Espejismo en Marruecos
EL SECRETARIO de Estado, Luis Yáñez, ha vuelto de su reciente visita a Marruecos con la satisfacción propia de lo que es un espejismo habitual en la diplomacia española, como si en nuestras relaciones con el reino alauí hubiesen desaparecido todos los problemas gracias a una cooperacion creciente en terrenos económicos y culturales. Ante semejante satisfacción tantas veces proclamada hay que acentuar la nota de la cautela, por el riesgo de que también, como tantas veces anteriormente, pueda trocarse ésta en una actitud diametralmente opuesta cuando unos pesqueros españoles son apresados o algún político marroquí hace referencias explosivas sobre Ceuta y Melilla.Es cierto que en el último año se han producido progresos en nuestras relaciones con Marruecos que no deben ser subestimados: el acuerdo pesquero ha funcionado bien, aunque caduca a fin de año y ya han vuelto a surgir dificultades; los créditos españoles en este terreno han sido sustanciales; España ha levantado su velo anterior a la política mediterránea de la Comunidad Europea, que reviste la máxima importancia para el desarrollo económico de Marruecos y de otros países de] Magreb; la cooperación en el terreno naval y militar se ha traducido incluso en maniobras conjuntas de los dos países. La visita del rey Juan Carlos en la celebración del 25 aniversario de la subida al trono de Hassan II ha tenido un valor simbólico y ha sido especialmente relevante la presencia en Madrid, en la pasada onomástica del Rey, del príncipe heredero de Marruecos.
Pero es imprescindible situar nuestras relaciones con Marruecos en un marco más general, y no exclusivamente en el de la buena vecindad. El rey Hassan ha realizado en julio pasado un viraje neto en su política exterior al romper el tratado de unión con Libia; desde entonces ha desarrollado intensamente su colaboración con EE UU, particularmente en terreno militar. La reciente visita de Caspar Weinberger ha sido altamente significativa; éste ha declarado que EE UU es "particularmente sensible a la política moderada y prooccidental de Marruecos" y ha anunciado una ayuda tanto militar, con la venta de aviones y otros materiales, como económica. EE UU puede encontrar en Marruecos bases de entrenamiento y de operaciones para sus fuerzas armadas, sobre todo la aviación, incluso con mayores ventajas de las que disfruta en España. Con esta política de acercamiento a la OTAN, y sobre todo a EE UU, Hassan II quiere obtener compensaciones que le ayuden a resolver los grandes problemas del país, decisivos para asegurar el futuro de su dinastía. De un lado, problemas de índole económica y, también, de estructuración política y, de consolidación en el marcointernacional, lo que supone, entre otras cosas, poner fin a la guerra del Sáhara.
En esta coyuntura, España no se puede permitir una política dispersa, por la que cada departamento ministerial administra sus formas de cooperación como algo aislado del conjunto. Las relaciones con Marruecos tienen que responder, en sus diversas facetas, a una visión global, a una política de Estado. Es ineludible considerar dentro de ese marco el problema de Ceuta y Melilla. Situarlo preponderantemente en la competencia exclusiva del Ministerio del Interior ha sido la causa de graves errores que se perpetúan. Permitir que una política de orden público acentúe la división entre las dos comunidades que viven en Ceuta y Melilla es preparar situaciones conflictivas que desbordarán, en un momento u otro, el marco nacional. Sería ceguera suicida desconocer que Ceuta y Melilla están relacionadas con nuestra política exterior. Las soluciones de fondo exigirán plazos largos para madurar, pero es esencial evitar todo lo que agrave las divisiones. En momentos como los actuales, en que existe un clima aparentemente favorable con Marruecos, no se puede olvidar que problemas serios siguen sin resolver. Una política española inteligente debe evitar que el fortalecimiento de la posición internacional de Marruecos, con sus relaciones con EE UU, despierte la tentación de ejercer sobre España presiones que podrían dañar las relaciones de amistad. El Gobierno marroquí ha declarado que el problema de "los enclaves españoles" tendrá que resolverse por "la vía de la persuasión, el diálogo, la moderación y la paciencia". Es una actitud positiva que debe permitir una política española no de pasividad e inmovilismo, sino de avance hacia soluciones serias, preparadas con calma, en un clima en el que la creación de intereses comunes haga necesaria la moderación marroquí en sus relaciones con España.
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