Trato de homosexuales
Don José María González Ruiz, famoso por sus saberes bíblicos y también por su afán de manifestar en todo evento su afección al progresismo nos sorprende con un artículo titulado ¿Anatema cristiano? que publica EL PAÍS del lunes 3 de noviembre.Y si hablé de sorpresa no es en verdad a humo de pajas, sino por la rápida reacción del autor ante el documento de Roma sobre los homosexuales. Diríase que se apresura a limar asperezas o, por decirlo en lenguaje popular, descafeinar el mensaje, no vaya a ser que les caiga demasiado mal a los colectivos gay. En efecto, todos los cristianos regularmente instruidos en su fe conocen perfectamente la diferencia existente entre las normas del Papa y su curia dirigidas a los obispos y las definiciones pontificias en las que el sucesor de Pedro habla ex cathedra, algo que sucede en muy contadas ocasiones. Lo que ocurre es que utilizar estos razonamientos en su artículo parece un intento de quitar importancia a un texto moralmente válido y que se ajusta plenamente a los contenidos de la palabra de dios, es decir, la Biblia. No me parece prudente llevar la progresía hasta esos límites.
Me ha dejado asombrado don José María cuando afirma "que cuando el Antiguo Testamento alude a la iniquidad de Sodoma nunca la identifica con prácticas homosexuales". Si tomamos el Génesis (19, 1-11) veremos perfectamente explicadas las costumbres de Sodoma en toda su crudeza y repugnancia; si abrimos el Deuteronomio (23, 17-18) veremos la enérgica condena de la sodomía (practicada por los hieródulos -qades- o prostitutos sagrados que ejercían la sodomía en los templos idolátricos), llegando a calificar de "perro" a estos tales; si reparamos en el texto masorético del Libro de Job (36, 14) nos encontraremos con algo semejante. Y no son citas exhaustivas, claro es.
En el Nuevo Testamento, San Pablo (1 Cor. 6, 9-10) afirma sin ambages que los afeminados y sodomitas no tendrán parte en el reino de Dios. Y en la primera epístola a Timoteo (1, 9-10) se expresa en términos semejantes, como no podría ser de otro modo. Las desviaciones sexuales son una aberración que no puede aprobarse, lo que no impide se trate con caridad a estos hombres y hasta se les preste ayuda clínica o psíquica, según los casos. Pero de ahí a considerar su conducta lícita y hasta normal es algo que instintivamente repugna a todo hombre corriente y moliente. La capa del progreso no puede cubrir estas lacras de la humanidad.- José Francisco Riaza.
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