La verdad entera
No es mi costumbre responder a artículo alguno. Y mucho menos si éste proviene de un amigo. Mis aprecios los resuelvo en privado, y mis discrepancias no suelo nombrarlas. De cualquier forma, lo escrito por Fernando Savater en estas páginas el 1 de agosto me ha hecho cambiar de procedimiento. Lo que dice es importante y el silencio -primera tentación- me dejaría incómodo.Indica F. S. que debe haber proporción en lo que se dice. Sin duda, de proporción va la cosa. La verdad, si no es entera, se convierte en aliada de lo falso. Para conseguir una verdad lo menos troceada posible hay que colocarla a la luz de los supuestos, en un contexto que ayude a que ninguna parte pierda contorno. Sin perfiles claros todos los rostros son feos o bellos. Como se quiera. Pero aquí, justamente, comienzan los problemas de muchos.
Porque para más de uno la respuesta a lo que dice F. S. es, por lo menos, peligrosa. No hay problema si se habla desde lo establecido. Pero roza uno el seto de la ilegalidad en el momento en el que hable desde una cierta distancia al espíritu de la Constitución. O no se someta a esa serie de símbolos que en, 10 años se han sacralizado. Desde tal límite, las cosas no se ven tan unilateralmente. Así, por ejemplo, repugnará la muerte de cualquiera que la pierda a causa de una bomba o un tiro, pero no le repugnará menos el ejercicio de la violencia que supone la existencia de cuerpos militarizados con la correspondiente coerción del derecho -o prederecho- de opción de un pueblo, se llame esto autodeterminación o lo que se quiera.
Es éste el punto central de referencia. Punto que sólo puede tocarse levemente, como de puntillas y sobre el cual no, dice una palabra ni F. S. ni nadie. O peor aún, lo que se insinúa es que eso no se toca, que todo está vendido y que lo único que hay que hacer es aceptar y callarse. Entristece que se entre con tanto ímpetu en esta vía única. No es que se permanezca en la duda, o se argumente sobre lo sensato que pudiera ser la renuncia momentánea a las propias exigencias, o se señalen los estragos dé la muerte. Nada de eso: se impone lo que existe y te alistan en el pragmatismo de lo que se ha convenido que es bueno simplemente porque se ha convenido. Frente a esto, sin embargo, hay que hacer, al menos, dos precisiones.
La primera es que no es cierto que, moralmente, haya que mantener los pactos por el hecho de ser lo más realista (el realismo es trivial, bien conocido y hasta cínico. Las votaciones llamadas democráticas de este país se han parecido a los ejercicios espirituales que, libremente, hacíamos en el colegio. Si te negabas, peligraba de tal manera tu integridad, que lo mejor era hacerlos libremente). Siempre queda la exigencia moral de cuestionar tales pactos. A veces esa exigencia es tan poderosa que uno no puede por menos de recordarla y repetirla incansáblemente negándose, incluso, a seguir el camino del olvido y de la represión de la voz moral.
Soberanía
La segunda es que en Euskadi se conjugan dos factores que le dan toda su fuerza y dramatismo. Por un lado, la no aceptación de una reforma-transición forzada, y por otro, la conciencia de su soberanía.
Siendo esto así, parece que lo correcto es discutirlo y no darlo por cancelado o fijarse en los aspectos más negativos (¿quién no los tiene?). Por cierto, es una enseñanza histórica que la razón sofocada genera desmesurada pasión. De la misma manera que es una verdad lógica que quien tiene razón no la pierde aunque la maldefienda. Que un palestino vuele un avión puede ser -y lo es- una barbaridad. Los derechos palestinos, a pesar de esa desgracia, permanecen intactos. Intactas también han quedado estas razones en las observaciones de F. S. y de tantos otros. Hablemos de ellas, porque suprimirlas por decreto es fuerza y nada más. Y si se objeta que los que así piensan son sólo una minoría desdeñable, habría que responder que entonces no se ve por qué no se la somete a votación (sólo en el caso de Navarra se es celoso de ese derecho. ¿Por qué no para Euskadi?), de forma que sea definitivamente derrotada. Es absurdo reducir a unos pocos una tendencia que cala en multitud de vascos y que, con más acuerdo; tolerancia o repugnancia respecto a las acciones violentas, sigue manteniendo, en una proporción suficientemente relevante, tanto sus peticiones de soberanía nacional como el rechazo del modelo de Estado que otros han admitido, pero ellos no.
