Más de lo mismo
LO PRIMERO que puede decirse del discurso de investidura del candidato a la presidencia del Gobierno, Felipe González, es que resultó aburrido, como era de prever. No se trata de una anécdota: también en política el fondo es prisionero de la forma. Es imposible mantener la atención de ningún auditorio durante tanto tiempo si no se hace gala de unas dotes espectaculares para la representación. Felipe González las tiene, pero no siempre sabe emplearlas. Ayer le fallaron el guión de la pieza, la puesta en escena y el gesto necesario.Algo de lo que está necesitando la política española es dinamización y participación: credibilidad popular. Para eso es preciso impulsar el liderazgo de sus dirigentes, definirlo al máximo. Felipe González no se comportó ayer como un líder, sino que asumió los tonos burocráticos del político profesional que habla para un auditorio dócil y para una clase endogámica. Y despachó el problema político más candente -el terrorismo y los recientes fracasos policiales frente a él, pero también la espectacular y valiosa ayuda que el Gobierno francés está prestando- con una faena de aliño en la que no quiso ni verle la cara al toro.
Es comprensible la voluntad del candidato a la presidencia del Gobierno de no caer en la trampa, tendida por los propios terroristas, de que toda la política nacional gire en torno al problema de la violencia y del bandidaje político. Pero, pese a su abultado apoyo electoral y a sus indudables dotes de gobernante, González no puede evitar el ser un mortal como los otros: no puede atribuirse, así, definir él la realidad por encima de la realidad misma. De modo y manera que el debate político que hurtó ayer el presidente del Gobierno es uno de los muy pocos que interesan a la opinión pública, y eso es todo un signo de cómo se apresta la mayoría gobernante a gerenciar los próximos cuatro años.
En sus palabras dedicadas a la cuestión terrorista, el candidato a presidente hizo pública su fe en las fuerzas de seguridad del Estado y solicitó el apoyo social de todas las instituciones en la lucha antiterrorista. "Desearía", dijo, "que ese apoyo fuera generalizado". Sus deseos están cumplidos. La sociedad española hace mucho tiempo que está solidariamente unida en la batalla contra la violencia política, pero eso no quiere decir que a todo el mundo hayan de parecerle bien todas las políticas que se instrumentan al efecto. Sus demandas -hechas el día anterior a través de TVE- a los medios de comunicación para que colaboren en este terreno son lógicas y también innecesarias. Cualquier queja gubernamental respecto al apoyo que la prensa, los partidos políticos y las instituciones privadas y públicas dan a la lucha contra el terror es del todo injustificada.
En su intervención de ayer, González rechazó la conveniencia de "largos debates sobre los procedimientos" que se utilizan en la batalla contra el terrorismo. Sin embargo, estos debates son del todo necesarios. La argumentación de que los terroristas utilizan en su beneficio la información al alcance del público en general, y la sugerencia añadida -y apenas oculta- de que se pongan límites a esa información, se inscribe en la órbita de los deseos expresados por Reagan y Thatcher y en los métodos con frecuencia utilizados por el Gobierno israelí. Nos tememos que responde a la suposición gratuita de que contra el terrorismo es válido todo o casi todo (en esa línea hay quien prefiere la pena de muerte, quien reclama la censura de Prensa, quien se apresta a financiar a los GAL, quien promulga leyes especiales de dudosa constitucionalidad o quien bombardea Trípoli). Felipe González, que justificadamente no quiere dar gusto a ETA al centrar el debate político de su investidura en la acción de dicha banda, puede involuntariamente sucumbir a otra trampa inherente a los objetivos de los terroristas: la de asumir, con expresión tímida pero inequívoca, la eventualidad de recortar libertades democráticas en la lucha antiterrorista. Este es un debate viejo e inacabado: ¿puede la democracia defenderse de los violentos sin abdicar de sus convicciones?, ¿puede, en nombre de la libertad, reprimirse la libertad? Un debate interesante para el que no existen respuestas en forma de recetas. Pero un debate, en todo caso, que no puede ser eludido.
El resto del discurso de Felipe González, salvando las lecciones divulgadoras de economía o geopolítica, que nadie solicita en estas ocasiones, ofreció, pese a su farragosidad y a las vagas declaraciones de principio, el atisbo de una novedad interesante. El candidato a presidente asumió el compromiso de reformar la Administración, en el marco del Estado de las autonomías, y de luchar contra la burocracia. Esta es la asignatura pendiente fundamental del Gobierno, pero no sólo ni primordialmente en lo que se refiere a la Administración local. Sin resolverla, es imposible abordar la modernización del país, cambiar su modelo de crecimiento económico y dar a la política interior y exterior española la dimensión que demanda. Debe darse al presidente del Gobierno un crédito añadido en este terreno, en el que las dificultades de actuación son obvias. Pero debe insistirse en que los socialistas no han sabido democratizar el Estado y no sabemos como piensan enmendar el error en la legislatura que ahora empieza.
Por lo demás, es muy difícil pedir dramatización de un acto del que ya se conoce el final desde antes de comenzar la obra. Hay por delante un nuevo período de mayoría absoluta socialista tendente a consolidar lo que el Gobierno ha hecho. Lo de ayer por la tarde fue una especie de rondó sobre este tema, y en gran medida el candidato a presidente prefirió hacer un balance de los últimos cuatro años y no un diseño de los venideros. Si la campaña electoral no arrojó mayores luces sobre lo que quiere hacer Felipe González en el futuro, era lógico que el discurso de ayer tampoco alumbrara grandes novedades.
Entre las vagas promesas, las grandes palabras y los buenos propósitos, para nada se habló de qué significa el no almacenamiento de armas nucleares en nuestro país: ¿podrán o no recalar los barcos norteamericanos con este tipo de armas en puertos españoles? Tampoco se mencionaron los problemas que plantea la ley Electoral o el reglamento de las Cortes -pese a que, como consecuencia de esos problemas, se produjo la ausencia de los diputados de Izquierda Unida durante la intervención del candidato- Entre un aluvión de generalidades y la proclamación de sus buenos propósitos, Felipe González ha sustituido el discurso del regeneracionismo y el cambio por el de la continuidad y la eficacia. Y no tanto por lo que dijo, sino por cómo lo dijo; no tanto por lo que afirmó o negó, sino simplemente por lo que calló, González rubricó ayer con pulso firme el fin de la transición política: ahora sólo queda más de lo mismo.
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