Norteafricanos en Algeciras
Estoy siguiendo con interés las informaciones que publican los medios de comunicación sobre los graves problemas que están sufriendo emigrantes norteafricanos embotellados en Algeciras en espera de cruzar el Estrecho.El año pasado, por estas mismas fechas, me encontraba en Algeciras con mi familia y presenciamos escenas relativas a esta misma situación, que nos indignaron profundamente y suscitaban interrogantes que no he visto reflejados en los medios de comunicación.
La forma en que los emigrantes eran invitados a entrar en el campamento instalado por las autoridades cerca de Algeciras, llegando desde Tarifa, era la siguiente: de repente, en una curva de la carretera, aparecían señales de reducción de velocidad y, poco más allá, un guardia civil, situado en medio de la carretera, que seleccionaba a ojo vehículos y pasajeros, permitiendo continuar a los europeos y forzando -con enérgicos pitidos, forzando -con enérgicos pitidos, voces y ademanes- a desviarse a los vehículos cargados de bultos y niños de los emigrantes, que eran literalmente hacinados en un espacio habilitado a la derecha de la carretera, donde se veían multitud de coches y personas asomadas a las vallas, que lo cerraban por todas partes como lo que era: un campo de concentración.
Unos kilómetros más allá, en Algeciras, se veía entrar en el puerto, sin mayores problemas, furgonetas turísticas europeas con la intención igualmente peligrosa de cruzar el Estrecho. Me gustaría leer en la Prensa por qué tales individuos no eran humillados y hechos prisioneros como los primeros. Me gustaría ser informado si para las autoridades, con estos extraños criterios socialistas, los emigrantes son más reprimibles por su condición de africanos ("moros", les dicen, con desprecio) o por ser unos pobres trabajadores.
Para que nadie se extrañe o lo estime una exageración, puntualizo que la Prensa ha recogido estos días que gran parte de los emigrantes traen los billetes comprados desde hace meses, previendo dificultades y para no perder días de sus vacaciones, sin poder embarcar, pese a ello, por culpa de unas compañías comerciales que han cobrado los billetes y a quienes no sabemos se les haya sancionado.
Sin embargo, allí mismo, a pocos kilómetros, en Marbella, otros árabes más afortunados -claro, son traficantes de armas- son adulados hasta el vómito por la Prensa del corazón y se codean con quienes todos sabemos. Personalmente prefiero que no haya lugares donde el Estado recluya a los ciudadanos, y menos si son trabajadores, y menos si son emigrantes; no obstante, si la actual estructura social los hace imprescindibles, sugiero a las autoridades que confisquen los yates de los millonarios de Marbella, pasen con ellos a los emigrantes el Estrecho y metan mientras en algún sitio a los dueños de los yates. Eso sí, sin gritos ni pitidos-
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