La guerra vista por un niño
¿Qué queda por contar de la guerra civil? Ésa es la pregunta que acompañó la proyección de El hermano bastardo de Dios en el último festival de Venecia.Se trata de una interrogación un poco retórica, sobre todo cuando quienes la plantean no la aplican al cine italiano dedicado a repescar la iconografía y los temas del primer neorrealismo; o al soviético que sitúa la acción enla inmediata posguerra, o alguno de esos grandes espectáculos bélicos con que los estadounidenses escriben su historia en imágenes. El cansancio frente a un tema es más una cuestión psicológica que un hecho real.
A fin de cuentas las diferencias entre las películas de género son siempre cuestiones de matiz y a los espectadores lo que puede fascinarles, divertirles o emocionarles es que se les ofrezca la posibilidad de entrar en un juego de complicidades, reconocer al mismo tiempo que se percibe la diferencia. El hermano bastardo de Dios muestra la guerra civil desde el punto de vista de un niño. Por eso no es muy importante la peripecia política, saber qué diablos pinta el marroquí interpretado por el espléndido Juan Diego en un hospital republicano o cuál es la filiación política de la familia del niño protagonista, sobre todo porque sus convicciones religiosas no parecen causarle demasiados problemas.
El hermano bastardo de Dios
Director: Benito Rabal. Intérpretes: Francisco Rabal, Asunción Balaguer, María Luisa Ponte, Paco Rabal, Terele Pávez, Lucas Martín. Guión: Agustín Cerezales y Benito Rabal, basado en la novela homónima de José Luis Coll. Fotografía: Paco Femenia. Música: Juan Pablo Muñoz Z. Dirección artística: Felix Murcia. Española, 1986. Estreno en Madrid e los cines Paz, Richmond y La Vaguada M-2.
Benito Rabal, que rueda con sus familiares y con los demás actores como si todos fueran sus parientes, comete algunos errores de debutante ingenuo: el primero y más importante, haber incluido demasiada voz en off, el que ésta aporte largas reflexiones de orden moral en vez de algunos datos complementarios -eso genera sensación de redundancia o de que las cosas no se cuentan bien- y el que la voz de este narrador que impone sentido sea la de José Luis Coll, que pone un énfasis que resulta excesivo.
Hay también una cierta tendencia a convertir los planos en estampas, y la representación de los sueños no siempre está bien resuelta, un poco por aquéllo que explicaba Truffaut de que todo el cine es, por su propia naturaleza, onírico, y eso hace difícil jugar a las muñecas rusas con las películas, colocando unos sueños dentro de otros.
Babelia
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