La fiesta ha sido un éxito
Enriqueta Antolín nació en Palencia. Estudió Magisterio en Ávila y Periodismo en Madrid. Es periodista y escritora. En La fíesta ha sido un éxito una mujer planea, desde su cama de enferma y entre las brumas de su pensamiento a la deriva, una fiesta, a la que quiere convocar a todos sus viejos amigos.
En el más absoluto silencio, un puñado de monedas de oro se deslizan por el techo, chocan contra la lámpara, resbalan -por las paredes y, al caer al suelo, desaparecen bajo los muebles. Luego vuelven por su camino, se agrupan y se persiguen hasta que, inesperadamente, salen lanzadas en todas direcciones como estrellas fugaces. Esto es lo primero que he visto. Quizá llevaba mucho tiempo atrapada en esa magia sin saber que ya estaba despierta, cuando me ha sorprendido una voz extrañamente ronca: "Nada está en su sitio", he oído.Muy lejos, casi pegados a los barrotes de la cama, unos pies que en tiempos fueron míos yacen completamente helados. He estado tentada de levantar la sábana para ver si, tal como suponía" aparecían recubiertos de escarcha, amarillos, quebradizos y rechinantes como polos de limón. Pero no he tenido ánimos, ganada por una laxitud sospechosa. Nada está en su sitio, he repetido aún dos veces, intentando hacer llegar a una cabeza torpe, la mía, por supuesto, la evidencia inquietante de que desde esta fecha mi vida va a cambiar. Hoy es 20 de junio, he explicado paciente a los témpanos de hielo, último día de la primavera de 1986. Aún debe de ser pronto, y seguro que fuera hace ya bochorno; este año el calor se ha adelantado mucho, el cielo está limpísimo y el sol, atravesando la copa del pino, es un caleidoscopio en mi habitación. Debería haber echado las cortinas, y también debería haber cerrado el aire acondicionado; lo que pasa es que anoche no estaba para nada. Y ahora tampoco, claro, ahora tampoco voy a levantarme, aunque sería tan fácil librarme de esta luz mañanera y este frío excesivo, pero no voy a hacerlo, no tengo, decididamente, ganas.
Si las tuviera, también me gustaría mirarme en un espejo. Ayer lo hice, cuando se fueron todos, zarandeada y maltrecha, y qué difícil dar con la medida exacta de una despedida. Algunos, quizá la mayoría, resultan un poco chapuceros. Te estrujan vigorosos con una conmovida intensidad y tú, que habías puesto en juego cierto distanciamiento para no sucumbir, te entregas de repente, y en ese mismo instante lo que creíste que apenas acababa de empezar ya ha terminado, y te queda un como tambaleo y una desilusión que no llega a cuajar, porque ya están ahí otros brazos y labios dispuestos a interpretar su danza del amor sin palabras. Y si los sobrios del primer caso son un poco desconsoladores, estos otros son muy deasazonantes.
A PUNTO DE RAPTO
Cuando les toca él turno, se te abalanzan como, si estuvieran a punto de raptarte, ante el estupor de los concurrentes. Llevados de su vehemencia, trastabillan contigo entre sus brazos, y es muy posible incluso que te pisen los pies, te restrieguen un mechón de su pelo o acaso de su barba por un ojo, o introduzcan, descontrola dos, su nariz en tu oreja sin el menor pudor. Alcanzado este punto, te sabes observada por un coro expectante, comprendes que ha llegado la hora de las confidencias y las declaraciones de principios,y empiezas un torpe balbuceo con la boca torcida y aplastada contra un punto inconcreto y más o menos áspero de tu raptor. Pronto se hace patente que tanta desmesura no puede terminar así como así sin que sea un desaire, de modo que te ves obligada a permanecer en tan apasionada actitud un tiempo que ya parece, y no sólo a ti, eterno. Cuando por fin te sueltan, con ropas y expresión alborotadas, lo único que cabe es escapar cada uno por su lado, como si algo hubiera estado a punto de ocurrir, algo de lo que habrá que hablar quizá más tarde. El último en marcharse ha sido él, sin abrazos ni besos. Ha apoyado sus manos en mis hombros y ha apretado un poquito; suerte, ha dicho en voz baja, ha rozado con un dedo muy sabio la flor que me diera al entrar y que duerme fatigada en mi pelo, y ha sido justo entonces cuando he sentido no deseos sino necesidad -de verme tal como él me veía, de saber cómo era la imagen que él se acababa de llevar.
