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Salvamento y reconversión de un edificio

Impresionado por el sacral empaque del madrileño Palacio de Correos, se cuenta que Troski afirmó que en España hasta los edificios públicos de carácter civil tenían un aspecto catedralicio. El autor de la gigantesca mole, que abraza una de las esquinas de la plaza de Cibeles, el arquitecto gallego Antonio Palacios Ramilo (Porriño -Pontevedra-, 1.876; Madrid, 1945), fue asimismo el responsable de otras edificaciones monumentales que se reparten estratégica y emblemáticamente por diversos puntos de la capital, como el Banco Central, el Círculo de Bellas Artes o el hospital de San Francisco de Paula para Jornaleros, cuya adquisición y rehabilitación por la comunidad autónoma madrileña se acaba de celebrar mediante el acto de inauguración oficial de las nuevas instalaciones allí emplazadas para la Consejería de Ordenación del Territorio, Medio Ambiente y Vivienda.El antiguo hospital de Jornaleros, más conocido popularmente como el hospital de Maudes, por dar su fachada de acceso a dicha calle, ocupa una amplia manzana y se proyecta de forma espectacular sobre la avenida de Raimundo Fernández Villaverde cuando ésta está a punto de desembocar en la glorieta de Cuatro Caminos.

Encargado el proyecto a Antonio Palacios en 1908, el hospital fue oficialmente puesto en uso nueve años después, en 1917, lo que no debe extrañarnos dada la magnitud y complejidad del mismo, en cuyos remates terminales se acusan debilidides presupuestarias, ingeniosaniente resueltas, eso sí, por un arquitecto que da lo mejor de sí mismo cuando se ve asediado por las dificultades.

No es éste el lugar, sin embargo, para un comentario crítico sobre el valor artístico de un edificio que pertenece a la fisonomía histórica de Madrid, sino para celebrar, en primer lugar, su rehabilitación, rescatándolo del lamentable estado de abandono en el que se halla ba, y su consiguiente reutilización funcional, sin la que cualquier intervención restauradora carecería de sentido.

En este sentido, en poco menos de un par de años, esa mole de piedra desvencijada, que nos daba la impresión de un decorado de película de terror absurdamente dejado sin desmontar, ha recobrado una luminosidad radiante, como de trasatlántico felliniano que cruza, cual hermoso sueño anacrónico, la roma uniformidad de una ciudad sin atributos.

Espectacular visión rampante

La dirección arquitectónica de esta benemérita rehabilitación ha correspondido a Andrés Perea Ortega, que no sólo se ha encargado de las labores de adecentamiento, restauración y adecuación de esta fábrica monumental, sino que incluso ha diseñado el mobiliario, que ha resuelto mediante la elaboración de una serie de prototipos modulares, verdaderamente acertados desde el punto de vista funcional, estético y económico, pues el material con el que han sido fabricados es madera de conglomerado barnizada.

Con mínimas intervenciones agresivas -la única en verdad sustanciosa ha sido la supresión de una escalera de acceso, supresión que no sólo era inevitable, sino que ha permitido crear un amplio recibidor subterráneo, a través de cuya claraboya se permite una espectacular visión rampante de la fachada sotto in sù-, Perea Ortega ha conseguido lo que para mí resultaba a priori más inesperado: la claridad confortable de esta otrora impávida catedral del dolor.

Alumno del neocasticista Ricardo Velázquez Bosco, evidentemente influido por la secesión vienesa y con algún prurito de vanguardista après-la-lettre, claro que Antonio Palacio demostró ser consciente de la necesidad de aliviar la mole intimidatoria que había concebido originalmente, como queda demostrado en los sutiles detalles de incrustación cerámica, en el diseño cristalino de algunas naves y en el soberbio tratamiento de las zonas murales más comprometidas, pero el conjunto seguía dominado por una severidad eclesial de corte victoriano. Con este contexto, el respeto historicista. no era suficiente, pues lo que fue hospital a la antigua usanza debía servir ahora como sede de trabajos administrativos; esto es: no bastaba con esforzarse en comprender el valor de lo hecho para conservarlo, sino también había que interpretar su espíritu para actualizarlo adecuadamente. Ha sido, pues, una labor musical en la que Perea Ortega se ha comportado como un virtuoso.

Por lo demás, al margen de las consideraciones bien pensantes obvias respecto a la recuperación de la memoria histórica de la ciudad, no está mal, dando la vuelta a la impresión sentida por Trotski ante el aspecto catedralicio del Palacio de Comunicaciones, que ahora los hospitales más vetustos parezcan cristalinos oasis de luz, donde hasta el trabajo rutinario está arropado por un escenario grato.

El montaje de una exposición razonada de todos los elementos que intervienen en esta compleja restauración acompaña, con buen tino didáctico, los fastos de esta inauguración.

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