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Desde Andalucía

Otra vez mi estival contacto con Andalucía me ha puesto ante los sentidos su subyugante realidad, y de nuevo me he visto movido a pensar sobre lo que Andalucía es, y más aún sobre lo que puede ser.Punto de partida de mi reflexión será un examen. de la idea que los andaluces tienen de Andalucía. Desde los niveles más populares, cuando alguien procedente de ellos se detiene a pensar sobre su tierra, hasta los escritores más ilustrados y pensativos, todos los andaluces -o muy .buena parte de ellos, para no" caer en afirmaciones absolutas- dejan adivinar un sentimiento en cuya trama se mezclan dos principales ingredientes: la complacencia y el estar de vuelta.

Alandaluz le complace Anda lucía: su tierra, campiña bética, serranía rondeña, cimas de Sierra Nevada, costa almeriense o bahía gaditana; sus pueblos, sean campiñeros, como Palma del Condado u Osuna, o serranos, como los del interior gaditano Y malagueño; sus costumbres, cante, danza, feria o romería; su ingenio, su trato, su habla. Sí, ya sé que algo semejante podría decirse de los catalanes, los vascos, los gallegos, los aragoneses, los asturianos y los castellanos; a todos les complace y hasta les enamora lo que como tierra. y como pueblo es su patria. Pero si del ser pasamos al estar, al modo concreto y ocasional en que el ser se realiza y manifiesta -no es lo mismo "soy feliz" que "estoy feliz", ni "soy tristón" que "estoy triste"-, en todos ellos es perceptible una veta de contrariedad o agrura. El catalán de cepa siente por lo general que su estar de catalán, el modo como la vida catalana se viene realizando desde la Nueva Planta, quizá desde, antes, no acaba de satisfacerle; y así, cada uno a su modo, los demás habitantes de Iberia. Acaso el asturiano -sea excepción. ¿Puede decirse esto del andaluz, aunque en su situación económica y social dominen la pobreza o el paro? No lo creo. Al menos, no me parece adivinar ese sentir entre las gentes que en el gaditano barrio de la Viña salen de sus paupérrimas casas las noches de calor para gozar del poniente o el levante y charlar sobre "lo que pasa".

En la génesis de esa tácita o expresa complacencia colaboran a partes iguales la realidad que entra por los ojos y los oídos, sea la figura de un balcón con su toque de geranios y claveles o el paso juguetón y majestuoso de un caballo jerezano, y la conciencia histórica subyacente a un peculiar modo de estar de vuelta. Porque hay dos modos de estar de vuelta muy distintos entre sí: el despectivo, referible a la fórmula "para qué voy a estar de ida hacia lo que no me importa nada", y el asuntivo, consistente en un explícito pensar, si el opinante es letrado, o en un mero sentir, si no lo es, que la vida de uno, por ser como es y haberse formado como de hecho se formó, lleva potencialmente dentro de sí todo aquello hacia lo que podría ir. En esencia éste es, a mi juicio, el modo andaluz del estar de vuelta.

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El opinante letrado le dice a uno: "Mire usted, señor a esta tierra de Andalucía, que en la noche de los tiempos se llamó

Tartesos y fue gobernada por Argantonio, rey sabio, prudente y bonancible donde los haya, sucesivamente han ido llegando fenicios, romanos, visigodos, árabes, castellanos y hasta vascos, ingleses, franceses y alemanes, que bien se lo hacen ver a usted las guías telefónicas. Todos llegaron en son de conquista, unos con sus armas, otros con su dinero, y como conquistadores se quedaron por acá. Pero al cabo de los años, y después de haber dado a su nueva tierra lo mejor de lo que habían traído vea, vea el sarcófago fenicio de Cádiz, los patios de Sevilla y Córdoba, la Alhambra y la Giralda; oiga el bonito castellano que por acá se habla; lea los nombres de los bodegueros de Jerez y El Puerto-, todos se hicieron andaluces de una Andalucía en cuyo cuerpo se fundía con gracia nueva lo que ellos nos trajeron y lo que aquí encontraron. Luego han venido el algodón, el girasol, las cosechadoras, los televisores. Pues deje usted que pase un poquito de tiempoy verá cómo todo esto se andaluza, si me permite el vocablo". Representando arquetípicamente el pensar de los andaluces cultos y el sentir de los andaluces iletrados, eso vino a decir Pernán, hace como 60 años, en su ensayo La eternamente vencedora. Conclusión: "¿No ve usted, amigo, cómo los andaluces podemos estar de vuelta de todo, porque Andalucía, por sí sola, irá haciendo suyas y andaluzas todas las novedades que la historia nos traiga?".

