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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Las últimas elecciones de Reagan

MAÑANA, 4 de noviembre, los electores norteamericanos elegirán a los 435 miembros de la nueva Cámara de Representantes y un tercio del Senado, aparte de otros numerosos cargos a todos los niveles, desde la Administración local hasta gobernadurias de los Estados. La Cámara sufrirá, con toda seguridad, escasas modificaciones, y por tanto los demócratas conservarán en ella una amplia mayoría; hoy disponen de 253 escaños contra 182. Por ello, el verdadero interés de las próximas elecciones -y el tema que sigue dudoso pocos días antes de abrirse las urnas- es saber si los republicanos lograrán conservar su mayoría en el Senado, que actualmente es de 53 contra 47. De los 34 puestos senatoriales sometidos este año a una nueva elección, 22 son republicanos. Se considera que en 11 Estados la carrera está muy igualada; los últimos sondeos indican ligeros avances demócratas. En todo caso, bastaría que los demócratas ganasen cuatro nuevos puestos -y no perdiesen ninguno de los suyos- para que Reagan y su partido se quedaran sin la mayoría en un órgano tan decisivo, y de un modo muy particular en cuestiones de política exterior, como es el Senado. Ello crearía una situación poco frecuente de un presidente sin mayoría en ninguna de las Cámaras del Congreso.La campaña electoral se ha caracterizado por el predominio de los problemas de orden local, incluso por la proliferación de ataques personales. No hay ningún tema político central en torno al cual hayan decantado sus posiciones los dos partidos; por otro lado, en diversos terrenos sus actitudes se parecen o se entrecruzan. Identificar las elecciones en países europeos y las norteamericanas es en sí una empresa imposible; EE UU tiene proporciones gigantescas de territorio y población, con disparidades enormes de ambiente, de sensibilidad entre diversas regiones, entre una costa occidental volcada hacia el Pacífico y la oriental, más cercana a Europa. En una campaña dispersa y confusa, los demócratas han tenido la ventaja de estar en la oposición y de poder así acentuar al máximo la actitud crítica tanto en temas generales como locales. En cambio, carecen de un punto de referencia unificado; no es fácil relacionar el voto demócrata con un proyecto de futuro. Los republicanos, en cambio, tienen al presidente Reagan, y han utilizado esa carta al máximo, no sólo por su presencia constante en los más diversos lugares, sino porque los viajes del líder republicano han ocupado un espacio prioritario en televisión. Un estratega del Partido Republicano ha dicho: "Él es nuestra última esperanza de conservar el Senado hasta 1988".

Pero dejando de lado su evidente eficacia como propagandista electoral, Reagan ha sufrido una serie de reveses serios en los últimos meses. Su veto sobre las resoluciones del Congreso imponiendo sanciones a Pretoria fue muy impopular, y, por su parte, las cámaras consiguieron hacer inútil la decisión presidencial al obtener una mayoría de dos tercios en contra de la misma. La Casa Blanca ha aparecido complicada en una sucia maniobra de desinformación en torno a Libia que ha motivado la dimisión del periodista portavoz del Departamento de Estado. Y, sobre todo, la cumbre de Reikiavik con el líder soviético, Mijail Gorbachov, no ha sido el éxito diplomático anhelado por Reagan para poder presentarse tanto ante la historia como ante los votantes de las elecciones de mañana como el "presidente de la paz" entre las superpotencias.

Pero fuera ya de las utilizaciones propagandísticas, subsiste un hecho serio: ante la afirmación muy neta de Gorbachov de que Reagan aceptó en un momento de la cumbre la supresión, en un plazo de 10 años, de todas las armas nucleares, el presidente norteamericano no ha aclarado aún cuál fue exactamente su posición. Todo indica que no ha estado en condiciones, por unas u otras razones, de imponer un criterio único entre los diversos sectores de la Administración norteamericana. Más que un problema de aptitud personal, estamos ante síntomas obvios de que la capacidad de liderazgo de Reagan se debilita. Éste aspira tanto a completar lo que ha denominado la segunda gran revolución americana, en lo que le resta de mandato, como a dejar al Partido Republicano una situación políticamente aseada con un sucesor capaz de continuar la obra así iniciada.

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Esta situación compleja, que se ha manifestado ante problemas internacionales decisivos, coincide, por otra parte, con una coyuntura interna específica. Como regla general, los presidentes que ya no pueden volver a presentarse pierden de hecho una parte de su poder en los dos últimos años de su mandato, convirtiéndose en casos extremos en lo que en la jerga política norteamericana se denomina un pato cojo. En esta etapa entra ahora Reagan, con el agravante de que si su partido sufre una derrota en estas legislativas, y especialmente en lo que concierne al control del Senado, su situación durante los dos años que le restan de mandato sería excepcionalmente desfavorable. La política exterior podría hallarse en un excepcional punto muerto si, como en el caso de las relaciones con Suráfrica, el Congreso pudiera imponer en otros terrenos sus puntos de vista al presidente.

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