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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Página de sucesos

ALGUNOS SANGRIENTOS sucesos vecinales que se acumulan estos días -el esposo que dispara contra el adúltero, el padre que asesina a palos al casi niño que era amante de su hija, el vengador a martillazos y a tiros de la joven violada- poseen un hálito calderoniano incesante.Ese hálito ha transmigrado de lo que fueron la nobleza y las clases altas, que parecían tener el privilegio y la exclusiva del crimen de honor, a otras más populares. Los de arriba venden hoy sus cuestiones de sexo a las revistas del corazón; los de abajo, los de un poco más abajo incluso de la burguesía tranquilizada, se ven compelidos a matar. Mientras fingimos que ha habido en España una revolución sexual y una evolución de las costumbres hacia la relatividad moral y la tolerancia, mientras la literatura -escrita o en imágenes- ha dado un vuelco a los tópicos anteriores y las leyes amparan nuevas formas de relaciones, existe un estrato social donde se ubican personajes a quienes se les nubla la vista cuando sufren una ofensa.

Pero ésta es una parte del problema. Acaso la parte más claramente demostrativa de que existen tendencias a tomarse la justicia por su mano sin creer tener la eficacia de la justicia a mano. Pero en tal dirección se registra además con frecuencia, el hecho de que las gentes más cercanas al suceso -el pueblo, el barrio- apoyan moralmente al homicida en algunos casos. Precisamente aquellos supuestos en los que la colectividad -y no sólo el que padece directamente el mal que le impulsa a matar- asume la necesidad del acto.

Toda la discusión ética y jurídica que despierta esta clase de situaciones plantea con nueva viveza la necesidad de no aplazar más la instauración de la figura del jurado, prevista en nuestra Constitución. Sin duda, la confusión en que se debate la sociedad española ante casos como el de Ondara, repetición en gran medida del famoso de Neus Soldevila, podría ser clarificada con la existencia del jurado, como expresión de la sensibilidad ciudadana en un momento dado. En la mano de los jueces se encuentra hoy un aparato jurídico cuyo margen de interpretación no alcanza a introducir elementos para los que el jurado está capacitado. En todos los supuestos que se contemplan estos días, desde el acto de violación al asesinato pasional, desde la mortal venganza por el padre, el amante o el marido, la sociedad es capaz de discernir dónde se encuentra el verdadero culpable y la primera víctima, con qué atenuantes y agravantes se cumplen los casos y, finalmente, de qué modo la marginación temporal o la integración inmediata puede tenerse por una medida saludable para la ciudadanía. El jurado está en la Constitución y en el programa electoral de los socialistas. Pero sin duda hay cosas más urgentes que garantizar un funcionamiento adecuado, democrático y racional de la Justicia.

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