Más que mostrar con razones cómo esa actitud frente a la no vedad histórica es a un tiempo cierta y falsa, y, por tanto, ya en el orden práctico, peligrosa, haré ver cómo el propio Pemán la puso en un brete, sin proponérselo, varios lustros después.

Fue en su comedia El río se entró en Sevilla-. Un gran cortijo queda enteramente aislado a consecuencia de una enorme riada del Guadalquivir. Es su propietaria la viuda de un rico prócer sevillano, antaño cantaora faraosa, convertida luego, por obra del matrimonio y la viudez, en señorial y generosa matriarca de su familia. Por azar, una parte de ésta se encontraba en el cortijo cuando sobrevinieron la inundación y el aislamiento. Pasan días, no se restablece la comunicación, y la convivencia cotidiana hace que ocultos conflictos sentimentales entre los miembros de la familia se intensifiquen y afloren. ¿Llegará la explosión? Consc¡ente de lo que ocurre en tomo a ella, la matriarca trata de evitarlo. ¿Lo conseguirá? En un primer momento, así lo hacen esperar la sabiduría vital y el prestigio de la antigua y señorial cantaora. Ella es, ni más ni menos, una encarnación escénica de la Andalucía Ipopular y tradicional; con graciosa claridad lo proclama un tanguillo que de pasada canta, en el cúal muy pemanianamente nos dice: "Porque aquí desde el rey Argantonio, / osú qué demonio, sabemos latín".

(Un inciso. Adoro Andalucía, pero no soporto la jactancia. Ni la del cantador de jotas aragonesas que con implícita voluntad de representar a su tierra viene a decir cantando "pa honrau, noble y sincero, yo", ni la de la danzadera andaluza en el momento en que alza o extiende los brazos y engalla la cabeza, como diciendo a todos, al mundo: "emperadora soy". Fina jactancia hay también en ese tanguillo de la matriarca pemaniana. A qué astronómica distancia de ella están la gracia ondulante y alada del baile por sevillanas y la secreta, insondable pena que llevan dentro tantas leíras del cante hondo.)

Vuelvo al cortijo arriado y aislado, y de nuevo me pregunto: ¿estallará el conflicto que tan gravemente amenaza a la familia allí reunida? No. El conflicto se resuelve, sí, pero Ía matriarca fracasa. Porque cuando se ve impotente ante lo que la rodea, visible riada y sorda y casi explosiva tensión familiar, dos hombres accidentalmente refugiados en el cortijo, un ingeniero vasco y un aviador norteamericano de la base de Morón, tendrán talento y tacto suficiente para lograr un happy end que parecía imposible, y técnica e inteligencia bastantes para planear una obra que en el futuro evite definitivamente las inundaciones.

La encantadora matriarca, la vieja sabiduría vital de la inmemorial Andalucía -Argantonio, los fenicios, los romanos, los visigodos, los árabes...-, fracasa ante la calamidad cósmica de la inundación y ante el complejo problema moral que allí surge, y son un ingeniero vasco y un aviador norteamericano los que tienen que salvarla del peligro que la amenaza. Este curioso desenlace, ¿podrá decimos algo valioso respecto de lo que Andalucía puede y debe ser, puede y, debe hacer?

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