También cuando era niña buscaba explicación en los espejos. Yo soy yo, yo soy yo, Te decía mirándome a los ojos; yo soy yo, ella es yo, esa mujer que me habla, una bruma borrosa, el azul derramado, un charco después de la lluvia con nubes y con árboles, un rostro infantil con tirabuzones navegando boca abajo con Alicia en busca de un país donde no quede sitio para el miedo; no debí beber tanto champán; ésa soy yo.
La idea de la fiesta ha sido mía. Estaría bien tomar una copa con mi gente, me dije, no por nada sino porque apetece; no un adiós, por favor, qué absurdo, no; sencillamente, el gusto de estar un rato juntos. Eso si, que no me falte nadie, aunque haya que acudir a las agendas desechadas, aunque haya que escuchar del otro lado primero la sorpresa, y luego la alegría y de nuevo la sorpresa y no faltaba más, cuenta conmigo, ya sabes cuánto te quiero.
Vinieron dos amigas rescatadas de un pasado de juegos en el patio del colegio y novios zafigolotinos; de cuando estrenábamos medias de cristal. Se habían casado tan jóvenes, con los estudios a medio acabar, han tenido los hijos que Dios les dio y aparecieron del brazo de sus maridos, los cuatro un poquito gordos y un tanto atildados. Rebosan una dulcísima indulgencia; siempre fue un poco rara, piensan de ti, la única que se empeñó en marcharse para estudiar una carrera que ya ves tú la falta que la hacía, si los tenía así, - a elegir; con el mejor partido se hubiera podido casar. Dijiste que te ibas y no hubo quien pudiera detenerte; ésta se va contra viento y marea; siempre fuiste muy tuya. Después, de verano en verano, con un niño ajeno en el regazo, o en pandilla, como antaño en el café de la plaza, les contabas le yendas de vida comunal, chicos, sí, y también chicas; no, novios precisamente no, y viajes a la Indía, a Marruecos y Londres, la universidad como una película del Oeste, con los buenos a pie y los malos a caballo, cuevas-donde gemía el jazz y se pasaban porros, y un cine prohibidísimo que sólo se veía en Perpignan. Soltabas unos tacos que sacudían su mundo, usabas un peinado alarmante, vaqueros ajustados, largas faldas floreadas; una exageración para tu edad, pensaban, "porque, aunque no los aparente, ya tiene sus añitos, los mismos que tú y yo".
A LA INTEMPERIE
Por fin están aquí, en mi terreno, y juraría que aunque no quieren dudar de su propia importancia se sienten un poco a la intemperie. Afortunadamente, el rincón al que han ido a parar, de pie junto a la puerta, es, mira tú por dónde, se dicen unos a otros, la mejor atalaya para no perderla de vista, fisgar a esta legión de advenedizos que no saben de la misa la media, y responderla con un gesto cómplice cuando, entre humo y copas, se cruzan sus miradas. Ahora, sin ir más lejos, están viendo cómo un hombre que acaba de Helar le regala una flor amarilla, una rosa parece; ella la huele como si esperase encontrar algo más que un aroma, la pasea despacio por mejillas y boca y la hunde entre sus rizos. Mientras tanto, él ha desaparecido y ella está rodeada por un grupo de eufóricos que la soba, remira y olisquea, como si, se tratara del cachorro perdido que vuelve a la camada. Salta a la vista que éstos son también de mucha confianza, antiguos compañeros de clase; seguro que son ellos, los que vivían juntos en la buhardilla compartiendo el dinero, la colada, el válium, el café y a saber si algo más. Si no les diera apuro se acercarían a verlos; aún recuerdan sus nom-bres, apellidos, andajazas y aventuras de su vida en común, fascinante tema de conversación de aquellos cada vez más raros reencuentros.
