Tirando de órgano

La música y las maneras psicodélicas de finales de los sesenta se revivieron en la segunda actuación de The Prisoners. El tiempo parecía no haber pasado. El sexteto madrileño Sex Museum, afín a las circunstancias -sonido estridente, ropajes de colores, pelito largo recortado y gafas oscuras-, salió al grito de "¡campeones, campeones!" para festejar la victoria de la selección española. Uno de los guitarristas se disfrazó con los colores del equipo nacional y el otro, un rompecuerdas de su instrumento, se mostró inquietísimo en contraste con la calma de la teclista. Fueron breves, viajeros salvajes de tripi sonoro.Los cuatro de The Prisoners interpretaron temas rápidos, de rock desempolvado. Estos ingleses reye-yés -porque vuelven a ser lo que ya se fue-tiran de una guitarra tremenda, constante y, sobre todo, de un órgano, antigualla que establece el sonido conjunto en notas y sensaciones del pasado con un espíritu de hoy. Y así se escucharon temas instrumentales como Unbeliever o vocales, For now and forever.

Prisioneros de lo cotidiano, quizá encuentran su liberación en el escenario, impulsados por la entrega de sus simpatizantes. En el segundo bis el batería Symons irrumpió en solitario con golpes sin variación y preparó el final estrepitoso. De ese modo, el concierto resultó como cada tema en sí, que se acelera, se acelera hasta el último latido rockero, tras el cual ninguno puede ya darse.