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En busca de la derecha perdida

Me temo que los resultados electorales no le han salido el PSOE todo lo bien que esperaba. Porque la democracia es cosa de, al menos, dos, que en la concepción de su secretario general deberían estar más próximos. Pedía la mayoría absoluta porque sin ella no es posible asegurar la gobernabilidad a quienes ponen esa condición tácita piara estarse quietos, pero quizá tema que el precio de una derecha sin capacidad alternativa, hasta dentro de más de otra legislatura les parezca demasiado alto. Tal como han quedado las cosas, hay socialistas en el Gobierno para rato. Y mientras tanto, ¿qué hará si los que vigilan? ¿Tendrá el socialismo que dejar de serlo un poco más todavía y aceptar, por ejemplo, el despido libre, etcétera, o, en caso contrario, echarán por la calle de enmedio?Pluralismo lo hay, desde luego, y más habría si se reformara el reglamento de las Cortes. Los del PDP, que no quieren decir su nombre y se quedan en eso tan complicado de la "inspiración humanista cristiana", están dispuestos a tener voz propia y distinta en el Congreso, aunque sea con breves turnos mixtos. Y a lo mejor, cualquier día, los liberales se creen de verdad que existen, digo los de la Coalición Popular, no los radicales, que según el señor Boyer es lo que verdaderamente son los socialistas a estas alturas, y se van también con los demócratas populares, pensando que 10 minutos son más que ninguno. Con lo cual la derecha ya no servirá en las próximas elecciones, dentro de cuatro años todavía., para que Felipe González asuste a la izquierda remisa y la obligue a entrar en vereda absoluta. ¿Tendrá que hablar entonces de la verdadera. derecha, la hay detrás de la política, o la habrá convencido ya para esas fechas de que su moderación no es coyuntural, sino absoluta, como la mayoría obtenida, y que eso es ya para toda la vida?

Los sociólogos, o mejor dicho, algunos sociólogos, me temo que la mayoría, están empeñados en que las preferencias, políticas de una sociedad tecnológica como por lo visto es ésta en que moramos o vivimos van hacia el centro, en vista de lo cual todos los partidos tienden a él. Y eso es lo que ha dejado a la derecha desguarnecida de su flanco izquierdo. La gente que en otros países, como Italia, vota centro izquierda desde un partido que, por el otro extremo, limita casi, casi con los misinos, aquí se encuentra cómoda en un PSOE, no sólo respetuosísimo con la propiedad privada, sino convencido de que es desde ella como únicamente se puede hacer todo lo que es posible hacer en nuestros días -más aún, todo lo que hay que hacer, porque de regreso de las utopías, sólo es deseable lo que es posible- y que consiste en eso de la modernidad.

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Ya lo decía el señor Fraga, y no le faltaba razón. Los socialistas predicaban el programa de los populares, o sea, el suyo, y así no había manera de aclararse. Que existen diferencias también es verdad. En materia de enseñanza, de impuestos, de aborto y de alguna otra minucia como el despido libre y el paro. Pero en lo demás, ¿quién hubiera privatizado tanto como han privatizado los socialistas? Lo cual, para suponérseles una vocación estatalizadora, como es lo obligado si se tienen en cuenta sus viejas doctrinas, todavía no formalmente amortizadas, es casi, casi como hacer trampa. Ahora bien, tampoco son mancos los cambios en basamentos tan sólidos de la derecha como la Iglesia, a causa de los cuales se han convertido en minucias lo que en otro tiempo hubiera sido causa de guerras de religión. Y la enseñanza es un ejemplo clamoroso. Porque se ha llegado incluso a la paradójica situación de que nada menos que todo un arzobispo -Yáñez- ha tenido que defenderse de la acusación de traición que le hacían los religiosos de la enseñanza, asociaciones de padres, etcétera. ¡Traidor un arzobispo que, además, no es de los que son considerados progres, sino más bien lo contrario! Y no digamos nada de la resignación con que han ingerido, por no decir tragado, tanto el divorcio como el aborto. Protestas formales, pero ninguna batalla frontal. Por lo visto, juegan también a la ambigüedad y prefieren hablar de porcentajes de creyentes sobre la población total más que de practicantes obedientes y efectivos, que son muchísimos menos. Y a los votos me remito. El PSOE, casi el doble que CP. Da la impresión de que en la Iglesia prefieren dejar pensar que muchos creyentes votan PSOE, a pesar de que lo más probable es que se trate de los que, en materia de religión, "no saben, no contestan". Aunque también es verdad que existen hasta "cristianos para el socialismo".

