo; me acuerdo de eso porque es que yo estaba muy pendiente de Conchi, me daba pena y rabia las que estaba pasando.

Aquella noche llegó a la Barquillera un amigo mío embarcao y se quedó conmigo de dormida, un contramaestre machucho, bruto, pero que estaba muy bueno, Damián, y yo, medio mosca con lo de los toqueteos por la mañana a Conchi, me desquité con él, pero a base de bien; si aquella noche no me fui seis veces con Damián, no me fui ninguna; asín que yo de tortilliti, tururú. De eso, nada. Y no es que estuviera intranquila: yo ya saIbía que seguía en lo mío. Pero, de todas formas, como las cosas cambian de un día al otro y muchas veces ni te das cuenta... Damián tampoco se cansaba. Dormimos bien también, a gusto, y el último me lo echó rayando el día y a la bulla, ya poniéndose la gorra y con un pie camino del barco.

Esa misma mañana fue la que yo me senté con la Conchi y con don Rogelio atrás de las macetas del patio, porque él me vio llegar y me llamó. Y yo sé que no le habló a Conchi ni media palabrita de lo de ella, no estuvo diciendo más que lo que es la libertá-verdá, que él decía que estaba por dentro de cada uno y no por fuera, pero no como yo te lo. estoy diciendo, sino bien. Y esa misma mañana, cuando él se había ido, la Conchi se fue al rato pa la señora y le dijo que ya ni una gorda más al Chulo Málaga, que ella quería cobrar su trabajo y que al Málaga, bueno, pues que seguiría viéndolo, pero que de dinero,a él nada porque, si no, se pasaba a la otra casa. Y la dueña, al momento: "No, hija, irte no, que tú estás aquí bien y yo también estoy bien contigo"; como que se le iba a la vieja un jalón de duros si la Conchi mudaba ese conejo. Y luego: "Bueno, pues yo te doy a ti el dinero y, si iú quieres, yo le hablo". Y Conchi: "No: tengo que hablarle yo; antes o después yo soy la que tiene que hablar con él". Y yo la veía acobardaíta y blanca como' el papel, siendo morena, pero que, así de la noche a la mañana, aquello del Chulo Málaga estaba ya echando el cierre y que, aunque la matara, no iba ella abajarse ya del burro, asín que le digo:

-Cuando tú hables con él, vas a tenerme a mano por allí cerca, y si te viene bien me llamas.

No me contestó, se fue a su alcoba y un poquito más tarde la escuché de llorar.

Se va la mañana, se cuela el gachó cuando estábamos sentándonos a almorzar y se queda Conchi con él en el patio: casi no hizo más que empezar a hablarle cuando le levanta la mano el Chulo Málaga. Pero la Conchi ni volvió la cara ni agachó la cabeza, y lo miraba de una formaqÍue yo me di cuenta de que a él le parecía como que estaba viendo a otra. A mí me cogió que tenía en la mano la espumadera llena de arroz con tomate, que me lo iba a echar en mi plato. Me levanto y se la tiro al hijoputa, que le di en toa la caja'l pecho, y se va la se ora para él, defendiendo su pasta: "Usté coge la puerta ahora mismo y no vuelve, que, si no, pa eso están los guardias. ¡A la calle, pero ya! Y si vuelve, yo sé a quién tengo que hablarle de esto, ¿estamosT'. Porque, además, la Barquillera, uy, cuando se ponía en ese plan ' había que echarse a temblar.

Total: que el Málaga se quitó de en medio y que, todo lo que salió diciendo de que iba a hacer y a deshacer sonaba a lo que fue: a ná y a mierda. Como que ya no apareció ni la Conchi volvió a verlo. Que se le arrugaron las criaíllas.

Ahora: la Conchi... bueno,es que... claro... le..., que le había cogido el final un poquito antes de la cuenta; eso sería... A lo mejor, tres o cuatro días más y ya no lo hace... Ay... Como a las siete de la tarde, pues se metió otra vez de pronto en su cuarto y se tomó un tarrito de lejía casi entero, que me dio a mí por entrar de golpe porque me pegó fuerte la lejía en la nariz y... Cuando se la estaban llevando pa I'Hospital de Mora me hablaba con un hilo de voz, pero oye, sonaba como si me lo estuviera diciendo a gritos limpios:

-Esto también es la libertá, ¿no, Horte?... También.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_