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Mahler en su autenticidad

Los dos conciertos celebrados los días 14 y 15 en la Plaza Porticada de Santander por la Orquesta Sinfónica de Londres, dirigida por Lorin Maazel, han constituido puntos muy altos en el programa del 352 Festival Internacional. El amplio recinto se llenó por dos veces, a pesar de que las localidades mejores costaban 3.500 pesetas. Los éxitos alcanzaron niveles de clamor y el público se resistió a abandonar su puesto hasta haber obtenido las preciadas propinas: Obertura de Edmont y el Preludio del acto tercero de Lohengrin.Un monográfico sobre Chaikovski incluyó el jueves la Polonesa de Eugene Onieguin, la Obertura Poemática sobre Romero y Julieta y la Quinta Sinfonía en mí menor, que algunos denominan Prepatética. El día de La Paloma, Lorin Máazel y los músicos londinenses interpretaron la Sinfonía incompleta de Schubert y la Primera de Mahler. Ni el viento nordeste pudo rebajar los grados a una temperatura de entusiasmo colectivo creciente de obra en obra y de día en día.

En Lorin Maazel (París, 1930) sorprenden, sobre otros, dos aspectos: su predestinación y su pura intencionalidad musical. Desde la primera vez que vimos y escuchamos a aquel Maazel poco más que veinteañero en el Palacio de la Música madrileño, con apagón de, luz incluido, recibimos la clara sensación de que había nacido para la música, y muy concreta mente para la dirección; lo evidenciaba la fuerza de su brazo, lo imperativo de su gesto y un dominio técnico-expresivo en el que el saber no se muestra enemigo de la intuición.

El otro aspecto fundamental en la personalidad maazeliana es el que desdeña: todo exceso y, más aún, toda adherencia extramusical a las partituras, bien estén conectadas con los grandes mitos literarios -como Romeo y Julieta- o con los ambientes intelectuales, la aventura psicológica, y hasta psicoanalítica, y la evocación autobiográfica, como en el caso de Mahler.

Sucede que las habituales versiones -y me refiero sólo a, las merecedoras de ese nombre y no a las lecturas de suena mientras cobro- usan y abusan de lo patético en Chaikovski, y llegan a la máxima exageración de lo extramusical en Mahler. No obstante, uno y otro, antes que cualquier otra cosa, fueron excelentes y exigentes compositores, que se batieron el cobre para lograr la máxima perfección artesanal en cuanto escribieron.

Quede pues el Mahler llorón de la especulación literario-cultural para los diletantes y su conciencia de Khrisna; un profesional nato de la categoría de Mahler, dotado a partes iguales de saber e imaginación, se emplea a fondo en la clarificación de los complejos. mensajes musicales del compositor, despoja su música de retórica, la intimíza, detalla y alegra, la torna cotidiana en un gesto anticipatorio de lo que será mañana conciencia colectiva.

Una versión como la de la Ppimera de Maliler, una narración tan precisa y expresiva como la de Romeo y Julieta, una lenta y suave introspección como la de la Incompleta no sólo se admiran y aplauden: se agradecen porque ponen orden en las cosas y en el espíritu de las cosas. Cierto que cuanto Maazel quiere y demanda desde la madurez enque se encuentra puede lograrlo con rápida brillantez y sin demasiados ensayos de una orquesta ejemplar en su calidad, y más aún en su flexible capacidad de respuesta, como es la Sinfónica de Londres.

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