El olvido del pasado
Junto a su mediterraneidad, España es también un país excepcionalmente atlántico; precisamente, nuestra faz americana completa el precio o el privilegio de nuestra originalidad. Pero así como, bajo el franquismo, hubo un ocultamiento de nuestra dimensión mediterránea, al socaire del entendimiento verbal con los regímenes árabes más reaccionarios, nuestro americanismo también quedó ,sepultado bajo el peso del ropaje teatral de la hispanidad y el compadrazgo con las dictaduras de turno y las oligarquías dominantes. Fueron unas relaciones, en todos los supuestos, de las que estuvieron ausentes los pueblos.Pese a las desventuras del pasado, no parece tarea imposible plantear las nociones de aproximación y de acuerdo desde un prisma más realista y protector de lo esencial, por encima de los azares de la política menuda. La receta consiste en acentuar lo que aproxima y en reducir lo que distancia, centrando toda la atención en el fenómeno exclusivo que aglutina a España con los pueblos americanos: el hecho cultural. Pero en el entendimiento de que se trata de un cultura unificadora y diferenciadora; anfictiónica, que diría Octavio Paz. Debe olvidarse definitivamente que España tuvo un pasado imperial; olvido que no es ignorancia, olvido que ha de reflejarse en los gestos políticos y en los mensajes intelectuales. Más exactamente: la hispanidad no puede ser un culto al pasado remoto, sino un reto al futuro como proyecto común iberoamericano.
V Centenario
Ha cundido el alborozo, en los últimos tiempos, con los fastos prometidos para la celebración del V Centenario del Descubrimiento, regocijo acompañado de no pocas dosis de provincianismo. Una cierta mesura debería atemperar el intempestivo jolgorio, máxime si se combinan las vacilaciones de los organizadores con las reservas de algún que otro Gobierno americano o, lo que es más inquietante, con la indiferencia que suscita el aniversario en los niveles más populares a los dos lados del Atlántico. En sus términos justos, 1992 es un buen año, tanto como cualquier otro, para recordar la problemática actual, heredada de aquel encuentro, y, pese a sus contradicciones, sus servidumbres y grandezas, que siempre es fórmula encubridora, la constitución de un círculo cultural y geopolítico, posible emblema del 1992, que aun no se ha materializado. Y, ya lanzados al fervor de la efemérides, recuérdese que en 1989 se cumple el medio siglo de la llegada del exilio español y republicano a tierras americanas. En aquel 1939 y en los años que siguieron fue, indudablemente, cuando se produjo el más rotundo y eficaz descubrimiento -entre españoles y americanos. Todavía queda mucho por decir de tan sorprendente hallazgo.
Conmemoraciones aparte, ¿cuáles serían las bases sobre las que tendría que fundamentarse una diplomacia española distinta en Latinoamérica? Vaya por delante el reconocimiento de que se han dado ya pasos considerables en una dirección nueva, pero que habrán de consolidarse y aumentarse. No se discute. que el talante de los Gobiernos tanto de UCD como del PSOE han demostrado una innegable sensibilidad ante Latinoamérica; que la proyección del Jefe del Estado español, como pacificador y demócrata, es quizá una de nuestros mejores avales ante los pueblos americanos, y que, tras ciertas vacilaciones, la andadura actual del Instituto de Cooperación Iberoamericana está consiguiendo que se archiven aquellos odiosos comportamientos del Instituto de Cultura Hispánica.
Una vez admitidos los anteriores presupuestos, nuestra acción exterior en Latinoamérica, para ser eficaz, debe conectar con las aspiraciones populares y, en la medida de las posibilidades, hacerlas suyas. Democracia y desarrollo son las dos grandes demandas latinoamericanas, no muy lejos, por cierto, de los propios desarios españoles. En consecuencia, la presenoia española ha de ser constante en todos los foros negociadores centroamericanos (Contadora, fundamentalmente) y ha de posibilitar todos los procesos democratiz adores. Lógicamente, también tendría algoque decir en lo tocante a la deuda externa, en su condición de país acreedor, y olvidar un tanto los buenos negocios a corto plazo, especialmente si se trata del comercio de armas. Por lo demás, una diplomacia española para Latinoamérica no puede descuidar en ningún momerito al país que se llamó, y sigue siendo, del futuro: Brasil, entre otras cosas porque cualquier proyecto diplomático global en el continente americano, sin la presencia brasileña está condenado al fracaso.
Quizá quepa preguntarse si nuestra actual caracterización como país otánico y comunitario puede tener alguna incidencia en nuestra actuación en Latinoamérica. Con una mínima racionalidad, aquí es donde debe ubicarse el diseño de una diplomacia nueva. En una primera aproximación parecería que nuestro compromiso atlántico carece de proyección latinoamericana; no obstante,
cuestiones como la de las Malvinas todavía británicas y la presencia estadounidense en Centroamérica y en el Caribe aconsejan un juicio más matizado. España no puede, ni muy de lejos, y por todo tipo de razones, apoyar, silenciar o encubrir por omisión cualquier actuación imperialista o colonialista en todo el continente. Esposible que la prueba, si se presenta la ocasión, permita, calibrar la flexibilidad o la rigidezde nuestra permanencia en la Alianza Atlántica; pero es que, además, sobrevenida la hipótesis del conflicto, nuestro respaldo a la soberanía latinoamericana no puede contentarse con la pasividad o el buen pasar de una declaración condenatoria y paralizada en los principios. Habrá de ser una diplomacia activa y comprometida en todos los niveles y e n todos los foros.
