Una nueva forma de Estado para un país revolucionado
Etiopía, casi 12 años después de la revolución que derrocó al emperador Haile Selassie, y convertida en un país marxista-leninista, aún no ha configurado su forma de Estado. Existe un proyecto de Constitución, puesto en marcha en septiembre de 1984, que define a la Etiopía socialista, título provisional del país, como una república popular y democrática. Hay quien aventura que el próximo 12 de septiembre, fecha en la que se conmemora la caída del imperio, Etiopía pasará a ser formalmente una nueva república africana, pero, según otros observadores, aún queda tiempo para ello.
Lo cierto es que la nueva Etiopía, territorio legendario de la reina de Saba y único Estado que puede decir con orgullo que fue el primero de África, ha tomado un camino revolucionario, con los militares presentes desde un primer momento en el poder, la posterior creación de un partido único de corte marxista-leninista y la ruptura, al menos política, con Occidente para buscar la alianza de la URSS y Cuba.Etiopía cambió de la noche a la mañana hace 12 años. El sistema imperial, que logró que el país sólo permaneciera colonizado, durante tres años, por Benito Mussolini, cayó en unos pocos meses. Era un imperio de características feudales e inclinado hacia Occidente, entonces su aliado político y económico.
Haile Selassie, el emperador octogenario, amigo del general Francisco Franco y que fue uno de los escasos estadistas que visitó la España recién salida de la guerra civil, cedió su trono a unos militares que, para febrero de 1974, año de violentas huelgas, manifestaciones y caos económico, tenían muy cerca el poder. En la última fecha indicada, los militares crearon el dergue, una especie de comité, y en septiembre del mismo año depusieron al emperador, que murió el 27 de agosto de 1975, según informaciones internas, a consecuencia de una operación quirúrgica.
Los años que siguieron al derrocamiento del rey de reyes se convirtieron en una etapa de proceso revolucionario con depuraciones, ejecuciones y asesinatos, en un momento en el que empieza a resurgir una pequeña burguesía, nacida en la Universidad y en los escalones intermedios de la Administración.
El dergue pide entonces ayuda a la URSS y a Cuba y en ese momento, dando pruebas de una gran habilidad política, aparece en el primer plano de la escena política un joven oficial del Ejército, Mengistu Haile Mariam, que entonces tenía 36 años, hijo de un sargento, y que hoy día es el hombre que rige los destinos del país.
Mengistu, que ya en 1960 había destacado por su oposición al imperio, comienza a perfilar, con sus toques personales, lo que va a ser el nuevo país, transitoriamente denominado Etiopía Socialista.
El nuevo líder crea en 1978 la llamada Comisión para la Creación del Partido de los Trabajadores de Etiopía (COPTE), un organismo que se pone a trabajar en la concepción de un partido único, que ve por primera vez la luz el 12 de septiembre de 1984, fecha del 10º aniversario de la caída de Haile Selassie.
El país empieza, pues, una nueva dinámica dentro ya de un proceso revolucionario que acaba de cumplir su décimo año. Mengistu, ascendido a teniente coronel, se constituye en secretario general del Partido del Trabajo de Etiopía (PTE) y en presidente del Consejo Administrativo Militar Provisional, órgano supremo del poder militar revolucionario.
Dicho órgano está compuesto por 11 miembros, incluido el líder máximo y entre ellos figura el capitán Fikre Selassie, considerado el número dos del régimen (el apellido Selassie es muy común en Etiopía y en español significa Trinidad). El CAMP, que tiene subordinado al Gobierno, impone como primera autoridad del país al buró político del Comité Central del PTE, curiosamente encabezado por la misma persona: Mengistu.
En septiembre de 1984, cuando se crea el partido, se pone en marcha un proyecto de Constitución para la creación de la república. El primer borrador apareció en mayo pasado y en él se concibe el Estado como una república democrática y popular de corte marxista-leninista.
Pese a la nueva Constitución, que aún no se ha promulgado, y la existencia de órganos de base populares, como los kebeles (comités de encuadramiento del PTE), las Fuerzas Armadas constituyen el único elemento de poder en el país. Algunos observadores aseguran que el PTE tratará de asentarse, pero al mismo tiempo advierten que los militares jamás dejarán el poder.
Las razones están en la joven historia revolucionaria del milenario país. Etiopía era antes un firme aliado de Occidente, básicamente de Estados Unidos, país que junto a Italia y Francia ha acogido en los últimos años a la clase política y burguesa que buscó el exilio ante el temor de ser depurada por su colaboración con el viejo régimen. Y el cambio supuso una ruptura total, consecuencia del paso de un encuadramiento occidental al otro sistema, el socialista.
Se produjo una inversión de alianzas -hoy sellada con un acuerdo de cooperación militar con el Pacto de Varsovia- que algunos observadores estiman que no se debe al azar y sí a las conveniencias de las dos grandes potencias en ese momento. Estados Unidos sustituyó a la Unión Soviética en Somalia y ésta, con sus aliados cubanos, se convirtió en nuevo protector del régimen de Addis Abeba.
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