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El fin de una fase y el comienzo de otra

La dimisión de Manuel Fraga Iribarne ha sido precipitada por el pésimo resultado de Coalición Popular en las elecciones vascas, pero es en realidad la culminación de un proceso iniciado hace ya mucho tiempo. Como todos los finales de una carrera política singular, éste tiene también su dosis de dramatismo, personal y colectivo. Se podrá estar o no de acuerdo con las ideas políticas de un hombre como Fraga, pero es indudable que es una de las personas que han impreso su sello peculiar a una fase muy importante de la política española.A Fraga lo conocí personalmente cuando ambos fuimos elegidos para formar parte de la ponencia encargada de elaborar el proyecto de Constitución, en 1977. Cuando la ponencia se reunió un día de agosto de aquel año no pude dejar de recordar que Fraga era ministro de Franco cuando yo estaba en la cárcel como detenido político. Pero enseguida pensé que si sólo íbamos a actuar en función del pasado muy pronto quedaríamos bloqueados y que la tarea que se nos había encargado era crear las condiciones político constitucionales para estabilizar y hacer durar la democracia recién conquistada. No sé lo que pensó él en aquel mismo momento, pero sí debo decir que en los meses que duró el trabajo de la ponencia todos los que la formábamos -y por tanto también él- supimos poner por delante la preocupación por el futuro. La labor de la ponenicia ha sido juzgada desde muchos ángulos y a menudo muy críticamente. Pero creo que nadie podrá acusarla de no haber trabajado con esta perspectiva de futuro y de no haber contribuido de manera decisiva a la estabilización de una democracia que surgía con grandes dificultades y que se enfrentaba con grandes amenazas. En la medida en que Fraga formó parte de aquel colectivo, considero que todo esto hay que apuntarlo también en su haber.

Pero creo que el problema que plantea la dimisión de Fraga Iribarne va mucho más allá del aspecto personal del dirigente. En realidad, con esta dimisión termina una fase y empieza otra en el proceso de reorganización de la derecha española. Creo que Fraga Iribarne ha sido en todo este último período la expresión de las posibilidades, de las contradicciones y de los límites de la derecha española. Con él alcanzó su techo máximo una determinada derecha, y lo que ahora se plantea es si va a surgir una nueva derecha y cuál va a ser, en caso afirmativo, su proceso.

El problema básico es que la derecha española nunca ha gobernado en democracia. Después del intento fallido de hacerlo durante la II República, la derecha jugó a fondo la carta de la dictadura franquista y llevó a sus últimas consecuencias los rasgos mas antidemocráticos que la habían caracterizado a lo largo de nuestra historia contemporánea. Tan a fondo jugó la carta franquista que ni siquiera pudo entender -ni menos apoyar- la opción de una derecha reformista que le ofrecía la UCD de Adolfo Suárez. En realidad UCD sólo pudo encabezar la reforma en el primer momento porque contó con el consenso de las demás fuerzas polír ticas. Pero una vez roto aquel consenso, UCD se encontró literalmente en el aire, sin apoyo de la derecha económica y social y librada a sus propias tensiones internas. La derecha española no movió ni un dedo para salvar a Adolfo Suárez y encontró en Fraga Iribarne a un líder que le recordaba las viejas seguridades del franquismo. En realidad, el auge de Fraga Iribarne como líder principal de la derecha española ha sido como el último capítulo de un cierto franquismo político; es decir, algo así como la prolongación de una forma de ver y entender la política por parte de una derecha que no acababa de comprender que el franquismo había terminado definitivamente y que creía posible todavía compaginar el estilo franquista de hacer política con el sistema constitucional. Fraga Iribarne contribuyó de una manera decisiva a intentar meter a esta derecha en la democracia parlamentaria, pero ni por el peso negativo de su trayectoria personal anterior -tan ligada al franquismo- ni por las caracterísiticas globales de la derecha que representaba pudo o supo ir más allá. La segunda derrota consecutiva en las elecciones generales mostró que con Fraga al frente la derecha no podía ser alternativa de Gobierno frente al PSOE. Y desde aquel mismo momento tenía que empezar y empezó efectivamente el intento de crear una nueva derecha y encontrar un nuevo líder.

Este proceso de reconstrucción será forzosamente largo, contradictorio y dificil de predecir. Su principal problema político será intentar conciliar el fondo todavía ultra y montaraz de grandes sectores de la derecha tradicional con las aspiraciones europeístas y reformistas de otros sectores de la derecha nueva. El otro gran problema, tanto o más difícil que el anterior, será encontrar el líder o los líderes que encabecen la reorganización.

Por el momento estam os en la fase de la dispersión. Una vez fallido el intento de convertir a Convergéncia Democrática de Catalunya en protagonista directo de este proceso a través de la llamada operación reformista, de Miquel Roca Junyent, se iniciaron otras operaciones, gomo el desmarque del PDP de Oscar Alzaga, la salida de Alianza Popular de Jorge Verstrynge y otros dirigentes y otras operaciones del mismo tipo. En la medida que la dispersión ha aumentado y el vacío se ha hecho más aparente, han comenzado los intentos de agrupar políticamente a la extrema derecha directamente salida del franquismo, y así hemos visto reaparecer a Blas Piñar y a otros exponentes de la misma, que incluso han hecho un intento de demostración de fuerza en la calle. Las iniciativas son, pues, múltiples y de momento van en orden disperso. La permanencia de Manuel Fraga Iribarne al frente de Coalición Popular podía dar todavía la impresión de que conseguiría frenar esta dispersión. Pero creo que todo estaba ya hecho y que las elecciones vascas, en las que el propio Fraga todavía se empeñó personalmente sabiendo que iba a la catástrofe, no han sido más que el detonador que ha precipitado un final plenamente anunciado.

Termina, pues, una fase política de la derecha española y empieza otra llena de incógnitas. Creo que deberemos seguir con mucha atención el desarrollo de esta fase porque no va a ser lo mismo que la derecha que de ella salga sea una u otra. Personalmente desearía que la derecha española pagase con su marginación el mayor precio posible por su larga adscripción a la dictadura, pero la democracia necesita alternativas viables y la izquerda también necesita saber quién es su adversario real para no tener que asumir ahora tareas que como izquierda no le corresponden y orientar bien su propio futuro.

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