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El envío de armas a Irán decidido por Reagan agudiza la crisis en la Admimistración de EEUU

Francisco G. Basterra

El secretario de Estado, George Shultz, puede ser la próxima víctima de la tormenta política desatada en EEUU por el envío de armas norteamericanas a Irán para conseguir a cambio la liberación de rehenes estadounidenses en Líbano. La medida ya ha provocado la pérdida de la credibilidad de la Administración ante sus aliados europeos y los árabes moderados. The New York Times informó ayer que la operación clandestina, diseñada y realizada por la Casa Blanca contra la opinión del secretario de Defensa, Caspar Weinherger, y del secretario de Estado, George Shultz, puede provocar la dimisión de éste.

El secretario de Estado atraviesa una dificil situación y sus dos objetivos políticos más consistentes -la negociación de un acuerdo de reducción de armas nucleares con la URSS y su política antiterrorista- hacen agua. Shultz viaja por todo el mundo vendiendo la doctrina de que EE UU no negocia con Estados que amparan el terrorismo y solicita de los aliados posturas de fuerza frente a países como Libia, Siria o Irán, que Washington incluye en su lista negra. Pero su presidente, pasando por encima del Departamento de Estado, del Pentágono, e incluso de la CIA y, en cualquier caso, sin advertir al Congreso, ha roto este principio, piedra angular teórica de su política exterior.La tensión en el seno de la Administración es perceptible. El Congreso exige explicaciones al presidente y amenaza con investigar la posibilidad de que la Casa Blanca se haya extralimitado en sus poderes, saltándose las limitaciones parlamentarias en la conducción de la política exterior, no sólo en el caso de Irán sino también en la operación de ayuda a la contra, que trata de acabar con el régimen sandinista de Nicaragua.

Shultz ha sido advertido por la Casa Blanca de que no discuta en público el tema. "Esto no me agrada, porque me gusta decir lo que pienso", explicó este fin de semana el prudente secretario de Estado. Y lo que piensa de esto es que "la política de no negociar para conseguir la libertad de rehenes es la correcta". Por su parte, Weinberger ha mostrado su oposición a lo que ocurre, y ha advertido que una victoria iraní en la guerra con Irak sería un desastre para Estados Unidos y tendría graves consecuencias para las monarquías petrolíferas del golfo Pérsico.

"Ni ¡legal, ni inmoral"

El presidente y sus asesores admiten que han estado negociando con Irán, y al mismo tiempo defienden que no hay nada "ilegal ni inmoral". Pero el peso de las revelaciones de la Prensa en las últimas horas parece abrumador. Fue el propio Reagan quien, hace 18 meses, dio luz verde a una operación encubierta para suministrar clandestinamente armas y repuestos (fundamentalmente piezas para que su aviación pueda volar) al régimen de Jomeini. Enfrentado al desacuerdo de Shultz y Weinberger por esta política, el presidente excluyó a sus ministerios de la operación, llevada a cabo por un grupo reducido en el Consejo de Seguridad Nacional. Incluso la Agencia Central de Inteligencia (CIA) fue mantenida al margen. La operación se puso en manos de Robert McFarlane, entonces consejero de seguridad nacional, y posteriormente de John Poindexter, su sucesor.

Como cobertura estratégica de la operación, la Casa Blanca dice que, además de salvar a los rehenes, se trataba de establecer contactos con elementos moderados iraníes, entre los ayatola, pero también en el Ejército, con vistas a la sucesión de Jomeini. Pero fuentes gubernamentales señalan que esto es sólo una tapadera de un movimiento puramente táctico.

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