Identidad nacional y territorios históricos
Hasta 1980, Euskadi no contó nunca con instituciones de gobierno cuyo marco de actuación fuera el conjunto de los tres territorios que forman la actual comunidad autónoma.La difusa conciencia de identidad vasca que se configura a lo largo del siglo IXIX es más el reflejo de la visión que de los vascos se tiene fuera de los territorios forales que la imagen que de sí mismos tienen los propios vascos. La literatura fuerista, con su prepresentación de un País Vasco rural y armónico, clerical y tradicionalista,. obtiene más audiencia en la corte de Madrid y entre las clases aristocráticas en general que en la tierra que la inspira. Para esos sectores el País Vasco se convierte en encarnación terrenal de su ideal social, por más que la ruda realidad cotidiana desmienta in situ que exista esa Arcadia vasca ajena al conflicto. Paz en la guerra, la novela de Unamuno, describe con agudeza la forrria como en el País Vasco mismo se asimila la imagen que de él se tiene allende el Ebro.
El primer nacionalismo vasco surge del choque entre esa idea imaginaria de sí mismos que adquieren los vascos urbanizados en Bilbao (al verse en el espejo ideal que les presenta la reacción hispana) y los efectos convulsionadores de la industrialización de Vizcaya. El nacionalismo de Sabino Arana es en realidad nacionalismo vizcaíno, y vizcaíno sigue siendo el PNV hasta por lo menos 20 años después de la muerte del furidador; inventor del neologismo Euskadi para designar una "confederación de territorios libres", identificados con las actuales provincias. En los años treinta pareció que se superaba esa coincidencia fraccionaria de lo vasco, pero no hubo tiempo para comprobarlo.
Tensiones y diferencias
Tras la muerte, de Franco, y al calor del entusiasmo del momento, el sector más modernista del nacionalismo, influido por las corrientes radicales que han ido desgajándose del tronco común -una de cuyas señas de identidad es el impulso de la unificación de los dialectos vascos en una norma común, el euskera batua-, propugna un proyecto institucional que concibe a Euskadi como un todo. La resistencia de los sectores nacionalistas más tradicionalistas y conservadores se ve reforzada., sin embargo, por la presión del centro-derecha gobernante en Madrid, que cree ver en el favorecÍrniento de las concepciones foralistas un radicalismo abertzale en particular.El estatuto de Gernika es en parte tributarlo de esa tensión, si bien sus efectos sólo se harían visibles al desarrollar los artículos que hacen referencia a la vertebración política interna en Euskadi. Es decir, en el debate sobre la ley de Territorios Históricos (LTH), determinante en la caída de Garalkoetxea.
Hoy mismo, 25 de noviembre, se cumplen tres años de su aprobación por el Parlamento de Vitoria. Atrás habían quedado varios anteproyectos inspirados en el voluntarisrrio modernizador del primer Gabinete de Garalkoetxea. El entonces diputado general de Álava Emilio Guevára encabezó la resistencia al primer proyecto, calificado por él de "artificiosamente centralista". En su opinión, la construcción de la Euskadi autónoma debía partir "del respeto a la personalidad política y jurídico-administrativa de cada uno de los territorios que la componen, y sería inútil ignorar el arraigo de las diputaciones y de un modo de entender la administración pública acreditado por siglos de experiencia". Después los promotores del giro se vieron pronto desbordados por personas y corporaciones muy influyentes, agrupadas en torno a la Diputación de Vizcaya, que utilizaron la nueva filosofia como instrumento de asentamiento de su poder.
Un estudio sobre los efectos económicos de la LTH realizado por dos catedráticas de la Facultad de Bilbao concluye que si bien la distribución de competencias entre Gobierno y diputaciones puede considerarse genéricamente correcta, la paralela asignación de recursos establecida en la Ley resulta escasamente funcional y favorece la duplicidad de servicios, contradiciendo el principio de no rivalidad institucional.
Políticamente, el modelo adoptado, si bien cabe considerarlo un reflejo de la desvertebración de la sociedad vasca, ha tenido un efecto de refuerzo de esas tendencias disgregadoras. Los proyectos de modernización han topado con un muro de intereses provincialistas, amparados en la paradoja de que la institución con más competencias, el Gobierno, carece sin embargo de autonomía financiera. Son las diputaciones las que recaudan, y ello les otorga en la práctica un derecho de veto. De ahí que los sectores más dinámicos de la sociedad vasca hayan expresado sus temores de que sea inúti cambiar del Gobierno mientras exista la posibilidad de que quienes han mandado hasta ahora puedan atrincherarse en las diputaciones.
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