_
_
_
_

Un sobrero bronco descompuso la fiesta

Bartolomé / Robles, Ortega Cano, EspartacoCinco toros de Felipe Bartolomé, terciados pero con trapío, encastados; 6ª, sobrero de Martínez Uranga, manso y bronco. Julio Robles: estocada y descabello (oreja); pinchazo y estocada delantera caída (vuelta). Ortega Cano: estocada (ovación y salida al tercio); bajonazo (vuelta). Espartaco: estocada corta tendida baja y rueda insistente de peones (oreja.); pinchazo y bajonazo (ovación). El peón Rafael Sobrino, cogido por el sexto, resultó contusionado. Asistió a la corrida el lendakari José Antonio Ardanza.

Plaza de Bilbao, 20 de agosto.

Cuarta corrida de feria.

La corrida era una fiesta, amable y triunfal -un poquito triunfalista también- cuando salió el sobrero, en último lugar, y descompuso el pasodoble. El sobrero, cuya gran culpa era ser manso y bronco se hizo el amo de la plaza. La acorazada de picar hacía avanzadillas a los medios, para castigarlo, en medio de ruidosísimas protestas del público, pues semejantes misiones de ataque están expresa mente prohibidas por la Convención de Ginebra. Espartaco, muy torero y responsable en la lidia, in tentaba fijar al toro, 3, su peón Rafael Sobrino le ayudaba con no menos pundonor. En una de sus estampías, el toro arrolló al peón y lo estrelló contra la barrera.

El público, entonces, pidió a gritos al presidente que retirara al toro y el presidente lo que hizo fue cambiar el tercio. Ni siquiera ordenó banderillas negras, como procedía. Se explica: las banderillas negras son un baldón ganadero, y el ganadero era, en esta ocasión, la firma Martínez Uranga (Chopera); gente de la casa. El tercio de banderillas, que transcurrió entre coladas y desarmes, lo cambió el presidente cuando al manso le habían prendido un solo palo. La primera embestida a la muleta fue otra colada espeluznante y Espartaco, con muy buen criterio, resolvió castigar por bajo buscando la igualada.

Minutos antes de aparecer el sobrero, nadie habría imaginado que la corrida acabaría con tantos incidentes y disgustos, pues transcurría mecida en una almibarada placidez. Los toros de Felipe Bartolomé eran encastados y nobles; los diestros toreaban desarrollando al máximo sus capacidades técnicas.

A los toros de Felipe Bartolomé les caracteriza una presencia singular, pues no pasa de terciada, pero nadie podría negar su trapío. Tal como llegaron a Bilbao, son caja discreta, aunque proporcionada; no muy desarrollados de astas, si bien son vueltas y agresivas -y hubo alguno francamente cornalón-; la cara -su expresión-seria; desarrollados de culata, finos de pezuña, bellos en sus capas entrepeladas o cárdenas. El cárdeno claro que salió en sexto lugar estaba cojo, lo devolvieron al corral, y le sustituyó el barrabás casero que organizó la marimorena. El público aún se está arrepintiendo de haber pedido esa devolución.

Los cinco restantes toros de Bartolomé resultaron nobles y encastados. La casta era lo que daba importancia a su lidia, y añadía un componente de riesgo a su nobleza. Al toro de casta hay que torearlo con técnica depurada. Julio Robles lo hizo así. Mandó en todos los muletazos y construyó dos faenas en las que amalgamaba. el dominio con la interpretación exquisita de las suertes. Cuajó mejor los redondos que los naturales y de aquellos hubo algunos inspiradísimos, como los que dio erguida la planta, asentadas las zapatillas en la arena, acompasando el ritmo del pase con el giro de la cintura.

Ortega Cano, en cambio, toreó mejor al natural, sobre el que montó las dos faenas. Su primer toro se le quedaba un tanto corto y aun acentuó este defecto por no darle distancia. En el otro toreó más a conciencia, marcando los tiempos del muletazo, incluso subrayándolos con parsimonia profesoral, como quien dicta una lección. Técnicamente, la faena fue irreprochable; sin embargo, no parecía inspirada. Ortega Cano recitaba los cánones del toreo sin sentirlos en el alma.

El tercer toro era de los que van y vienen. Se quedaba distraidillo a la salida del pase, tomaba el siguiente al primer cite. Espartaco lo toreó relajado, parsimoniosamente, con gusto y temple, hasta que se le ocurrió tirarse de rodillas, dar en tan incomoda postura y todo eso, y armó el alboroto. Espartaco necesita del bullicio, al, parecer, para confirmar su personalidad torera. Luego vendría la cruda realidad del sobrero, que fue el que fue -!a correr todos!- y convirtió la plácida fiesta en una algarada tabernaria.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_