Monumento a Garcilaso
Imagino que pocos visitan expresamente Le Muy, pueblecito de tierras adentro en la región provenzal, en Francia, donde Garcilaso de la Vega fue herido de muerte hace 450 años.Se necesita cierta obstinación para abandonar las flechas de puertos seguros y penetrar en Le Muy hasta dar con la torre llamada de Charles-Quint, arquitetura cortada a pico sobre la estrecha calle principal y sin aceras, que la convierte en peligroso desfiladero. Lo demás es sortear la interminable procesión de autos y camiones, llegar al pie del torreón y poder leer, ¡al fin!, tres lápidas recordatorias, algo solemnes, sobre el muro. Lejos están dichas estelas de recordar la memoria fiel de Garcilaso.
Dos de ellas, colocadas por agrupaciones patrióticas del país, glorifican a los guerrilleros mártires provenzales de 1536. La única lápida española, colocada en 1924 y, como se indica, por orden de don Jacobo Fritz-James Stuart y Falcó, duque de Berwick y de Alba, conmemora la amistad que unió a su ascendiente don Fernando Álvarez de Toledo, duque de Alba, con el principe de los poetas españoles, su camarada de armas. España entonces se instalaba en plena dictadura de Primo de Rivera, y 12 años después -al cumplirse en 1936 cuatro siglos de la muerte del poeta- otras urgencias reclamaban ya a España y a Europa, y Provenza debió quedar sin monumento a Garcilaso.
Hoy -recordando 50 años más tarde la herida que prematuramente silenciara un 19 de septiembre en Le Muy la primera voz moderna de la lengua castellana, y la muerte del poeta, acaecida en Niza el 13 de octubre de 1536- tal vez llegue la hora de contar a los hijos de Provenza, descendientes de los autores que inconscientemente acallaron al enamorado poeta del dolorido sentir, que Garcilaso era también el poeta europeo y universal de la amistad en el destierro y, al mismo tiempo -en plena exaltación de la España imperial-, el poeta sin fronteras del absurdo de la guerra.
En una Europa de plena participación española, y como gesto de reencuentro con los hijos de los defensores de Le Muy, luego de siglos sin que se hayan hecho oír estas voces del poeta en las tierras donde fue a dar con su destino, sería el momento de organizar, en homenaje a Garcilaso, un acto sin pretensiones de solemnidad, pero con un sentido fraternal de la fiesta, marcándolo además con un monumento digno de su nombre, indicando así que Garcilaso forma parte del patrimonio de todos.- Rubén Talavera.
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