Manguitos al descubierto
Población 1 Vargas, Reina, Caro.
Toros de Pilar Población, con trapío, cornalones astifinos, desiguales de juego y fuerza. Pepe Luis Vargas: cuatro pinchazos (silencio); estocada perdiendo la muleta y rueda de peones (silencio). Luis Reina: estocada corta trasera (petición y vuelta); estocada (oreja). Curro Caro: estocada corta trasera atravesada baja (silencio); bajonazo descarado (silencio). Plaza de Las Ventas, 7 de septiembre.
Todas las corruptelas que se producen durante la suerte de varas tuvieron ayer expresión clamorosa en el quinto toro, que era un forzudo galán. De entrada, los manguitos; esa calzona antirrejalamentaria que les ponen a los caballos bajo el peto. Los zarandeos del toro hicieron que al caballo se le aflojara el vientre, y la calzona le cayó, patas abajo. Sorprendidos espectadores gritaban, señalando con el dedo: "¡Ha perdido las bragaaas!" Y las bragas estaban sucias. No sólo merece multa la corruptela, sino que debe intervenir Sanidad. Los caballos pueden coger infecciones con semejante pingajo. Estábamos en que el toro zarandeaba fuerte y uno de sus inciviles empujones alarmó al caballo, que galopó despavorido, hasta estrellarse contra las tablas. A los caballos de picar los domingos por la tarde los enjaezan -más o menos-, y los echan a andar, con un tiarrón encima tocado de castoreño. Ellos creen que los sacan a tomar el sol -siempre pican- y resulta que los tunden, nunca saben quién ni por qué. Les tapan los dos ojos: segunda corruptela. Dos círculos concéntricos hay en el ruedo, con objeto de que al toro se le coloque dentro del menor -y la acorazada de picar, fuera del mayor-, para que pueda embestir de largo. A ese quinto de la tarde, sin embargo, lo colocaban arrimado a la acorazada, para que lo fusilara. Ahora bien, el quinto de la tarde no se dejaba fusilar así como así. De un testarazo descabalgó al picador de la silla y lo cabalgó sobre el cuello del equino, que rebuznaba contra los abusos de poder; de otro mandó al picador al garete y éste aterrizó con estrépito sus posaderas en la arena.
Muchos lances de borrascosa factura tuvieron lugar en el quinto, de la tarde, mientras la afición, además de denunciar que el caballo había perdido ¡las bragaaas!, afeaba al presidente su pasividad y, a los lidiadores su absentismo. Porque los lidiadores -esa es otra- permanecían de mirones, como el público, y era un peón el que bregaba.
Llegó el toro al último tercio amenazador por su buido pitón izquierdo, noble por el derecho. Luis Reina lo toreó por este lado con mando, muy animoso y valiente. Le faltaba arte, pero no se le iba a exigir todo de una vez. Mató de una espléndida estocada arriba, volcándose sobre el morrillo, y ganó una oreja, que el público estaba deseando darle. Lo estaba deseando porque la pidió en el segundo toro y el presidente no la concedió. Ese segundo toro fue bueno por el pitón derecho, nobilísÍmo por el izquierdo; sólo que, además, tenía casta, y esta condición siempre es un problema.
Reina dio muchos derechazos y naturales rápidos, sin perderle la cara al encastado animal, y ya lo estaba pasando de faena cuando cuajó con la izquierda una tanda que añadió temple al mando. Tan pasado estaba el toro de faena que, a partir de ahí, no quiso saber nada más de tauromaquia ni gaitas, y escapó a refugiarse junto a las tablas.
Si el mejor lote le correspondió a Reina, el peor fue para Pepe Luis Vargas, que lidió con seriedad, valor y honradez profesional. El primero tiraba espeluznantes derrotes, y los aguantó con torería. El cuarto desarrolló sentido a los pocos muletazos y buscaba afanoso al torero, con ánimo de engancharlo por la ingle. Vargas, pues; no era consentidor, lo castigó por bajo y lo mató bien muerto.
Deslucidos los otros dos toros, Curro Caro dio alguna muestra de finura de estilo y muchas de fragilidad de ánimo. Legionario del toreo no parece ser. La afición respetó sus gustos y no le chilló, ni nada. Laafición sólo chillaba ayer por las corruptelas, por las caídas de los toros, por el presidente, que ve manguitos mugrientos y no los prohíbe, como es su deber.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.