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Argentina acapara títulos, pero la afición disminuye

El fútbol argentino cierra el año más brillante de su historia, por los títulos internacionales que obtuvieron los clubes y la selección nacional -Mundial y copas de Libertadores e Intercontinental, entre otros-, sin poder sustraerse a la crisis económica y social que sufre el país. En la última jornada de Liga sólo se vendieron 4.000 entradas de promedio, en 10 partidos, y se repitieron algunos hechos de violencia entre las llamadas barras bravas de los equipos más populares. La euforia por las victorias duró poco. Días después, las gradas de los campos volvían a estar vacías.

El espectáculo deportivo que más atrae a los argentinos vuelve a ser el espejo donde se refleja la situación política. Así como durante la dictadura que asaltó el poder entre 1976 y 1983 fue utilizado para distraer la atención de la brutal represión desatada por los militares, ahora expresa claramente los logros y las carencias de la transicíón democrática en el país.En este año, la selección argentina obtuvo el título en el campeonato mundial disputado en México y el mes pasado conquistó también el campeonato suramericano que se jugó en Chile y que clasificaba para los próximos Juegos Panamericanos. Al mismo tiempo, el River -uno de los dos clubes más populares del país, junto con el Boca- lograba por primera vez la Copa Libertadores y luego la Copa Intercontinental, el pasado domingo, al vencer en Tokio al Steaua de Bucarest por 1-0. Mientras tanto, el Argentinos Juniors ganaba la Copa Interamericana, un trofeo de menor importancia que se disputa anualmente entre un representante de Centroamérica y uno de Suramérica.

Euforia y crisis

Luego de la euforia que acompañó a cada una de esas victorias, el fútbol argentino retornó a su realidad cotidiana: en cada jornada de Liga disminuye la asistencia de público a los campos, persisten los focos de violencia entre las barras bravas y se agudiza la crisis económica que padecen los clubes en el país.Los inagotables potreros -cientos de solares alrededor de las grandes ciudades donde se juega al fútbol sin que se marquen los límites del campo o se coloquen porterías- siguen produciendo buenos jugadores, que son transferidos al exterior en cuanto destacan y aunque no se hayan desarrollado físicamente.

Pero esas ventas desesperadas no cubren ni siquiera en parte el vacío de los clubes.

En el Boca, uno de los dos equipos más poderosos, no queda ninguna de las grandes figuras. La operación Maradona, que le llevó al título de Liga en 1981, cuando consiguió en préstamo a Maradona, le dejó luego al borde de la quiebra. La gran estrella del Boca en estos momentos es su veterano por tero Hugo Gatti, que acaba de cumplir 24 temporadas conse cutivas de juego desde que debutó en la Primera División. Gatti tiene ya 42 años y no piensa todavía en el retiro por que, entre otras razones, el Boca no tiene quien le reemplace con una calidad y un poder de atracción semejantes a los suyos.

Trampas económicas

Al fútbol le pasa como a la democracia: no puede salvar las trampas económicas que le dejó la dictadura. El presidente de la nación, Raúl Alfonsín como el de la Asociación del Fútbol Argentino, Julio Grondona-, puede exhibir cada día nuevos títulos. Argentina ha recuperado credibilidad y prestigio en el mundo, se ha convertido en un país "previsible y confiable", como lo afirma el canciller Dante Caputo, y el propio Alfonsín recibió varios premios por su defensa de la libertad y los derechos humanos.Pero hoy, en Argentina, la deuda externa se ha incrementado y supera ya los 55.000 millones de dólares. De esa deuda sólo se paga el 20% de los intereses. Las medidas proteccionistas de Estados Unidos y de la Comunidad Europea afectaron a las ventas de productos argentinos. La nueva moneda, el austral, se devaluó un 50% sólo en 1986. La caída del salario real de los trabajadores es superior al 100% en los últimos cinco años y existe un millón y medio de parados.

Esos índices comprenden a los aficionados al fútbol. Un espectáculo que ya no es barato en Argentina. Las entradas cuestan cinco dólares (650 pesetas) en la Liga. La crisis aumenta las tensiones sociales y la violencia en los estadios, donde las barras bravas se enfrentan entre sí o con la policía, son también reflejo de las constantes protestas y huelgas de los gremios que reclaman inútilmente mejoras salariales.

La esperanza del fútbol, como la del sistema de convivencia en libertad, sigue depositada en sus jugadores. Una mano de obra de calidad que resulta cada vez más barata para los poderosos compradores.

Y allí esperan turno jóvenes de talento como el defensa Néstor Fabbri, del Rácing, de 17 años. El hermano de Maradona; Hugo, el líder de la selección juvenil, que ya debutó en la Primera División a los 18. Y decenas de chicos nuevos, como Troglio, del River; Reynoso, del Independiente, o Caniggia, también del River, que recuerda a los grandes extremos derechos de la historia. Ninguno supera los 20 años y todos son ya estrellas.

Ellos, estos chavales, tienen ya los modelos. Pumpido, Enrique y Ruggeri han conquistado este año los títulos que más pudieran ambicionar: el Mundial de México, la Copa Libertadores y la Copa Intercontinental con su equipo, el River Plate. Además, la Liga.

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