Los jóvenes avisan
CENTENARES DE miles de estudiantes de enseñanza media secundaron ayer la movilización por un mayor presupuesto de la enseñanza pública, y contra la subida de las tasas académicas y la selectividad universitaria. La irrupción en Francia de un movimiento estudiantil capaz de hacer dimitir a un ministro y de forzar al Gobierno a retirar un proyecto de reforma universitaria ha estimulado la aparición de movimientos similares en otros países, España incluida. Nos encontramos ante dos mimetismos: el que practican los estudiantes al manifestarse y el que practican los Gobiernos, atraídos por la fascinación que les suscita el modelo universitario norteamericano, más pragmático y conectado con el sistema de producción.El aumento de las tasas para acercar las matrículas a los costes del puesto escolar y el endurecimiento de la selectividad para disminuir los despilfarros derivados de la masificación y el abandono académico forman parte de las líneas que diseñan una nueva manera de entender la naturaleza de los centros de enseñanza. La Universidad europea, concebida como ámbito superior del conocimiento, se ha venido guiando por paradigmas distintos y muy alejados de las reglas mercantiles. Su tradición más humanista y especulativa ha seguido hasta nuestros días. También su carácter de definidora del clasismo social. Es más difícil llegar al poder en Europa, si no se es universitario, que en Estados Unidos. Junto a ello, la sociedad ha asumido a través de conquistas históricas la idea de que el derecho al saber, concretado a veces y por desgracia tan sólo en la obtención de diplomas, es algo que se debe garantizar a todos. Todos estos conceptos se hallan implicados en la actual protesta.
La batalla estudiantil contra la mayor selectividad o el aumento de tasas académicas se siente legitimada porque las modificaciones que se han hecho perjudican la situación de que gozaban. Algunas de las medidas adoptadas, por conflictivas que sean, siguen pareciendo necesarias para revitalizar una universidad desprestigiada e incapaz de situar a la inteligencia de este país en los niveles de modernidad y eficacia que la sociedad entera requiere. Como también se echan de menos actitudes complementarias del Gobierno que hubieran paliado el aumento del rigor.
Cuando se aumenta la selectividad y el precio de la enseñanza universitaria, es preciso hacer un esfuerzo mucho mayor del realizado en la política de becas, en la mejora de la calidad de la enseñanza pública y en la clarificación del mercado del trabajo para los jóvenes: para los que acceden a la Universidad y para los que no. Los jóvenes, sobre los que ha gravitado especialmente el peso de la crisis económica de los últimos años, suman a la dificultad social de encontrar un puesto de trabajo el obstáculo individual de encontrarse mal pertrechados profesionalmente. Ello no sólo explica el movimiento estudiantil de ahora, sino que lo justifica, al margen de los logreros políticos que se sumen a la movida. La agresividad de que hace gala, dirigida contra la política universitaria, podría, por lo demás, extrapolarse hacia una contestación más amplia. Durante demasiados años los estudiantes han conducido su insatisfacción hacia la música, la droga o la molicie. Ha bastado un hecho crítico en que aglutinarse para que su malestar alcance la calle y genere efectos políticos.
A diferencia de los movimientos de 1968, de ineludible referencia, los jóvenes de ahora no aspiran a transformar radicalmente la vida. Se conforman con que no se les elimine del derecho al trabajo y al saber. Debido a presiones corporativas o a ceguera política, en los últimos años, los sucesivos intentos de reforma de la enseñanza universitaria han tendido más a atender a las reivindicaciones de los enseñantes o a tranquilizar a determinados padres que a responder a las necesidades reales de los estudiantes.
La protesta de los jóvenes españoles puede tildarse de mimética, y sus aspiraciones a eliminar la selectividad no se compaginan con los deseos de la sociedad entera de tener una universidad digna y con fuste intelectual e investigador. Pero permanece un fondo de razón en su actitud muy superior a todos estos análisis: la escalada de la selectividad se está produciendo por la vía de hecho, sin que se haya realizado un auténtico debate sobre el tipo de universidad que se pretende implantar; el triunfo del corporativismo entre los profesores; la falta de democratización y de autonomía real; la inexistencia de vías de promoción social alternativas y el descuido de una enseñanza profesional a la vez eficaz y respetada son cuestiones reales, nada demagógicas, nada imposibles de resolver si existe voluntad política para ello.
Es verdad que se ha avanzado en determinados aspectos, lo que no era muy difícil cuando se partía de la destrucción que el franquismo había perpetrado en las aulas universitarias. Pero eso sirve de pequeño consuelo. La política no es un catálogo de buenas intenciones, y el Gobierno -más aún un Gobierno socialista- debe atender prioritariamente a las demandas sociales de los jóvenes. La protesta juvenil es la expresión de una queja que encierra una angustiajustificada ante el futuro. Y un aviso que merece la pena tener en cuenta.
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