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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El cese

LA DESTITUCIÓN del jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil, Andrés Cassinello, apenas 24 horas después de que publicara el impresentable artículo del que ayer dábamos cuenta, es una decisión que honra al Gobierno y merece el aplauso. La dignidad del poder no admitía otra solución, y la celeridad del Ejecutivo al adoptarla es del todo encomiable.Pero la opinión pública no debe ser privada de ulteriores explicaciones sobre un caso que ha puesto al descubierto las graves quiebras internas del aparato de seguridad del Estado y las increíbles veleidades de alguien que hasta hace poco era uno de sus máximos dirigentes. La experiencia demuestra que uno de los problemas fundamentales de los regímenes democráticos es el gran poder acumulado por sus propios servicios secretos, la naturaleza de cuya tarea les hace particularmente proclives a asumir la condición de. poder autónomo. De ahí la necesidad de que los Gobiernos actúen con firmeza frente a cualquier intento de desafío implícito por parte de quienes ocupan o han ocupado puestos de responsabilidad relacionados con esa tarea. Dicho esto, parece llegado el momento de que el Gobierno explique a los ciudadanos qué está pasando en la Guardia Civil. No es posible. pensar que un hombre de las características de Cassinello se haya hecho el harakiri con un artículo tan desacertado simplemente porque se pusiera nervioso. Quizá él creyó que era una salida airosa si finalmente no era designado director general de la Guardia Civil -a este respecto se sabe que numerosos sectores del cuerpo se oponían a semejante nombramiento, sugerido repetidas veces por miembros del Gobierno, en contra de lo que ha declarado su portavoz- O quizá nos encontramos ante una historia de manipulación más complicada. Como sea, es difícil admitir que la lucha antiterrorista ha estado en manos de alguien que parece tan torpe y que, sin embargo, hasta ahora no había dado signo de serlo. La política del Ministerio del Interior hace agua por todos lados, y ya ni siquiera el descubrimiento de la Benemérita parece una receta para los problemas de los socialistas. Por eso la destitución de Cassinello no señala el final de una historia. Antes bien, debe ser el comienzo de una rectificación política cada día más urgente.

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