Diáblos
El demonio está de moda.Lucifer está de nuevo entre nosotros con sus posaderas de cabrito. La cosa comenzó en los setenta, con el auge de El exorcista y otras películas. Aquellos filmes eran como malas novelas del Averno, una avanzadilla populista. Pero ahora el tema ha alcanzado ya las cotas de la gran literatura; esto es, de la narrativa eclesiástica oficial, y el mismísimo Wojtyla se ha explayado hablando del diablo. Y no es eso todo: al parecer, cada día aumenta la demanda de exorcismos. Satán asoma su hocico carmesí por todas partes. Ahí está, por ejemplo, una escritora de la talla y sensibilidad social de Doris Lessing, que en Sikhasta, su última novela, habla de la presencia real del Innombrable. Hace unos días, Juan Arias le hizo una fascinante entrevista a monseñor Balducci, la máxima autoridad católica en leviatanes. En ella, monseñor contaba que citando Belcebú abandona el cuerpo de un poseído, éste vomita "clavos de hierro o bien pequeños animales muy feos", y que es fácil advertir si un caballo está endemoniado porque de la noche a la mañana aparece con toda la crin hecha trencitas. Informaciones todas ellas muy pertinentes y útiles, dado el cariz que la cosa está tomando, con el Maligno trotando a nuestros flancos.
Se veía venir, porque estamos viviendo en un infierno. Las guerras, las matanzas, las torturas, las hambrunas, la explotación bestial del ser humano. Parece que la humanidad no resistía por más tiempo la horrorosa responsabilidad de asumir el mal como algo propio, nuestro agujero negro, nuestra culpa. Por eso hemos desempolvado a Satanás y encerrado al Mal en una carnadura color guinda, con sus cuernos, su rabo puntiagudo y sus pezuñitas apestosas. Qué colosal alivio: no hay seres perversos, sino talantes tibios en quienes se ha instalado algún demonio como el soplo frío que se cuela por la rendija de una puerta. Aire mefítico. Ahora todo es cuestión de estar al tanto y ver si Reagan escupe escarpias o si a Gaddafi se le trenzan las guedejas, pongo por caso. Gracias, Diablo.
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