El instrumento y la partitura
LA BRUTAL penetración del modo de vida norteamericano nos ha hecho saber a todos que la palabra hard significa en inglés duro y que soft quiere decir blando. A este par de adjetivos se recurre hoy, sin necesidad de traducirlos, para distinguir lo mismo los tipos de drogas que las modalidades del cine porno. Por un hábito similar, la tecnología informática incluye en su vocabulario básico los términos de hardware (que realmente significa algo así como mercancía dura, es decir, quincalla o chatarra) y software (literalmente, mercancía blanda, es decir, gutapercha). Con referencía al ordenador, se llama hardware al aparato y software al programa que lo hace funcionar.Aparentemente, una medida indicativa de] grado de cultura informática de un país es su parque de unidades de hardware. Pero esa medida puede ser engañosa. Imagínese, por ejemplo, que una multinacional, no importa con qué fines, hubiese distribuido un piano de cola por cabeza en una tribu de lapones. Esta distribución no permitiría inferir sin más el alto grado de cultura pianística de una población que sabemos exclusivamente dedicada, desde tiempos ancestrales, al pastoreo del reno. Lo mismo puede ocurrir con el habitante o el conjunto de habitantes de una ciudad que adquieran un ordenador por seducción, más que por reflexión, sin saber con claridad para qué lo necesitan. Muy bien puede suceder que un individuo que posea un instrumento musical sepa tocarlo. Sin embargo, el margen de operación del individuo en cuestión -mientras no se trate de un Mozart- será mínimo si no dispone además de un adecuado repertorio de partituras musicales.
Los luminosos guiños de la propaganda convocan al Salón Informativo de Material de Oficina (SIMO) -que actualmente se celebra en Madrid- a buen número de ciudadanos españoles que ignoran que el ordenador es un trozo de chatarra que sirve de bien poco sin su correspondiente gutapercha o repertorio de programas. Y para un buen usuario informático, el precio de la gutapercha puede ser igual o mayor que el precio de la chatarra. En España, el parque de ordenadores es relativamente digno de consideración, pero no lo es el índice de existencias de paquetes de programas sofisticados. El creciente número de españoles que tienen clara idea de hasta qué punto es importante disponer de una buena biblioteca de programas, tienen igualmente claro hasta qué punto es dificil adquirirla en nuestro país.
El grado actual de complicación de algunos programas es tal que puede hablarse ya, paralelamente a la ingeniería del hardware, de una ingeniería del software. Si se lanza una mirada al panorama mundial de la informática se comprende que países industrialmente avanzados y poderosos como Estados Unidos y Japón marquen la pauta en producción y en investigación en ambos tipos de ingeniería. También se comprende que países avanzados pero menos poderosos, como es el caso del Reino Unido, se hayan concentrado más bien en competir, midiendo inteligentemente sus fuerzas, en la ingeniería del software. En España, país no tan avanzado pero más paradójico, el volumen de facturación anual en materia de ordenadores en los últimos años ha venido ofreciendo un perfil más satisfactorio que el volumen de facturación de programas.
Siguiendo a los franceses, y mostrando así nuestra independencia lingüística respecto de los anglosajones, muchos profesionales españoles emplean los dudosamente castizos vocablos de logical y fisical para designar a los dos géneros, blando y duro, de productos informáticos. Esperemos que nuestro país, cuyo parque adquirido de fisical no es ya desdeñable, llegue a ser independiente y competitivo cuanto antes -y no sólo a nivel lingüístico, sino en el doble plano de la producción y la investigación- en la ingeniería del logical. La ilusión del músico que se compra un buen instrumento extranjero no debiera ser sólo ejecutar con él partituras ajenas, sino también componer las suyas propias.
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