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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una mirada al sureste asiático

A Poco más de una década de la instalación en Indochina de un poder comunista, el sureste asiático, para el que una escuela de agoreros había predicho los desastres de la conocida teoría del dominó, presenta un aspecto relativamente saludable desde el punto de vista de la democracia occidental, lo que no significa que falten problemas a las comunidades nacionales y sobren peligros en el contexto internacional.En Malaisia y Tailandia se han celebrado en días pasados elecciones legislativas dentro de una normalidad que no desmienten incidentes aislados con algún derramamiento de sangre y una indiscutible ventaja de partida en cualquiera de las dos capitales, Kuala Lumpur y Bangkok, para la facción, partido o personalidad que organizara la consulta.

En Tailandia, la tutela militar y la atomización de los partidos parlamentarios, de forma que ninguno de ellos se acerque por sí solo a la mayoría en la Cámara, hacen que un veterano general retirado, Prem Tinsulanonda, sea el inevitable elegido para dirigir el Gobierno de una coalición conservadora en el que se perpetúa desde hace seis años, pese a no formar parte de ninguno de los partidos representados en la Cámara. Tinsulanonda es una especie de punto geométrico en el que confluyen las necesidades de una monarquía constitucional, de un Ejército que, a condición de ser un poder plenamente autónonio, acepta las formas más visibles de la democracia, y de una clase política que sabe que al menos mientras dure el conflicto camboyano su libertad de maniobra permanecerá parcialmente secuestrada.

En Malaisia, aunque el clima democrático es mucho más evidente, los problemas de un régimen que se siente amenazado no son muy diferentes. Un Frente Nacional en el que se integran 13 partidos obtiene regularmente, desde los años setenta, los dos tercios de rols escaños parlamentarios, cifra mínima que considera necesaria para mantener la estabilidad de un régimen multirracial y cautamente unirreligioso. En esa coalición, que obtuvo el domingo 148 de los 177 escaños, se integran las principales fuerzas políticas malayas junto a otras de obediencia racial china e india. Con cerca de un 45% de población de origen nativo, es decir, malaya de fe musulmana, y una minoría china del 35%, según unas estadísticas oficiales que nadie quiere actualizar por si la aritmética las desmiente, Malaisia hace compatible una cierta democracia con un régimen de cuotas a favor de la población de origen autóctono, con reserva de puestos no sólo en la Administración, sino en la actividad económica privada, así como con una protección especial al islam, pese a que apenas algo más de la mitad del censo se declara musulmana. Por ese motivo, los resultados del principal partido chino, el de Acción Democrática, que monopoliza la oposición con 24 escaños, son más significativos que lo que podría hacer creer el espléndido amasijo de diputados del Frente Nacional. Las elecciones han servido, por tanto, para polarizar el voto de forma que una clara mayoría de la población china ha negado el sufragio al sistema de cuotas. Con una historia de conflicto racial en el que las matanzas de la etnia enemiga han sido una imagen recurrente de la historia del país, la frágil estabilidad malaya recibe con las elecciones un preocupante aviso.

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Al mismo tiempo, la oposición al régimen de Lee Kuan Yew en la ciudad Estado de Singapur se ha mostrado particularmente activa desde las últimas elecciones, en las que obtuvo un crecimiento numéricamente minúsculo -de un parlamentario a dos-, pero de una importancia política muy superior a lo que expresan los guarismos. Ya en la fase final de su carrera, el primer ministro de lapolis asiática quiere transmitir intacto su legado de prosperidad y democracia controlada, en momentos en que vacila el milagro económico de Singapur, basado en imbatibles costes tanto salariales como sociales y en un recurso un tanto remoto al derecho de huelga.

La victoria comunista en Vietnam, más que extenderse a la vecina Camboya, puesto que allí habían triunfado también los rojos locales en 1975, se enredó en su guerra civil a varias bandas, unificando a sus enemigos en un frente patriótico. Desde entonces la caída de los dominós se amplió a Laos, pero nada hace pensar que Vietnam pueda o quiera presionar sobre los otros Estados de la zona. Malaisia, Tailandia y Singapur tienen abundancia de problemas nacionales y son, en el mejor de los casos, una débil cabeza de puente de la democracia occidental en el sureste asiático, pero nadie cree, a una década del desastre de Indochina, que corran otro peligro que el derivado de sus propias patologías.

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