El himen del sobre
En primer lugar, permítame agradecer a usted esa delicadeza que tiene para conmigo -los demás, que lo agradezcan ellos- de enviarme de cuando en cuando una carta en la que ahora me dice: "Muchas gracias por su carta. No obstante, lamento decirle que el Consejo de Dirección de EL PAIS ha decidido no publicarla"; y, en otras, esto otro: "Le agradezco el envío de su carta, que fue, en su momento, seleccionada para su inclusión en nuestra sección de Cartas al Director. Sin embargo, los acontecimientos que continuamente se producen han pospuesto una y otra vez su publición...". Mire, mi caro director, ya constituye una especie de sadomasoquismo el que yo le escriba y usted me envíe la misiva de turno, bien con un texto o con el otro. Temblando de incontenible placer desgarro el himen del sobre y acabo entre estertores babeando sobre el texto: tal es el poder que estas dichosísimas misivas obran en mí. Espero otra. ¡Ay, no te tardes, que me muero!Sin embargo -¡oh, hados de las casualidades!-, qué suerte tuvieron aquellos que ya desde Tarrasa, ya desde Barcelona, aunque el matasellos fuese de Valladolid, vieron incrédulos cómo una y otra vez se repetían sus cartas al director con el mismo motivo estafándole ahora en un cursillo sobre la batalla del Peloponeso, ya sobre las ruinas de Manchuria o la nula preparación del guía sobre el tema Los jardines colgantes de Babilónia. No había día en que no apareciese la carta catalana y encontrase eco inmediato en su publicación. Eran tan habituales de la sección correspondiente como lo son los cumpleaños de los parlamentarios extremeños en la sección de onomástica, que no hay día en que alguno de ellos no figure en dicha sección por tan feliz acontecimiento.
Mire, no le voy a elogiar EL PAIS, que según afirman ustedes es un denominador común de todas las cartas que ahí navegan... Pero en honor a la verdad he de decirles que el periódico me gusta, si no no lo compraría aunque muchas de las cartas que se publican no tienen el más mínimo interés general y algunas son verdaderos monumentos del mal hacer epistolar-
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