Nadie ha faltado a mi llama da, sólo la monja, y ni siquiera, porque llegó puntual su telegrama: "Hoy más que nunca te tendré presente en mis oraciones. Stop". Yo sé cuánto me quiere, pero desde que decidió hablar como un espíritu ya no tenemos nada de qué hablar. Es verdad que, a veces, si estamos solas y en silencio, se ilumina de pronto, entre las dos, la carretera ancha por donde paseamos la ternura sin nombre que tanto nos unió. Pero en el papel azul que ha traí do el cartero no había ni rastro de sus ojos. Más vale así; mejor que no haya venido con el engo rro de sus hábitos; a ver cómo explico yo relación tan exótica; no hay mal que por bien no ven ga. Eso sí, podría habérsela pre sentado a ellos, pobres míos, tan juntitos y aislados, sin dejar de acecharme enternecidos. Se hu bieran alegrado, seguros de tener por fin la prueba de que conservo, aunque celosamente oculto, mi corazon de hija de María. He estado tan solicitada que apenas he podido hacerles caso.
Tampoco a mis viejos compañeros de piso les he atendido como se merecían; tendría que haberles preguntado que tal está tratándoles la vida, qué fue de aqueRos padres que venían a vernos con paquetes para todos, si encontraron trabajo, qué se hizo de sus amores, si todavía creen que mereció la pena librar tantas batallas, cómo están de salud. En lugar de hablar de intimidades nos hemos dedicado a piropearnos. Quitándonos la palabra los unos a los otros, hemos asegurado que estábamos muy guapos, guapísimas las chicas, por supuesto, que no pasan los años por nosotras, y ellos también, ellos están todos estupendos, el bigote aún oscuro, la barba ya se sabe que es siempre más traidora, y el,pelo; bueno, sí, estás un poco calvo, pero muy interesante.
Tendré que preguntar a mis amigos, quiero decir a mis amigos de hoy, qué les han parecido mis amigos de ayer. Amigo, que estúpida palabra, si no lleva muletas no quiere decir nada; debería tener mil derivaciones para matizarla. Amiguete, sin ir más lejes, está bien, se entiende que es airágo, para los buenos ratos, de poco compromiso. Y amigote, que lo ponía mucho en los tebeos, "se ha ido con los amigotes", o sea, de francachela. Pero cómo llamar a los que fueron uña y carne, Fuenteovejuna, todos a una, todos para uno y uno para todos, y hoy acuden, sin dudarlo, a la cita con una extraña que cree necesitarlos porque hubo una época en la que no podía vivir sin ellos. Los de ahora son otra cosa; hemos llegado a la misma terraza por escaleras distintas, y nadie quiere andar revolviendo en sus desvanes ni averiguar qué guardan los demás en los suyos. Nos unen errores parecidos que no nos confesamos, y virtudes supuestas que nos han permitido llegar a ser quienes somos. No deja de asombrarmequé lazos tan livianos puedan sujetar tanto.
LA LISTA
Lo que tengo que hacer cuanto antes es escribir la lista con los nombres de todos, no vaya a ser que más tarde alguno se me olvíde; coger un cuaderno y anotar, pero antes hay que encender la luz, no se ve nada, por qué está tan oscuro; el pino que estaba en la ventana es esa mancha opaca contra un cielo que presagia la noche. He creído que estaba amaneciendo y es el anochecer; nunca conseguiré aprenderme el camino del sol, por más que él lo ha intentado. Tengo un frío espantoso, y de dónde ha salido, si se puede saber, esa mujer de blanco; es la enfermera, claro, no la he oído entrar y me está hablando; dice que ya viene el doctor, los doctores, y rodean mi cama y comprueban que tubos y vendajes están como es debido; querría preguntar, pero preguntar qué, si no me miran; decirles, por ejemplo, que nada está en su sitio; pero digo la fiesta ha sido un éxito, y sonríen y cierran enseguida la puerta a sus espaldas.
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