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Delinquir en nombre de Dios

Al amparo de la impunidad, el fanatismo religioso crece peligrosamente en Israel

El problema central de los enfrentamientos entre los sectores laicos y religiosos en Israel consiste en saber si la sociedad israelí puede o debe someterse a los mandamientos y las prohibiciones religiosas que se remontan, como mínimo, a hace 1.000 años. Los choques se multiplican a todos los niveles de la vida diaria y van desde altercados en el mercado de un barrio al desenterramiento de cadáveres cuya judaicidad parece sospechosa a los rabinos. Los puntos de fricción y los enfrentamientos son tan variados como extraños.

Es de noche en el monte HerzI. En este panteón nacional, en Jerusalén, donde se encuentran enterrados los padres fundadores del Estado de Israel, algunos individuos se afanan, van y vienen entre las tumbas. Debido a sus largos caftanes negros son casi invisibles. Por la mañana, los guardias del monte Herzl descubren, incrédulos, horrorizados, inscripciones inmundas. "Venid a profanar mi tumba y a desenterrar mis huesos. Os espero, Golda Meir". Este llamamiento macabro, en grandes letras blancas encaladas sobre el mármol negro del mausoleo dela ex primera ministra, está firmado por KESHET, las siglas de una organización religiosa extremista, clandestina y, por supuesto, ferozmente antisionista y antiisraelí.Una degradación similar han sufrido los monumentos funerarios de Theodore Herzl, fundador del sionismo político; Wladimir Zeev Jabotiniski, ideólogo del sionismo musculoso y maestro de Menájem Beguin, y Evi Eshkol, ex primer ministro de Israel.

¿Por qué se cometen estos atropellos? Para protestar contra las excavaciones arqueológicas que se están llevando a cabo en el Neguev, al sur de Israel. Según los ultraortodoxos, estas excavaciones profanan un antiguo cementerio judío. Los arqueólogos, por su parte, han explicado repetidamente que no existe la menor huella de un cementerio, que los escasos huesos encontrados no pueden pertenecer a judíos porque no había judíos en esa época en esa zona. No hay nada que hacer. Los religiosos maldicen a los arqueólogos impíos.

No obstante, las excavaciones continúan. Pararlas resultaría casi imposible: no es cuestión de dirigirse a un tribunal sionista. Sólo hay una solución: las represalias de KESHET. Vosotros profanáis nuestras tumbas, nosotros profanamos las vuestras... Es absurdo hasta el infinito.

Agudaz-Israel, partido de la ortodoxia judía que está representado en la Kneset (Parlamento) y apoya al Gobierno, no protesta contra la supuesta violación de tumbas en el monte HerzI. Ni una palabra. El gran rabino, pagado por el Estado, permanece también mudo como una carpa. En privado se oye decir que "los chicos de KESHET son unos cuantos fanáticos aislados. Lo que hacen es, desde luego, inadmisible, pero no hay que tomarles en serio". Públicamente, ninguna personalidad religiosa quiere o se atreve a condenar esos actos odiosos. ¿Por qué? Porque poco a poco el establishment religioso, en Israel, se ha alineado con los ultras, incluso con los más irresponsables y los más locos. Por oportunismo, para no ser acusado de tibieza en la defensa de los valores y leyes religiosas. Por temor a ser rebasados por su derecha, por la derecha... del Señor.

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KESHET ha cometido su delito, pero nadie ha sido detenido. La policía conoce, sin embargo, a esta organización fanática desde hace tiempo. Nunca ha habido deten ciones. "Fuirnos cogidos por sorpresa. Se doblará la guardia", se dice en las altas esferas. Unos días más tarde, las tumbas del segundo presidente de Israel, Isaac ben Zvi, y de su esposa fueron profanadas, también en el monte HerzI. ¿Dónde estaban los guardias? Una vez más los culpables se desvanecieron en la naturaleza. En general, la policía israelí tiene extrañas mansedumbres con los maleantes cuando actúan en nombre de Dios. El gran rabino de Petah-Tikva, el venerable Baruj Salomón, dirigió varias manifestaciones, brutales y prohibidas por las autoridades, contra la apertura de un cine el sabat. El desafortunado comisario de la policía local osó abrir un proceso verbal y el gran rabino fue acusado. El sumario se cerró por una orden de arriba. El propio gran rabino demolió otro día un café de su ciudad. Salomón no dudó: al frente de sus discípulos, hizo añicos mesas y sillas, siempre en defensa del sabat. No fue ni siquiera acusado formalmente. Son sólo dos ejemplos entre mil.

Sobre el mapa político de Israel, en el que el integrismo religioso judío hace subir constantemente los niveles de oscurantismo, el rabino Isaac Peretz, líder del Shas (partido ortodoxo de los sefardíes) y ministro del Interior, ocupa un puesto de honor.

Un autobús que lleva de excursión a un grupo escolares colisiona con una locomotora en un paso a nivel sin barrera. Una treintena de niños mueren. Se declara duelo nacional. El ministro del Interior relaciona la tragedia con la inobservancia del sabat. Esos niños, o más bien sus padres, que les enviaron de excursión en sabat, son así castigados terriblemente. En definitiva, se trata de la cólera divina. Todo Israel está impresionado. El gran rabino se calla. El Gobierno también.

