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El incipiente consenso británico sobre el Sistema Monetario Europeo facilitará la entrada de la peseta

El incipiente consenso británico sobre la entrada de la libra esterlina en el Sistema Monetario Europeo (SME) favorecerá la integración de la peseta, según declaró ayer en Santander el secretario de Estado de Comercio, Guillermo de la Dehesa. Uno de los problemas para llegar a esta política común de tipo de cambio, propugnada por la Comisión de Bruselas como base de cara a armonizar las políticas comunitarias, es que tanto el Reino Unido como España aspiran a una libertad similar a la de la lira italiana dentro del Sistema.El hecho de que el Reino Unido avance hacia dicho consenso, después de que durante años el Banco de Inglaterra y el Tesoro han tenido posiciones enfrentadas sobre la oportunidad de adherirse al SME, fue afirmada ayer por Marcus Miller, catedrático de Economía de la universidad de Warwich (Reino Unido), en un curso sobre Economía internacional: opciones de política económica y su coordinación, organizado en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo por el Banco Exterior de España, que preside el ex ministro socialista Miguel Boyer.

Según Miller, cuyos planteamientos keinesianos fueron respondidos por varios catedráticos monetaristas norteamericanos, en EE UU y el Reino Unido los intentos de controlar la economía mediante la masa de dinero "han perdido su crédito". Los principales países tratan de sustituir esta política por la del control de los tipos de interés existente antes de los años setenta. Pero los keinesianos hoy propugnan como alternativa estabilizar los tipos de cambio en torno a una divisa no inflacionaria, como es el marco en Europa.

Para Guillermo de la Dehesa, resultará muy importante que el Reino Unido decida entrar en el SME, porque querrá hacerlo con un margen de fluctuación amplio para la libra.

En concreto, Miller sugirió el 6%, lo mismo que Italia. Los demás miembros del SME sólo pueden alterar libremente sus divisas en un 2,5% para apoyar sus políticas comerciales. Por ello, España se empeñó en no meter la peseta antes de saber lo que ocurrirá con su comercio o con el logro de la total armonización del mercado comunitario, prevista para 1992.

Respuestas nacionales

Frente a la propuesta de esta Europa total, el catedrático portugués Jorge Braga de Macedo, de la universidad Nueva de Lisboa, consideró más probable una Europa de geometría variable.

Su posición es que las cuatro crisis de la última década -las dos del petróleo en 1973 y 1979, el shock del dólar y la crisis de la deuda- suscitan diversidad de respuestas nacionales, por lo que se impondrá la minilateralización de la economía europea, a la que sacarán un mejor provecho las economías más flexibles.

Aunque de estos cuatro golpes extrajeron consecuencias divergentes, los ponentes de creencias keinesianas vaticinaron cierta recesión de la economía norteamericana si pretende lograr el nuevo objetivo constitucional de terminar en cinco años con su alto déficit presupuestario. EE UU tendría que restringir sus gastos federales o aumentar los impuestos, lo que también afectaría a los intercambios comerciales.

Por su parte, los monetaristas norteamericanos, que hoy creen en la contribución de las expectativas de los agentes económicos al logro del equilibrio general descrito hace varios siglos por David Ricardo, defendieron que la necesaria política fiscal no modificará la actividad económica (demanda).

Su máximo exponente, Robert Barro, catedrático de la universidad de Rochester y autor de un tratado de macroeconomía, explicó que si el déficit público es respondido con la baja del consumo, también habrá un aumento paralelo del ahorro, porque los agentes económicos serán conscientes de que en el futuro deberán pagar más impuestos, o viceversa.

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