Cuando en las elecciones anteriores a las últimas ocurrió lo mismo, pero de manera más rotunda; quiero decir, cuando ganó el PSOE con una mayoría más absoluta todavía que en las del pasado 22 de junio, se dijo que al menos tres millones de los 10 millones que consiguió eran prestados. Procedían de un centro que, con el PSOE, no estaba en su sitio. La insistencia de esos tres millones, o al menos una buena parte de ellos, en votar igual que hace cuatro años ha dejado esa teoría sin justificación. ¿Y qué se puede decir ahora? El señor Fraga, señalado como culpable de la situación por el miedo que en la hipótesis -bastante fundada, ésa es la verdad- tendría la gente a su pasado político y a su permanente y temible seguridad en sí mismo, dio la impresión de sorprenderse el otro día cuando, contestando a una entrevista en televisión, dijo que todo lo que hacía falta era convencer a los obreros de que les convenía más votar conservadurismo que socialismo. "¿Por qué no?", me parece recordar que vino a preguntarse, más dubitativo que convencido, o tal vez sorprendido de lo que se le acababa de ocurrir. Y no estaba mal traída la hipótesis, aunque sea absurda, porque se trata de una cuestión de números. ¿Cuántos pueden, en una sociedad como la actual, votar conservadurismo? Si hay que circunscribirse a los burgueses -descontando parte de los pequeños, para. los cuales el PSOE es lo que mejor satisface su conciencia y sus conveniencias-, el techo quedará siempre bajo. Para elevarlo, para romperlo incluso y conseguir la mayoría, no digamos ya que absoluta como el PSOE, sino sólo relativa, ¿qué hay que esperar? Pues que se decidan los obreros a votar derecha.

En otros tiempos menos urbanos, más rurales, como ocurre todavía en Galicia, por ejemplo, eso podía conseguirse hasta cierto punto. Ahora, sin embargo, parece más difícil. Recuérdese una encuesta curiosa en la que la mayoría del universo consultado -suficientemente representativo, aseguraban los consultores- creía que el PSOE no lo había hecho bien, pero que Coalición Popular lo hubiera hecho peor. Y algo de eso debe haber pensado una mayoría tan abrumadora como la conseguida por el partido que no ha creado 800.000 puestos de trabajo, que ha metido a este país en la OTAN más de lo que estaba en lugar de sacarlo, que ha reducido las pensiones; etcétera.

Todas las fuerzas de derecha sumadas apenas si han logrado sobrepasar los 100 diputados. Menos de la mitad que los del PSOE. Eso quiere decir, indudablemente, y es un problema de grado discutirlo, que el PSOE se ha derechizado o que ocupa, por lo menos, posiciones centristas que en otros países, Italia por ejemplo -y quizá esas ilusiones se hace el señor Alzaga-, están en el lado izquierdo de la derecha democristiana. La gobernabilidad, pues, está asegurada si Sólo depende de eso, de tener la mayoría absoluta.

Pero hay un problema pendiente sobre esta democracia a la que, probablemente por su debilidad originaria, se le sigue llamando joven. Las fuerzas fácticas que la admitieron, y cuya vigilancia siguen ejerciendo tácitamente, ya que no institucionalmente, ¿considerarán satisfactoria la gobernabilidad de la mayoría socialista -aunque sea muy poco socialista- sin una derecha política alternativa de la que echar mano en un momento dado?

Aunque los jóvenes nacionalistas hayan acortado las riendas autonómicas, aunque no parezcan dispuestos a aflojarlas, sino todo lo contrario, aunque hayan descubierto la OTAN y la Guardia Civil, aunque estén dispuestos a ejercer la autoridad con su mayoría absoluta, a sus atentos vigilantes siempre les quedarán las reservas que les son propias y seguirán preocupados por la ausencia de una genuina encarnación política de sus intereses. Las cosas no han pasado aquí como en otras partes, y por eso las diferencias. Aquí el autoritarismo franquista no perdió una guerra, sino que dio la venia a una tranisición. Cierto que le era imposible hacer otra cosa, pero no lo es menos que salió del trance sin sentirse culpable ni, por tanto, ser, acusado. El electorado mayoritario sí que cree, en cambio, que hay culpables en la guerra civil y de los 40 años que siguieron. Por eso no votan derecha más que los nostálgicos. El problema, pues, consiste en saber si todas las concesiones del partido que viene consiguiendo la mayoría absoluta servirán para que, al menos, no se vuelva a interrumpir la experiencia democrática, a pesar de las evidentes limitaciones no confesadas, como ocurrió en la ocasión electoral de hace estos días 50 años. De momento, ya han pasado dos convocatorias con. la victoria de un partido socialista devenido sólo liberal y no tan radical como pretende un definidor suyo, el señor Boyer. Y lo más triste de todo es que haya que desearlo como mal menor hasta que una izquierda digna de ese nombre, o más exactamente dicho que responda mejor a las características usuales de esa denominación, permita plantear tantos problemas aplazados. El de convertir en realidades posibles los derechos humanos -y hasta constitucionales-, desde el derecho al trabajo, y a plantear y establecer las condiciones en que podría hacerse para que no fuera un instrumento de dominación, hasta el derecho de cada pueblo a identificarse consigo mismo, con su lengua, su cultura, su soberanía, su libertad y poder llegar a ser el que es.

Todo eso puede parecer mucho, pero es el mal de la izquierda, que cuando empieza tú puede ni debe parar. ¿Parará el PSOE? ¿Puede y quiere ir más lejos, o acabará queriendo sólo lo que puede? Ésa es, me parece, la cuestión.

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