Se sabe que 16.000 estudiantes de seminarios rabínicos (yeshivoz), sanos de cuerpo y de espíritu, han sido excluidos del servicio militar obligatorio sólo en el año 1985. Mientras tanto, el resto de los jóvenes de Israel deben cumplir dicho servicio durante tres años. Indignación general en el país. Preguntas en la Kneset. Interrogado, pocos días después de que estallara el escándalo, en la televisión nacional, el ministro del Interior explica serenamente, con una sonrisa en los labios, que si los otros jóvenes arriesgaban su vida en el frente, los seminaristas "se matan en el estudio de la Torah" (el libro sagrado de los judíos). La opinión pública se indignó. No ocurrió lo mismo con las personalidades religiosas. Ni una sola palabra. Ni una sola opinión divergente, ni de un ministro religioso ni de un gran rabino. El Gobierno continúa callado.

El grano y la paja

Últimamente, el rabino ministro del Interior tuvo una nueva idea: distinguir entre los convertidos al judaísmo y el resto de los judíos israelíes. ¿Cómo? Haciendo inscribir en sus carriés de identidad la expresión "convertido/a". ¿Para qué? Para separar el buen grano de la paja: los verdaderos judíos, nacidos de madre judía, y los otros, siempre un poco dudosos, los convertidos. Esta vez el rabino-ministro ha ido un poco lejos. En el Gobierno, numerosas voces se han levantado para oponerse al decreto discriminatorio. El asunto ha quedado en suspenso. Continuará.

Escándalo en el Ejército. El rabino-comandante Samuel Derlich (ashkenazi), capellán de las tropas israelíes estacionadas en la Cisjordania ocupada, envía a los soldados una carta pastoral de 1.000 palabras en la que les exhorta a no olvidar y a aplicar hoy el mandamiento bíblico: "Hay que destruir Amalec". Este mandamiento categórico se remonta al menos tres milenios. Cabe preguntarse quiénes son los amalecitas de hoy. Los árabes, por supuesto. El capellán Derlich no lo dice con todas las letras, pero la idea, la intención, están claras, dado que cita, "como un ejemplo de amalecitas modernos", a los alemanes durante la II Guerra Mundial.

Tormenta. Protestas indignadas. El portavoz del Ejército intenta corregir el tiro, destacando que el rabino-comandante Derlich no había recomendado explícitamente en su carta la exterminación de los árabes. Cuarenta capellanes apoyan a Derlich. Su carta pastoral, aseguran, es un punto de vista halachica (código religioso judío) conforme a los textos sagrados, inatacable.

De ahí al rabino-diputado racista Meir Kahane no hay más que un paso. "Una vida judía vale más que todos los árabes de Israel", proclama Kahane, y cita un texto religioso: "...Y si no cazas a los habitantes de ese país, serán espinas en tus ojos y cardos en tus costados y te perseguirán sobre estas tierras...". El rizo está rizado. Citas religiosas al servicio de un racismo integral tan primario como poco piadoso.

Nada mejor para juzgar la influencia de los partidos religiosos en Israel, aunque sólo tengan el 10% de los escaños en la Kneset, que seguir las peripecias de la ley contra la incitación racista, recientemente votada por el Parlamento israelí.

Los dos grandes partidos, el Likud y los laboristas, fraternalmente unidos en esta ocasión, prácticamente impusieron una enmienda religiosa en la que se estipulaba que ninguna cita o referencia a un texto sagrado o religioso puede ser interpretada como una incitación al racismo. Meir Kahane estaba encantado. Por supuesto, votó a favor de la ley. Con las dos manos. Por el contrario, los partidos de centro y de izquierda, que habían trabajado durante meses para lograr una legislación antirracista, se opusieron a la de "una caricatura" de sus intenciones iniciales, según la diputada Sulamiz Aloni.

Profetas y profecías

En estas condiciones, ¿qué queda del sueño sionista de los pioneros socialistas que aspiraban a construir en Israel una nueva sociedad, democrática e igualitaria, inspirada en la justicia, de los profetas? Hay que resistir a la tentación de contestar que no mucho. Sería falso. Primero porque el modo de vida religioso, medieval en sus formas y en su contenido, retrocede sin cese frente a la sociedad profundamente laica, si no conscientemente sí al menos en la práctica cotidiana que se ha desarrollado en Israel. Además, porque en el plano de las ideas la intelligentzia israelí, incluida una parte de la intelligentzia religiosa, se ha despertado y ha pasado a la contraofensiva. Rechazan lo que el profesor de historia moderna Yosua Ariely llama "la tribalización de la nación israelí ( ... ) por el sesgo de los imperativos religiosos estereotipados".

Una cosa es segura: en la medida en que la paz árabe-israelí progrese, se consolide, los partidarios del clericalismo, del racismo nacionalreligioso, serán fuer zas en retroceso. Si, por el contrario, las perspectivas de paz y de distensión deben esfumarse, desvanecerse, el integrismo medieval, que ya se vive en una par te de esta región del mundo, amenaza con engullir también al Estado de Israel.

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