_
_
_
_
_
NECROLÓGICAS

Stephen Gilman, hispanista

Dentro de la inestimable pléyade de eminentes hispanistas que llenan a diario de cultura española las aulas de las más caracterizadas universidades del mundo, acaba de abandonarnos uno de sus más queridos, finos y rigurosos representantes. Stephen Gilman, profesor, maestro y amigo, impartía desde su cátedra de la universidad de Harvard, de la que se había jubilado recientemente para continuar su labor investigadora, tina de las docencias más significativas, agudas y humanas del hispanismo norteamericano.Primero fue para sus alumnos el profesor entrañable, un tanto desaliñado, antirretórico, como el Mairena de Antonio Machado, que, con sutilísima intelígencia e intuición para el texto literario, sabía diseccionar, como si de un minucioso cirujano se tratase, los diferentes escritos, poniendo en ello la sabiduría que sólo saben derrochar los que deben ser llamados maestros.

María Clementa Millán es doctora en Literatura Española por las universidades Complutense y de Harvard

El Tri (México), La Torre (Argentina) y Rosendo (España). Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid. 30 de noviembre.

Todos los que estábamos escuchándole sabíamos que nos hallábamos ante uno de los grandes hispanistas contemporáneos, y que sus escritos subre Cervantes, el Poema del Cid, La Celestina, el teatro del Siglo de Oro, Galdós o la generación del 27 habían constituido un hito, por sus valiosas aportaciones, en la evolución del hispanismo internacional. Ello no impedía, sin embargo, que se emocionase ante el texto literario elegido para comentar, olvidando el academicismo y engolamiento al uso.

Después, este profesor se fue convirtiendo en un camarada, en un querido amigo que recibía en su despacho de la Biblioteca Widener a todos los que quisiéramos dedicar un tiempo a hablar y dialogar sobre literatura. Siempre había en él disponibilidad, ánimo y generosidad para el estudiante, sabiendo decirle, con el humor socarrón que le caracterizaba, la palabra de aliento que le ayudase a continuar. Muchos de los que, en años sucesivos, concluimos la tesis doctoral bajo su dirección debemos a esta permanente actitud suya una gran parte del siempre dificil logro de su finalización. El artículo nuevo, o el recién aparecido libro sobre el tema en cuestión, era enviado puntualmente por él mismo a cualquiera de sus alumnos, independientemente del lugar del mundo donde residiera en ese momento.

El 26 de junio de 1985, Stephen Gilman redactaba en un escrito: "Porque ser buen profesor consiste no sólo en saber cosas y tener ideas, sino en ser persona. Es decir, saber ofrecerse a los aprendices con una mezcla de dignidad y calor". Unos meses más tarde, y después de la noticia de su muerte, transmitida y compartida de forma inmediata por todos los que intentamos ser sus aprendices, estas palabras cobran un especial significado. La expresión "ha muerto Stephen", pronunciada desde puntos tan lejanos como California, Cambridge, rinceton, Verona o Madrid, recoge con su escueto laconismo todo el dolor, respeto y admiración por su figura. Con el paso del tiempo, el profesor, después camaraday amigo siempre, fue cobrando especial relevancia en nuestras vidas. Hoy, los que queremos seguir su profesión entendemos mejor que nunca sus palabras, la dignidad y calor que emanaba su enseñanza, siempre profunda y rigurosa. Con su desaparición no solo queda un enorme vacío en su casa de Gray Garden y en el departamento de Literatura Española de Harvard. Queda también una terrible ausencia en el corazón de sus antiguos alumnos, unidos entre sí por una entrafiable amistad, derivada a veces del solo hecho de haber sido sus discípulos.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_