Un conflicto inútil y evitable
La crisis de Gobierno que acaba de resolverse en Italia con un reajuste del Gabinete, bautizado ya como Craxi-bis, ha *sido en realidad un conflicto inútil que se habría podido evitar, según señalan los observadores, políticos italianos. Nació de un malhumorado enfado entre los dos grandes partidos de la coalición gubernamental. El pasado) 28 de junio, un grupo de 70 diputados, tras haber expresado a mano alzada su voto de confianza al Gobierno, lo dejaron en minoría momentos después, amparándose en el voto secreto, con ocasión de un nuevo escrutinio referente a unas propuestas financieras de orden secundario.El socialista Bettino Craxi, que se encontraba en ese momento en la cumbre de la Comunidad Europea en La Haya, se irritó hasta tal punto que anticipó su regreso a Roma y abrió la crisis. Habría podido evitarla, planteando una nueva votación de confianza en el Parlamento, pero no lo hizo y hubo quien le acusó de haber querido aprovechar la ocasión para intentar llevar a cabo un amplio reajuste de su Gabinete que, al cabo de tres años de desgaste, empezaba a hacer agua por todas partes.
Parece claro que Craxi esperaba que el presidente de la República, el democristiano Francesco Cossiga, le encargara inmediatamente, de acuerdo con la práctica habitual, que intentara formar nuevo Gobierno. Pero el jefe del Estado no siguió esta vez la regla de convocar al presidente dimisionario y traspasó la tarea primero al democristiano Amintore Fanfani, y posterior mente a su también correligionario Giulio Andreotti.
La Democracia Cristiana -primer partido de Italia, que cuenta con la mayoría relativa en el Parlamento, y que ya había anunciado en su último congreso de mayo que iba a pedir la jefatura del Gobierno- pensó que podía ser ése un buen momento para conseguir el objetivo. Pero los socialistas se enfurecieron y vetaron los sucesivos intentos de Fanfani y Andreotti. Sin los socialistas, no es posible hoy por hoy en Italia formar ningún Gobierno, de no ser con el apoyo de los comunistas, que representan el segundo partido del país.
El secretario nacional democristiano, Ciriaco de Mitta, habría podido devolver la papeleta a Craxi cuando, tras la derrota de Andreotti, el presidente de la República encargó al primer ministro dimisionario la formación del nuevo Gobierno. Pero ese proceder habría obligado, casi con plena seguridad, a recurrir a una convocatoria de elecciones anticipadas para el final del verano, cosa que hubiese sido muy antipopular.
Por ello, la Democracia Cristiana acabó aceptando a Craxi, pero poniéndole un duro precio: un pacto, esta vez escrito, de que en marzo tendrá que ceder la Presidencia del Gobierno a un democristiano y de que su partido dejará gobernar en paz al nuevo presidente hasta el fin de la legislatura, sin abrir otra crisis.
Craxi ha aceptado todas las condiciones a pesar de que ha habido personalidades, como el prestigioso filósofo Norberto Bobbio, que han considerado el pacto como anticonstitucional, ya que, según él, los Gobiernos no pueden ser hechos y rehechos por los partidos, sino que tal tarea corresponde al presidente de la República y al Parlamento.
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