En lo que atafle a nuestra condición de n-úembro de la Comunidad Europea, es bien sabido que las instituciones comunitarias, aunque tardía y escasamente, dispensan alguna ayuda a determinados países centroamericanos. España está obligada a tener un mayor protagonismo en la canalización y distribución de los recursos, sin ningún condicionamiento o distingo ideológico. Evidentemente, la ayuda proporcionada habrá de evitar dos senderos viciados: la caracterización como obra benéfico-asistencial y la utilización como instrumento de penetración ideológica y sometimiento económico. Así como tampoco deberá descuidarse la aportación que, junto al urgente desarrollo, más necesitan los países latinoamericanos, cual es el sector de las transferencias de tecnología. Y, finalmente, ya que la atención a los alimentos terrenales no está reñida con otras prioridades, emplear a fondo el foro proporcionaáo por el Parlamento Europeo, donde hay mucho que decir en lo referente a los sistemas totalitarios latinoamericanos y aún más que impulsar en el reforzamiento y protección de las todavía frágiles democracias. España, mediante su posición en Europa occidental, debe ampliar el ejercicio de la solidaridad que a todos incumbe en la liberación efectiva, política y económica, de los pueblos latinoamericanos.
Un boceto
Indudablemente, este proyecto, un simple boceto, puede ser mejorado, pero las bases mínimas son las expuestas. Con losrequisitos previos del respeto alas respectivas soberanías nacionales y la necesaria volunta.política de actuación, el problema de este modelo de actuaciónconsiste básicamenteen articularlo coherentemente y dotarlo de los medios materiales y humanos pertinentes. Los mismos recursos económicos del Instituto de Cooperación Iberoamericana, por cuantiosos que puedan resuItar en los Presupuestos Generales del Estado y aun teniendo en cuenta los incrementos habidos en los últimosaños, están todavía bajo mínimos; otro tanto puede decirse de la Secretaría de Estado para la Cooperación. La acción política no depende solamente de voluntarismos y propósitos, sino muy directamente de las disponibilidades económicas. Por otra parte, el principio de que todos los servidores del Estado, por el mero hecho funcionarial de serlo, resultan aptos y competentes ha de compensarse coi! alguna que otra corrección. Nuestras embajadas en Latinoamérica, y,es una regla de aplicación universal, no pueden ser, de ninguna de las maneras, escalones a los que se accede por el mero decurso del tiempo o el funcionamiento mecánico del escalafón. Nuestro servicio diplomático, por criticable que pueda ser -y lo es, al igual que cualquier otro servicio estatal-, resulta particularmente lastimoso por los profesionales desaprovechados en puestos inadecuados o congelados a la espera de circunstancias más propicias. Aunque rozamos un tema que requiere una atención muy particular: la especialización, mayor profesionalización y puesta 'al día permanente de nuestros agentes diplomáticos; cualificación superior que, si en términos generales es perfectamente exigible, se hace todavía más perentoria en nuestros diplomáticos destinados en Latinoamérica.
El punto final a estas consideraciones resulta obvio. España necesita desarrollar la acción exterior que como potencia media regional le corresponde. Nuestro actual sistema democrático, depurado tras 40 años de dictadura, está liberado de cualquier tentación hegemonista, que, a más de ser grotesca, chocaría violentamehte con los deseos populares.
Nuestro europeísmo, antes subliminado en la lucha por la democracia, ya ha sido reconocidoy está plasmado en sólidos vínculos contractuales; pero el europeísmo no es, ni debe ser, un narcótico adormecedor para nuestra acción diplomática o una excusa para nuestra pasividad internacional, entre otras cosas porque una autolimitación entre los brazos de la Alianza Atlántica y de la Comunidad Europea nos haría aún más vulnerables a los poderes dominantes del Norte. El actual Gobierno socialista tiene por delante toda una tranquila legislatura, hasta 1990.
No parece una petición desmesurada que de la política de los gestos -tan parcos por el momento, a más de polémicos-, y resueltas las grandes cuestiones pendientes, se pasase en los próximos cuatro años a la práctica de las definiciones globales y de los compromisos liberaliz adores. Somos bastantes los españoles que desde planteamientos ideológicos y profesionales seguimos pensando que nuestro sistema democrático debe encontrar un paralelo correspondiente en nuestra diplomacia.
Una acción exterior que afirme su soberanía nacional y su peculiaridad europea, fundamentándose en aquello que nos hace específicos: nuestro americanismo y nuestra mediterraneidad.
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