Esto es lo esencial. Sólo que si de lo accidental hace falta una palabra, la diré. Según F. S., no es fácil saber para qué querrían los votos el PNV, EE o HB. Le recordaría, antes que nada, que mí artículo anterior iba dirigido contra la falta de lógica de lo que se entiende por espectro político cuando critica a HB. Era una argumentación que trataba de poner al descubierto la carencia de autocráica, así como la incoherencia de los acusadores. El efecto deseado de tales argumentaciones no es el mero pasatiempo, sino, en lo posible, la cura. Por eso puedo preguntar yo ahora: ¿para qué quieren los votos el PSOE o AP? ¿Para reprimir? ¿Para jugar con ellos?
Respecto a que sea una exageración afirmar que HB ha obtenido sus votos en peores condiciones que los demás no me voy a detener mucho en ello, ya que parece claro que quien tiene menos ayuda bancaria y menos acceso a los medios de comunicación está en peores condiciones. Es verdad que tiene un periódico a su favor. Tan verdad como que tiene a todos los demás en contra. Y si hicieron bien la propaganda electoral, eso es su virtud y no su culpa. Dar como razón de su éxito el que estén más reprimidos es como decir que a mayor opresión más éxito. ¡Ojalá! Por lo demás, ¿Ha pensado F. S. cuántos votos obtendría HB si no se diera la lucha armada? Supongo que tendría los actuales más otros que por problemas de conciencia o por lo que sea no la apoyan mientras haya sangre.
Lo de la tesis en euskera -que espero se resuelva pronto favorablemente- era una anécdota que yo contaba no para compararla con muertes o bombas. Si de mí dependiera, no sólo dejaría de dirigir tesis alguna, sino que daría todo lo que tengo -que no es mucho- con tal de que no se diera un muerto más. Pero quien ha presentado la tesis lo ha hecho porque se matriculó en la universidad de Madrid cuando no la había en Euskadi y necesitaba el título como el agua y el pan. No porque quisiera ser español. Esto lo será o no cuando se lo pregunten. Nada más.
Una pequeña referencia al temor. Yo no sé si HB teme a ETA, es al revés o no es de ninguna forma. Yo me he referido siempre a un pueblo en general desde la postura de quien dice, independientemente, algo. Desde la intención del personaje de Shakespeare: "...¿ha de tener miedo de hablar el deber cuando el poder se doblega a la adulación?". Sé, desde luego, del temor que hay en Madrid. Es tanto que encontrar actitudes gallardas es tan dificil como le era a Diógenes encontrar un hombre. Sólo medias palabras, hom.bros que se escurren, miedo puro y simple a decir lo que se piensa.
Pacifistas de decorado
Y a propósito de temor. La violencia no sólo debe horrorizar, sino que todo pacifista consecuente ha de rechazarla sin miramiento. Pero una cosa es ser pacifista de decorado, y otra, pacifista de verdad. Éste se opone a toda violencia. Por eso no condena a este o a aquel grupo de enfrente, sino a toda forma militarizada. Si no, no es pacifista contra toda violencia, en acto o en potencia, y sobre todo contra los que más violencia acumulan. Y la llamada violencia legítima le parecerá un concepto contradictorio. En caso contrario, no tendrá más remedio que admitir otras violendias también legítimas.
Voy a acabar recordando mi última estancia en Donostia. Allí tuve la ocasión de seguir, radiada, una manifestación a favor de los refugiados que fue violentamente disuelta. Se trataba de una radio libre y a ella llamaban tanto policías como simpatizantes de los manifestantes. Era realmente instructivo. El odio se mascaba. Verdaderamente era impresionante. Era una sítuación de guerra. ¿Se quiere desbloquear esa situación? En caso afirmativo, comencemos a poner las cosas en su sitio. Comencemos a dar, de verdad, la palabra, a reconocer la voluntad de la gente. Y a pactar. Si tanto pacto y negociación se ha hecho; si la actual situación es fruto de cambios, transacciones y hasta dejaciones espectaculares, ¿por qué negarse a arreglos que, además, pueden llevar a una democracia más efectiva y a un reconocimiento real de la voluntad popular?
Aquí radica la responsabilidad de todo el mundo. En momentos duros, que cada uno aguante su vela. Al margen de que sigamos discutiendo en privado, creo que es una ocasión para entrar no en un agresivo combate de condenas, sino en un diálogo en el que todos opinen desde sus auténticas intenciones. Y al Estado lo único que le corresponde es escuchar.
filósofo vasco, es autor, entre otras, de la obra Saber vivir.
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